31/10/08

para que vuelvas

Siete peldaños siete de regreso. Y una espera. Fue húmeda la noche bajo los soportales. Recuerda tú recuerda. Esperar con las manos enredadas en los bolsillos. Allá en la esquinita arriba, en el 121 era la contraseña, avenida 3, con calle 3. La calavera enjuta y sonriente guiñando un ojo, riéndome una mueca. La catrina se provoca a carcajadas y me invita a bailar con ella. Yo le digo que no, que aún no me voy, que suelte las manos, que no está la banda aún sobre el escenario. Que hay silencio y madrugada. Ahora debe estar el parque cubierto de pétalos naranjas arrancados de su corazón caliente. Las mujeres del mercado tiradas por la calle llenas de flores cultivadas lejos. Estas vienen de la montaña, estas de Coscomatepec. Compre, güerita compre. Y allá los changarritos allá desordenados llenos de azúcar. Ahora los niños de Huatusco sonríen delante de los altares. Una fotografía. Los niños jugando con la muerte en siete pasos. Y en cada esquina cada huele el pan dulce recién hecho. No comas la comida no que viene el muerto. Nosotros robamos chocolate amargo al entrar al periódico. No bebas tequila no de los altares. Despertarás tus miedos. Una mano avanza, abajo por mi garganta abajo, y me revuelve los días. Siete recuerdos siete. Y yo, todavía yo, sin mi regreso.

En la foto, mi altarcito en casa, para volver

28/10/08


Y ese andar de no ser de acá
A. Calamaro


Enredó en sus rodillas las palabras
y pronunció
ceniza.
Allí todo era rojo.
Incluso la poesía.
Cuando dice manzanas
hay algo de calor
que a mí me araña
dentro.
Sus árboles,
su agua
es otra muy distinta.
El tiempo al fin es tiempo.
A puro diente firme
ella se abre
camino entre los huesos
tendones de la fiebre
y la rutina
y hay alguien que devuelve
a lo roto la vida.
Caricias para el naúfrago
que respira en la playa.
Y cuando fuma, dijo.

La nieve en una casa
está ansiosa de invierno
para ser pronunciada.



Para Larit,
con mucha vergüenza
pero aún más agradecimiento
por escribir
y así.
(Desde la cocina verde.
Lavadora en marcha y café hirviendo.
Y poniendo gestillos)

24/10/08

el lunes lo pensaré

Disculpe que no me vista de negro.

Que le de la espalda.

No le voy a permitir beber de mis ojeras.



(me han censurado el párrafo que hasta ahorita ocupaba este lugar)

Hablaba de este, luego hicieron esto con él. Lo turbio, tal vez, no deja ver, pero uno lo presiente.

Me voy a terminar la semana a Barcelona, a escuchar el rumor de olas de la voz de Lara. Y de todas las maletas, me llevo la del olvido. La del lunes ya veremos. La tranquila. Pensaré de camino, eso lo sé. Espero no darle mucho la lata a la compañía.

PD_ las pléyades no queremos ser accionistas de lo inerte, muchas gracias

21/10/08

sugerencia

Uno llega a la muerte sin un achaque
del todo tranquilo y en paz,
su sexo lleno de vigor
y jugosa la médula de sus huesos;
y otro muere lleno de amargura,
sin haber comido nunca bien;
y los dos se acuestan juntos en el polvo,
cubiertos de gusanos y lagartijas.

Libro de Job
La Biblia






La cola de la lagartija se retuerce en el suelo muerta después de pisarla. Esa es la sensación. Hermosa y terrible novela. Ahora sí entiendo.
Entre Pascual Duarte y los Hermanos Grimm. Aunque distinta. Escalofrío.

Las lagartijas huelen a hierba. Y sus palabras, también.
De Cristina Sánchez-Andrade.
Acabo de terminarlo.

fragmento

19/10/08


si crecer

era entonces

saberse

cada vez
más vacío

más solo...


15/10/08

Le prometí, en pleno concierto, escribir un poema que incluyera la frase Pregúntame ahora quién es Steven Wilson. Pero entonces no tenía papel. No tenía dónde escribir lo que memoricé y hoy he olvidado. Ayer me invitó a cenar filetes de pollo con salsa de champiñones, hechos con amor, pero también con grumos (poulet a le grumé, me dijo). Y supieron tan ricos. Si no, en seguida lo arreglaba bañándolo en ese tomate al vacío que llega desde las montañas. Ya hemos visto La cosecha del hielo, Zombies party, 12 monos, Batman (la 1 y la 2, él tres veces en el cine), Snatch, Master and Commander, Hierro 3, Sin City, todos los capítulos de Lost, Californication, Weeds y todo aquello que no recuerdo porque me dormí sobre él en el sofá. He intentado leer Buenos Presagios, pero una tiene el humor torpe o flojo o adolescente y no se engancha. Cierra los ojos mientras él lee emocionado. Una desalmada. Aunque sí leí Stardust, que me dejó junto a los zapatos el día de reyes y yo devoré camino de vuelta cuando aún tomaba trenes rumbo noroeste y corriendo para llegar a comer a la mesa familiar.
A cambio, le he ordenado la mesa. Es terrible, lo sé. Pero los codos se llenaban de cosas al tratar de escribir. Cosas, saben.
Y una le coge amor a su desorden. A su cúmulo de cosas. Desde que le conozco, sobre esta madera clara desde la que ahora escribo, siguen inmóviles varios tornillos, dos paquetes vacíos de cigarros Delicados que un amigo trajo de México, la foto de carnet de alguien pasado, un bote de jarabe vacío que compré el pasado invierno para calmarle la tos, un cepillo (esto cosa mía) y suerte que desapareció aquella bolsa de colines.
Y en este cuarto, con el 500 haciendo temblar las paredes cada cinco minutos, sobre la mayor aglomeración de tiendas de chinos de Madrid, con la cama sin hacer, claro, con la ropa, los papeles, los cuentos, la mesilla construida con miles de libros a punto de derrumbe cada noche (libros que yo no leo), las bolsas, los zapatos… nada cambia y entonces vengo y escribo y trabajo aquí y me siento como antes, porque es la estabilidad del desorden donde todo ocupa su justo lugar. Y que a una el caos nunca le importó.
Aún no le he dicho que nunca vi Pulp Fiction. Porque bastante me recuerda que nos queda Kill Bill (la I y la II).
Pero pregúntame ahora quién es Steven Wilson.


