que la luna nos palpe
Vuelvo a Granada. Ahora con él.
Qué hacía mi madre cuando en las eternas tardes, bajo la luz verde de la hierba fría recién cortada, yo extendía mi mesa de papeles y lápices. En qué pensaba dentro de aquella C-15 azul marino al pasar por la fábrica de fundiciones, al girar en la curva del polígono, al mirarse al espejo y hacerse una trenza, al secarme el pelo. Pensó en mí antes de que yo fuera yo. Con qué soñaba esperándome de noche a la salida de aquella Casa de Cultura de hormigón donde yo estudiaba el alemán que sigo olvidando. Qué le dijo cuando la suya le reprochó alejarse los 30 kilómetros que hoy nos alejan.
Creo que empiezo a hacerme preguntas muy extrañas.
La poesía fue fórmula. Enterramiento óseo. Hay demasiadas bocas. El amor disipa el verso. La honestidad barre la imagen. No hay poema sin tocar la arena. Vuelvo a la cama y soporto la dilatacón inútil de las caderas. Suena una canción de Holly Godlightly. Come the day. No recuerdo del sueño si era el tintineo de la maceta de cobre contra la ventana lo que me hizo despertar. Llega un olor a manzanas quemadas desde la cocina verde. A él no puedo engañarle cosiendo letras. Tendremos que acotar este guión. Ella le mira sabiendo que él sabe. Ahora que decimos Boston, México City, Granada. El baño huele a suavizante. A algodón limpio. Ellas dicen: historia de las lágrimas. Da igual lo que enciendas: Belén Esteban. De quién me escondo yo ahora. Tal vez, mi nube pueda ser de qué. ¿Llegarán las ficciones?