Solo a mí se me ocurre, estando en la calle 9, caminar hasta
la avenida 21. Esquivar el encuentro con los de la tienda de abarrotes donde
compraba el periódico –la última vez se acordaron de mí y me chistaron, “eh,
güera, ¿regresaste?”- y llegar hasta el fraccionamiento donde vivíamos. Sentarme
en la banqueta en frente de nuestra casa, entonces roja y azul, hoy salmón, y
quedarme mirando esa puerta por donde ya solo entran y salen fantasmas. Ver asomar
la palmera del jardín bajo la que. Adivinar la cocina, con su garrafón de agua y
su montaña de papeles y en la que. Mi habitación, el colchón en el suelo sobre
el que. Y entonces, sucede: una mano se mueve y le pega la vuelta a las
vísceras que creías agarradas. Es la catarsis. Ha comenzado. He provocado su
encuentro y ha venido.
Les conté ayer a los chicos del taller que, al escribir,
vendrán a visitarles sus demonios. De forma recurrente, se sentarán junto a
ellos. Esto no lo digo yo, lo dice Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, que esos temas-demonios no son otros
que aquellos que nos han hecho ser disidentes de nuestra propia vida. Instantes donde nos transformamos, personas que nunca imaginamos amar, pensamientos que nos alejaron drásticamente de lo que fuimos.
Y entonces, al decirlo en voz alta, en ese patio, dentro de
los portales del parque de esta ciudad, he comprendido algunas cosas.
5 comentarios:
Me encanta. I totally agree
Ufff aaaa, que peazo de entrada. Vuelve, tenemos que vernos!
No vuelvas.
Vamos a crear una beca para que te quedes ahí. Escribes mucho más y mucho mejor.
Sí, Nano, tienes razón!
Pero ¿qué vamos a hacer sin ella?
El mensaje es: "vuelve".
Todos de acuerdo. Bien.
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