Saben que la vida nos retuerce los pasos. Hablo con un amigo con horario distinto. Hay mucho ruido fuera. Lo hacen ellos. Los que cada tarde rodean mis palabras, las ciñen, las vacían. Y, ¿el permiso? Son gente que decide. Son grises y son tuertos. La tierra más abajo está cerca del cielo. Un camino de arena. El coche que levanta polvo y ojos. Hablo con un amigo. El amigo promete. Le digo que le creo, y a sabiendas. Olía a madreselva. A bugambilia: rosas, naranjas, blancas. Mi madre las miraba sorprendida. En casa se nos hielan. El tiempo cura, a veces, tan sólo por encima y la máquina que oprime nuestras venas, rebela mecanismos insurgentes. No sé cómo explicarles las aceras distintas. El motor de la gente. Lo supérfluo de todo lo que queda a la vista. Desentrañar lo obseso. No sé cómo llevarles a las noches. A un vaso en una mesa cuyo tacto ya pierdo. Día a día, lo olvido. Explicarles que sueño con un animal pequeño que se duerme en mi brazos. Que sueño que atravieso el mundo conduciendo. Ustedes desearían como yo aquel cansancio. Pasear distraidos. Y ese olor a piña y a gasóleo. Esa soledad tan repartida. Y el pulmón agotado de sentir tantas curvas. Las idas. Las de vuelta. No saber la salida ni señalar el mundo. Hablo con un amigo que se duerme, mientras yo me despierto en una casa en calma. La vida nos devuelve por espejos distintos. La ventana está abierta y se distrae. El autobús 500 hace temblar el cuarto.
La muchacha se asoma -en la calle los rasgos son los mismos- sorprendida.