30/3/10

Tetuán

Hubo una vez que reconocía el olor de las comisarías húmedas, de la carne expuesta. Pero hoy tardo un tiempo en acostumbrarme a la intensa mezcla: especias, fruta, cuero, animales muertos (me pareció que era un cachorro de gato dormido en una sombra y tenía fuera la tripa como una desgranada roja).

La Medina de Tetuán

blanco roto de calles azul enjuto arriba apenas tiempo para mirar el cielo.

Abdul es nuestro guía. Camina con las manos en los bolsillos. Fuma a veces. Echa el humo por el hueco que dejan en su sonrisa los dientes. Repite, de forma periódica, palabras como nuevo o mujer. Mi madre compra una foto a un hombre que nos ha perseguido durante toda la mañana con su cámara. Aparece El Fotógrafo como una estrella de rock. Ella, liviana y feliz.




Los dulces llegan en cajas de plástico. Para la boda de la tarde, nos dice. Comemos allí, sobre una alfombra roja y de espaldas a una puerta que esconde un gato y una montaña de basura. Encuentro el sabor del cilantro en la sopa y no me la como. El sabor del pollo cocido y no me lo como. Sí el té y casi toda la torta de pan. Hay un japonés en nuestra mesa. Nos pregunta sobre la siesta, If you were Spanish and he Portuguese, which language do you use? if, if, repite.

Horas después nos despedimos de su pequeño cuerpo canoso en Tanger.

Donde parece que todo ocurrió hace demasiado tiempo.

O está a punto de suceder.

A punto.

29/3/10

Algeciras – Tetuán – Tánger (I)

En el mapa de los sitios donde lloré, ya puedo señalar el puerto azul de Algeciras. Luego el frío en la cubierta alta, el barco bailando de babor a estribor, sacudido por la cola de una ballena. Cómo no lanzarse al agua agitada, intentarlo, al menos, si ya me parece que puedo tocar la Bab Ruah de la Medina de Tetuán y aún no he dejado de escuchar las sirenas porteñas, el choque de la espuma contra la piedra, el aullido de los vencejos de la Estación Marítima.


Costa gaditana mientras el ferry se acerca al puerto de Ceuta

Las montañas del norte de Marruecos son verdes. Ha sido la primera sorpresa. El mar se retuerce para desorientarnos como un papel de plata arrugado. A este lado es brillante. Contamos, un-dos-tres, los velos, los pañuelos, las maletas, las manos sobre las piernas de los hombres que salpican la montaña. La frontera es de alambre, alta. Ya en Ceuta pequeñas hélices afiladas perfilan los edificios. Advierten. No sé qué distancia cósmica se establece entre estos hombres y yo. Es algo que no siento cuando estoy en otros lugares más lejanos. Me siento fría, me arrugo. Me escondo detrás de la palabra “no”. No hago el esfuerzo.

28/3/10

Primer día largo: sábado en la costa, Cádiz

Edibe vuelve a hacer la mezcla ante la mirada atenta de su hijo: curry, pimentón, cúrcuma, jengibre y comino. La bolsa ahora es de los colores de la tierra. Aliñaremos el pollo y el cerdo y pecaremos el viernes. Seguro. Compramos una torta de pan de semillas -de trigo es más rico-, ropa interior, un Playmobil despintado de azul con extremidades articulables y sombrero de vaquero. Yo me quedo muda al borde del escenario del puesto de antigüedades. El gitano da cuerda a un gramófono. Una voz de mujer araña algo parecido a un tango. Me pregunto si así sonaría entonces, en algún viejo salón de Granada, bajo las conversaciones. Hay baúles, cascos verdes de guerra, escotillas oxidadas, mi madre compra una lupa de plata antigua. Me llama desde lejos. Aroa, ¿quieres una? Pero pienso en el polvo que podría recoger en la estantería, pienso que en realidad no es de plata. Ella se asoma feliz a través del cristal. Sonríe gigante. Su ojo es azul. Pestañea.

El resto del día lo he pasado deseando que el sol me sonroje la cara. Imaginando mañana. Europa vista desde el barco, alejándose. Hemos dormido la siesta a la orilla del mar. La playa estaba llena de naranjas. De lejos, parecía una línea de advertencia. Pero el mar seguía expulsando sus hinchados cuerpos brillantes poco a poco. Hasta que toda la costa visible estaba salpicada de sus luces redondas.

La playa en marzo tiene el mismo óxido áspero de las antigüedades del mercado.

Paseamos por el pantalán del puerto. Nos asomamos a los veleros blandos. La teca con su abrigo gris de invierno. Yo quiero un barco, y que salgamos los dos a alta mar, y que invitemos a vino a los amigos en su cubierta. Él me promete un escuadrón entero.

Le doy la mano y, detrás de ella, paseamos de vuelta a casa.



foto a cuatro manos con
David Ruiz

26/3/10

"¿Cómo quieres que escriba una canción

si a tu lado no hay reivindicación?"


Madrid

Dijiste: escribe.

Y yo pensé en las borrascas inmóviles de los mapas del tiempo.


En un lugar cerca del estrecho

Ya nunca temblará
a nuestra vuelta
la costilla
férrea
del invierno.




aquí estamos

foto de David Ruiz
cita de Dulce introducción al caos, de Extremoduro