Pero mañana, por fin, ya que los contratos laborales son tan precarios que no lo merecen, voy a usar por primera vez la pluma que lleva mi nombre y me regalaron cuando cumplí los 18 años. Una casa. Está en Madrid, en el mero corazón de la ciudad. Y tiene un patio grande con rosales y geranios y humedad. Gotas del riego que se escapan de las mangueras. Mi abuela tenía un patio en la calle Silvio Abad donde plantó nísperos, un limonero y un naranjo el día que yo nací. Un naranjo que trasladamos luego a Torre, y que allí se quedó, helándose en sus fríos inviernos. Si algún voluntario se ofrece, me encantaría poder ir a robarlo una noche de niebla, mientras los perros y el señor Julio duermen. Porque ese naranjo es mío, soy yo. Como el libro de la Belli, ‘La Mujer Habitada’. Ella, mi abuela, no Davinia, regaba la tierra con botellas de fanta vacías y apretaba la manguera verde para disparar más lejos el agua. El olor de la tierra mojada, de las aceras mojadas de Madrid, que va a volver. Y eso haré yo también. Mi madre dice que no puedo comer ahí en medio del patio, que los vecinos se quejarán, que eso no. Pero tal vez si pueda usar la hamaca que compré a una argentina errante en las playas de la costa oaxaqueña, por fin, y tirarme en ella al sol a leer libros.
Y es mañana...
La casa necesita manos. Y futuro. Y cristales en algunas ventanas aunque por ellos no se cuele el frío enero. Y cocina y bueno, mil cosas. La llave. Las noches. Habrá que hacer inauguraciones por cada uno de sus rincones (¡). Y faltan Marta y Nora, y Laura. Volvemos a ser cuatro.
Es una locura, es bailarle el agua al maldito euribor, es ceder a las horas que quieran robarme mis trabajos, o me ahogaré tal vez... pero... ya saben, que ninguno creemos en el amor a primera vista hasta que se nos echa encima y no sabemos cómo decirle que no.
Y está al lado de nuestro taller.
Y cerca de dos restaurantes mexicanos, por si la nostalgia me sacude.
Y en la calle donde vive mi primer profe de poesía.
Y cerca de casa de Payo, María, Pati y Charo y Sandra y Carla. Y Belén y Erru (por si se asoma)... y los demás.
Y ahí tiene que palpitar, si lo tiene, el corazón de esta ciudad.
Y ya tengo vecinos conocidos sólo cruzando una calle, por si la sal.
(Esta foto del 'patio' es de David)