28/5/11
21/5/11
Una imagen para una vida distraída:
Fermento de los peces bajo el puente.
El sol no era el exceso.
Los peces, los peces no importaban.
Sí la carta del banco.
Solo el fruto seco helado. La marioneta gira.
Sale de trabajar. Recuerda el levante. La mañana.
La mano.
Lágrimas de María. La calle, la calle levantada.
19/5/11
invisibles
Hoy no hemos salido, pasamos por Sol. Entre la gente, pienso que yo también estoy harta de muchas cosas y, entre ellas, de haber olvidado cómo se para uno a pensar. Dónde empieza la raíz que extiende esta cultura que padecemos. Desde esta vida -suena tan viejo- aburguesada, me aquejo de esa bala peligrosa que, hasta ahora, nos hacía creer que nunca podríamos levantar una voz, que tendríamos que subirnos en marcha a este tren que nos empuja. Los invisibles.
No hay directriz que valga la pena.
Estos días, la ciudad en la que vivo parece haber despertado de varios letargos, de su excusa de no ser de nadie.
Pero, ahora, quiero saber dónde están los pensadores.
Cuando volvemos a casa, la lluvia ha batido las albahacas y el patio susurra que, al menos aquí, estamos a salvo.
17/5/11
14/5/11
Lewis Powell
Desde que V llegó a nuestra casa, me despierto muy tempano. Salimos a dar un paseo bajo una gorra que oculte el despeinado de la noche. Hago cosas que me exigen poca concentración. Esta mañana, por ejemplo, hemos ojeado (porque él lo hace subido a mis rodillas) un libro de historia de la fotografía. A pocas páginas de empezar, me he encontrado con este hombre de belleza canónica y, a la vez, moderna.
Es uno de los implicados en el asesinato de Lincoln: Lewis Powell.
Aunque no se vea, sus manos están esposadas.
Su puntería le falló y no mató a su objetivo, el secretario de estado. Fue ejecutado en la horca el 7 de julio de 1.865.
Sí murió el hombre que redactó la enmienda que abolía la esclavitud, mientras veía una obra de teatro con su familia.
Cuando volvemos a salir a la calle, sobre las nueve, un par de jóvenes que, aparentemente, caminan tranquilos de vuelta a casa tras una noche de fiesta, cogen una botella del suelo y la lanzan contra un balcón de San Bernardo. Sin más. Su puntería no falla y el cristal cae en grandes trozos a la calle.
A veces es muy difícil despertarse y seguir confiando en nuestra especie.