para Mega, esta croniquilla o lo que sea
Esta es la historia de un proyecto naufragado. Una lástima que nunca llegara a buen puerto, aunque ahora, aquella idea de un grupo de ingenieros, nos parezca imposible. La primera vez que llegué allí, fue siguiendo los pasos a un sujeto con el que yo andaba entonces, años hace, y de cuyo nombre reniego, no por él, por mí, que a veces me meto en unos líos un poco raros. Pero la verdad es que desde aquí le agradezco el descubrimiento. Hasta allí se llega caminando desde la casa de mis padres y, desde allí, se ve la casa donde yo crecí, a lo lejos, alta y vigilante, como un parteaguas de mis años.
Fue en el siglo de las Luces cuando se reunió el optimismo y las ganas para crear un canal que, atención, iba a comunicar Madrid con Sevilla por río. Más de 700 kilómetros para que, partiendo de una presa que se construyó en lo que hoy es frontera entre Torrelodones y Las Rozas, enlazaría las cuencas de los ríos Guadarrama, Manzanares, Jarama, Tajo, Riansares, Zancara, Jabalón, Guarrizas, Guadalén, Guadalimar, y Guadalquivir.
La presa del Gasco comenzó a levantarse en 1785 sobre planos del ingeniero Carlos Lemaur y se acabó, de mala manera, en Mayo de 1799, días antes de su muerte, cuando parte del paramento meridional se desmoronó en medio de una espantosa tormenta.
El proyecto se abandonó para siempre.
Su ruina sigue allí, se accede a ella desde Molino de la Hoz, sobre el río Guadarrama, cerca de Madrid, y hubiera actuado como embalse regulador del canal. Con sus 93 metros, esta presa era la más alta del mundo en aquella época. Los problemas de construcción aparecieron desde el primer momento y llegaron a ser tan grandes que, pasados unos años, se abandonó el proyecto. Pero no era una locura, era viable y se calcularon al milímetro los costes y obras. En 1799, se habían alcanzado los 54 m, cuando una fuerte tormenta provocó el derrumbamiento parcial del muro frontal de la presa, así como parte de la estructura interna del mismo; no podemos estar seguros de que esta circunstancia fuese determinante en el abandono del proyecto aunque, con probabilidad, pudo influir en ello.
Ahora está hundida en su valle y a mí me encanta ir a ella, el camino es precioso, e imaginar en el pequeño riachuelo que es el Guadarrama a esa altura, que por ahí pudieron pasar barcos, mercancías, que por allí pudieron surcar el agua viajes y aventuras. Yo hubiera sido porteña, que tiene su encanto.
Allí me he sentado muchas veces con amigos y sola, con las piernas colgando en el vacío, vertiginosa y tranquila, a pensar cómo sigue esto que es la vida.
Esta es la última visita que le hice. Hace un par de meses, con mi madre, con la que aparezco en la foto y con el fotógrafo, dueño de las imágenes. Perdón por la pose conquistadora, pero las manos a la espalda de mi madre, la compensan.