No recuerdo por qué un día decidí crear este blog. Pero creo que ha sido uno de los ejercicios voluntarios más constantes que he hecho nunca. Y, de sobra, algunos saben que a él se han ido hilando acontecimientos y personas en mi vida.
Hay gente que encontré que tiene nombre.
Por este ‘viaje’ llamé un día a la puerta de la casa de Lara, que invitó a cenar aquí a sus amigos: Nán, Carmen, Rebeca, Peter y varios más. De Nán he recibido los comentarios que más me han removido desde mucho antes de ponerle gesto y compartir sótanos de Madrid. Y de Lara no voy a decir nada. Que corran a leerla. Entiendan.
Después llegó el taller. El Bremen. Y, con él, Conde-Duque, Guille, Virginia, Magapolilla, Mariona, Javier, Bea, Kika. Llegó David a bordo.
Y a los que no pongo cara y se quedaron aquí: Erato, Silvana, Rodolfo, Mega, ‘él mismo’.
Y los que pasaron y pasan en silencio.
Esta es la vida por este espacio. He disfrutado y me he entretenido muchísimo. Da mucha satisfacción que alguien se emocione con unas palabras breves. Esta página desengrasó mi nostalgia mexicana, mi desvarío estival, recoge lágrimas de pura felicidad. Y cómo no, aunque anteriores, también de desencanto.
Pero voy a bajarme un rato en la próxima estación. Voy a quedarme en esta ciudad sin precisar un regreso. Podrán encontrarme en las terrazas al sol, desembalando cajas de mudanza, ordenando los libros de las futuras estanterías, aprendiendo a cocinar.
Es un balance. Una tarde larga voy a darme para ordenar una habitación.
Gracias por acompañarme en el viaje. Yo seguiré leyendo. Claro. Hay palabras que crean adicción. Pero esta casa estará deshabitada por un tiempo. Breve.
Volveré cuando las horas y los espacios tomen su medida justa. Eso será muy pronto. Pero ahora, voy a cerrar esta ventana, voy a darle la vuelta al espejo, voy a apagar las luces del salón. Que estén bien.
Hasta pronto.