31/10/08
para que vuelvas
28/10/08
Y ese andar de no ser de acá
A. Calamaro
Enredó en sus rodillas las palabras
y pronunció
ceniza.
Allí todo era rojo.
Incluso la poesía.
Cuando dice manzanas
hay algo de calor
que a mí me araña
dentro.
Sus árboles,
su agua
es otra muy distinta.
El tiempo al fin es tiempo.
A puro diente firme
ella se abre
camino entre los huesos
tendones de la fiebre
y la rutina
y hay alguien que devuelve
a lo roto la vida.
Caricias para el naúfrago
que respira en la playa.
Y cuando fuma, dijo.
La nieve en una casa
está ansiosa de invierno
para ser pronunciada.
con mucha vergüenza
pero aún más agradecimiento
por escribir
(Desde la cocina verde.
Y poniendo gestillos)
24/10/08
el lunes lo pensaré
Disculpe que no me vista de negro.
(me han censurado el párrafo que hasta ahorita ocupaba este lugar)
Hablaba de este, luego hicieron esto con él. Lo turbio, tal vez, no deja ver, pero uno lo presiente.
Me voy a terminar la semana a Barcelona, a escuchar el rumor de olas de la voz de Lara. Y de todas las maletas, me llevo la del olvido. La del lunes ya veremos. La tranquila. Pensaré de camino, eso lo sé. Espero no darle mucho la lata a la compañía.
PD_ las pléyades no queremos ser accionistas de lo inerte, muchas gracias
21/10/08
sugerencia
del todo tranquilo y en paz,
su sexo lleno de vigor
y jugosa la médula de sus huesos;
y otro muere lleno de amargura,
sin haber comido nunca bien;
y los dos se acuestan juntos en el polvo,
cubiertos de gusanos y lagartijas.
Libro de Job
La Biblia
La cola de la lagartija se retuerce en el suelo muerta después de pisarla. Esa es la sensación. Hermosa y terrible novela. Ahora sí entiendo.
Entre Pascual Duarte y los Hermanos Grimm. Aunque distinta. Escalofrío.
Las lagartijas huelen a hierba. Y sus palabras, también.
De Cristina Sánchez-Andrade.
Acabo de terminarlo.
fragmento
15/10/08
A cambio, le he ordenado la mesa. Es terrible, lo sé. Pero los codos se llenaban de cosas al tratar de escribir. Cosas, saben.
Y una le coge amor a su desorden. A su cúmulo de cosas. Desde que le conozco, sobre esta madera clara desde la que ahora escribo, siguen inmóviles varios tornillos, dos paquetes vacíos de cigarros Delicados que un amigo trajo de México, la foto de carnet de alguien pasado, un bote de jarabe vacío que compré el pasado invierno para calmarle la tos, un cepillo (esto cosa mía) y suerte que desapareció aquella bolsa de colines.
Y en este cuarto, con el 500 haciendo temblar las paredes cada cinco minutos, sobre la mayor aglomeración de tiendas de chinos de Madrid, con la cama sin hacer, claro, con la ropa, los papeles, los cuentos, la mesilla construida con miles de libros a punto de derrumbe cada noche (libros que yo no leo), las bolsas, los zapatos… nada cambia y entonces vengo y escribo y trabajo aquí y me siento como antes, porque es la estabilidad del desorden donde todo ocupa su justo lugar. Y que a una el caos nunca le importó.
Aún no le he dicho que nunca vi Pulp Fiction. Porque bastante me recuerda que nos queda Kill Bill (la I y la II).
7/10/08
Die Sensibilitätt
En el cementerio de Biethigueim una lámina llora a los caídos en la segunda de las mundiales. Son miles y miles. Un niño arranca una mora de la zarza con sus pequeños dedos transparentes. Alguien cuenta dos historias al volante. Una, son los restos de aquella guerra. La otra, es su vida. Yo recuerdo aquel viaje en furgoneta con mi padre bajo la lluvia negra.
El otoño va con nosotros dentro del coche. Atrás quedaron colgando las cestas pintadas de las hortalizas en el patio de la casa. Los rostros del pasado ondean sobre el agua azul de un Danubio estrecho y joven. Pasamos un pueblo que se llama Schönbuch (libro bonito). Yo aprendo las melodías de un grupo nórdico sobre las fotografías que él no está haciendo.
Cuando las nubes se ponen bajas, azul grisáceas y revueltas, escucho las risas junto a los cristales, la sobremesa eterna con aquel embutido que alguien nos envió desde España y que repartimos en trocitos pequeños, como si fuera un tesoro. Los viajes solitarios a Ingolstadt, a Nürnberg, cuando compré aquellas botas que fueron un arma contra la nieve blanca por todas partes.
En el Titisee, el frío me corta la piel, por fin. El aire helado obliga a mirarse para dentro. Tomamos pan negro, una Bratwurst fría y miles de quesos sobre una madera, cerveza espesa. Al final tarta de selva negra en el Maritim, mirando al lago, como a mi padre le gusta hacer cada vez que hasta su orilla llega.
Al día siguiente, alguien cumple 60 años y un húngaro le regala una melodía de trompeta.
A mí me gustaría escuchar de pronto el segundero constante de la nieve. Y correr hasta aquella ventana para ver qué sucede. Y descubrirla blanca sobre el desnudo verde. Pero aún es temprano.
6/10/08
Die Nacht
La mujer que tocaba el violín cuando era niña me lleva a un club de Sttutgart. Pide vodka con red bull. Yo, un mojito cubano. Uno me toca la espalda para pasar con la mano completamente abierta. Me encuentra desprevenida al tacto en las ciudades de ese sur tan del norte. Yo me retiro. Grandes bolas de espejo cuelgan del techo bajo. Una mujer de pelo blanco y muy corto, extremadamente parecida a una amiga, felicita al DJ cuando cambia de ritmo. Mueve las manos y maneja, como una especie de dios rubio, a la masa de cuerpos desencajados. Descubro que la mujer que de niña tocaba el violín es adicta al red bull. Al regresar pone Orishas en el coche por aquello de que hablan español. Me mira y sonríe. No me desagrada si la otra opción eran aquellos golpes rítmicos en mis sienes. La vecina del abrigo rosa fucsia entonces se ha ido a Ibiza, al cierre de las discos, qué suerte, me dice. Cuando el coche alcanza los 180 km/h pasamos por la puerta del palacio de Ludwigsburg. Última parada en la gasolinera. Compra dos latas más.
La foto en: http://www.davidruiz.eu/photoblog/index.php