Es miércoles. La semana me va fundiendo como este desquiciado mes de octubre. Esos dos coches me vieron llorar en la plaza que he renombrado con una fácil desesperación. Triste gota de lluvia sobre mi pelo en la calle de la Luna. Una mujer muy flaca arrodillada en la puerta de un chino grita que le duele el estómago. No sé qué hacer. Este fue el hermoso camino en sentido contrario a nuestra casa un sábado que salimos a buscar unos libros. Tú ahora lo lees con afán, yo abandoné.
En Pizarro dos amigas deciden plantar cara a la incertidumbre. No es la primera vez. Aunque sí que se sientan, frente a frente, sin más pronóstico que enlazar una historia.
Nunca los temporales vinieron solos ni con tantas ganas. Pero hay una pequeña esperanza, como este paso, como una gabardina comprada antes de tiempo, como el sol poniéndose furioso tras el férreo edificio de Schweppes.
En otra coordenada tú deshaces las horas para verme. Puedo adivinar tu gesto en nuestra casa, con el pequeño blanco correteando, exigiéndote un esfuerzo, me aproximo de memoria y desde cerca a tu gesto. Me acoplaré a tí durante toda la noche.
Me has visto dar el volantazo para volver al mismo punto.
Una y otra vez.
Seremos capaces del invierno. Lo intuyo.
En Pizarro dos amigas deciden plantar cara a la incertidumbre. No es la primera vez. Aunque sí que se sientan, frente a frente, sin más pronóstico que enlazar una historia.
Nunca los temporales vinieron solos ni con tantas ganas. Pero hay una pequeña esperanza, como este paso, como una gabardina comprada antes de tiempo, como el sol poniéndose furioso tras el férreo edificio de Schweppes.
En otra coordenada tú deshaces las horas para verme. Puedo adivinar tu gesto en nuestra casa, con el pequeño blanco correteando, exigiéndote un esfuerzo, me aproximo de memoria y desde cerca a tu gesto. Me acoplaré a tí durante toda la noche.
Me has visto dar el volantazo para volver al mismo punto.
Una y otra vez.
Seremos capaces del invierno. Lo intuyo.