La foto de arriba, suya y de uno de 'esos' libros...

La de abajo... ya se ve quien la hizo y con quién, en una callejuela de Lisboa

9/10/08


Ella quería escucharle.
Él quería hablar.
Ella quería que la acariciase.
Él se moría por tocarla.

A los dos lados de la puerta, la cobardía blindó a los amantes.
.
.


7/10/08

Die Sensibilitätt

Das ist nicht gut, repite. Pero Alemania está verde en su centro. Luego estira sus ramas en amarillo, naranja, rojas. Es el otoño del sur. Una acuarela. El otoño en la Schwarzwald. Pero por qué es negra, pregunto. Porque la luz no entra a través de los árboles. Hay millones de relojes de cuco marcando cada paso. Hacia ella o hacia atrás, hacia otra parte.
En el cementerio de Biethigueim una lámina llora a los caídos en la segunda de las mundiales. Son miles y miles. Un niño arranca una mora de la zarza con sus pequeños dedos transparentes. Alguien cuenta dos historias al volante. Una, son los restos de aquella guerra. La otra, es su vida. Yo recuerdo aquel viaje en furgoneta con mi padre bajo la lluvia negra.
El otoño va con nosotros dentro del coche. Atrás quedaron colgando las cestas pintadas de las hortalizas en el patio de la casa. Los rostros del pasado ondean sobre el agua azul de un Danubio estrecho y joven. Pasamos un pueblo que se llama Schönbuch (libro bonito). Yo aprendo las melodías de un grupo nórdico sobre las fotografías que él no está haciendo.
Cuando las nubes se ponen bajas, azul grisáceas y revueltas, escucho las risas junto a los cristales, la sobremesa eterna con aquel embutido que alguien nos envió desde España y que repartimos en trocitos pequeños, como si fuera un tesoro. Los viajes solitarios a Ingolstadt, a Nürnberg, cuando compré aquellas botas que fueron un arma contra la nieve blanca por todas partes.
En el Titisee, el frío me corta la piel, por fin. El aire helado obliga a mirarse para dentro. Tomamos pan negro, una Bratwurst fría y miles de quesos sobre una madera, cerveza espesa. Al final tarta de selva negra en el Maritim, mirando al lago, como a mi padre le gusta hacer cada vez que hasta su orilla llega.
Al día siguiente, alguien cumple 60 años y un húngaro le regala una melodía de trompeta.
A mí me gustaría escuchar de pronto el segundero constante de la nieve. Y correr hasta aquella ventana para ver qué sucede. Y descubrirla blanca sobre el desnudo verde. Pero aún es temprano.


6/10/08

Die Nacht


La mujer que tocaba el violín cuando era niña me lleva a un club de Sttutgart. Pide vodka con red bull. Yo, un mojito cubano. Uno me toca la espalda para pasar con la mano completamente abierta. Me encuentra desprevenida al tacto en las ciudades de ese sur tan del norte. Yo me retiro. Grandes bolas de espejo cuelgan del techo bajo. Una mujer de pelo blanco y muy corto, extremadamente parecida a una amiga, felicita al DJ cuando cambia de ritmo. Mueve las manos y maneja, como una especie de dios rubio, a la masa de cuerpos desencajados. Descubro que la mujer que de niña tocaba el violín es adicta al red bull. Al regresar pone Orishas en el coche por aquello de que hablan español. Me mira y sonríe. No me desagrada si la otra opción eran aquellos golpes rítmicos en mis sienes. La vecina del abrigo rosa fucsia entonces se ha ido a Ibiza, al cierre de las discos, qué suerte, me dice. Cuando el coche alcanza los 180 km/h pasamos por la puerta del palacio de Ludwigsburg. Última parada en la gasolinera. Compra dos latas más.

La foto en: http://www.davidruiz.eu/photoblog/index.php

2/10/08

de viaje



La Alemania del Sur ya no me espera. Se cansó. Por eso voy a ella.


A encontrarme con esa parte descuidada por mí, que la cambió hace tres años y la bajó del podium de la mejor de las nostalgias.


A ella voy.


A olvidar bajos sus ramas mis improvisaciones y traerme su método.


A reconciliar el idioma con mi lengua.


Cinco años son muchos cuando pensé que no podría seguir mirando hacia adelante sin todo aquello. Hace cinco años, el mismo día 2 de octubre, allí me fui un curso de universidad.


Cómo lloré una vez sobre el diccionario preparando un examen.
Vamos a ver cuánto de palabras me queda.