19/1/13

el día de rencor o collage de textos anacrónicos



Es 15 de septiembre. Es el día del rencor y lo quiero pasar con mi madre. Me ha invitado a cenar en una pizzería que yo he elegido. Combi de cerveza y porción. Ella es feliz cuando no gastamos mucho dinero. Sonríe con su boca rosa y sus ojos azules. Me hace gestos para que mire los tatuajes del camarero. Le encanta ver la calle llena de gente más allá de las diez de la noche. Paso este día con ella porque para eso me trajo. Me trajo, de vuelta, sí. Para celebrar todos los 15 de septiembre conmigo. Es mi castigo para ella, aunque esto le haga feliz. Cada 15 de septiembre me tomo el trabajo de perdonarla. También murió mi abuela un día quince del mes nueve. Pero eso sería dar una vuelta de tuerca muy larga.

Ha venido a buscarme por la tarde a casa en su deportivo rojo. Se ha bajado las gafas de sol y me ha mirado de arriba abajo.

Me lo regalaste tú.
Ya hija, pero esos zapatos.
Vale.

Los 15 de septiembre ella no dice nada que pueda tensarme. Sabe que estoy al borde del grito todo el día. Es inteligente y opta por la suavidad y la atención.

Él no viene.
No, es el día del rencor, mamá. Soy tuya.
Prefiero un día del rencor, así, declarado, que un año mordiéndote la lengua.

Saliendo de la pizzería, hemos pasado por la puerta de un bar donde había una fiesta patria de inmigrantes. Se ha tensado porque ella no contaba con eso. Se oía cantar a un triste mariachi en medio de un corro de borrachos. Yo he suspirado y mamá me ha puesto la mano en la cintura y me ha obligado a acelerar el paso.

No mires. Ya pasó, ha querido decirme. Pero solamente me ha espabilado.

Al llegar a mi casa he mirado muy de cerca el altarcito de muertos que hay en la estantería de los libros. Como si en vez de catrinas de papel maché, dentro, tuviera peces. Frida sonríe detrás de diminutas filigranas. Sonríe pero no respira. He pensado en hacerme mi propio altar. Para que la que soy ahora pueda hacer su ofrenda a la que yo era.

El ventilador zumba en la penumbra del dormitorio. Cuando entro, el perro se mueve debajo de la cama. Adivino que se está chupando una pata, bosteza y vuelve a caer.

Mi novio está dormido en la postura del escalador ocupando parte de mi lado del colchón. Cuando uno se va, el otro ocupa su espacio, aunque digamos que es para probar, es pura conquista de territorios. La sábana le llega a la cintura, tiene el pecho descubierto, las piernas robustas y la boca relajada. Me he acoplado a su espalda. Es suave. He cerrado los ojos.

He soñado que él era el otro hombre.
*
Le toco las yemas de los dedos. Con cada dedo, una yema.
Es lo más erótico que hemos hecho juntos.
Lo más lejos que hemos estado.
*
Hoy es 16 de septiembre, laboral, y puedo asegurar que el rencor deja resaca. Aunque no es especial, a la vez que yo era despedida del que prometía ser un trabajo perfecto (nunca lo fue), moría el líder de la izquierda antigua de mi país. El que llevaba peluquín y un nombre falso entonces. Al que agarré del brazo y atravesamos juntos el hall de un teatro del centro para que recitase algún verso. La presidenta de la región también ha muerto, bueno, ha abandonado su cargo. Podría habernos ahorrado terrores si lo hubiera hecho antes. El periódico dice que Gardel era francés. Definitivamente, el mundo, fuera de la gris oficina estaba siguiendo. A su aire.  

11/1/13

ciudades finitas


La pequeña taza blanca de café que le ha costado tres euros le sabe a gloria porque ha comprado, para leerlo a la vez que lo bebe, el periódico de su país. Entre las páginas busca la información deportiva y confirma si ese fichaje ha sido pagado para el equipo de la ciudad.

Si fuera archimillonario, dice, te compraría esa casa con terraza arriba, para que pudieras llenarla de plantas. Y haríamos barbacoas con los amigos –piensa ella-, una fiesta nocturna sobre los tejados de Roma. El skyline de la ciudad iluminado: cúpulas, monumentos recortados por la Luna, otra fiesta allá a lo lejos. 


Y cada tarde, se sientan en la escalinata del Palacio de la Ópera. Miran salir a los espectadores  contentos, de la mano, tomar un taxi, buscar un pequeño restaurante donde cenar. Si algún día fuera a la ópera -le dice ella- me pondría muy guapa. Él no responde. Da otra calada al cigarro y sobre el alboroto se escucha el sonido áspero de su barba contra la chamarra negra. Él dice poco. Pero la rodea por la cintura y le da un beso en el pelo. 

Acaba de empezar el año nuevo.