25/2/13
17/2/13
Cuando desaparece esa fingida
indiferencia, te das cuenta de que una comezón extraña está trabajando por ti
muy adentro. Es la rabia. Se abre como un pétalo esperado, ahí, entre las
costillas. Es la rabia –puedes decir injusto, pero qué demodé-. Entonces te
gustaría desnudar algunos cuerpos. No desnudar de placer de tocar de sentir,
para ellos quieres un desnudo vergonzoso, devolverles lo hombre, restarles la
corbata, la sociedad de clases. Decir tienes una peca, una malformación en las
piernas, ese pliegue en los pechos –desapruebas-, te falta carne y te sobra
grasa. Quieres verles cruzar Banco de España desnudos, humanos. Podrán
conservar el maletín con sus papeles. No fastidies, qué papeles. Apuntes de
reuniones donde nada se salva, ideas sueltas de equis, epifanías idiotas para
engrosar la cuenta de resultados. Mis pequeños jefecitos de la mercadotecnia
que se vuelven locos cuando te saltas la norma. Que matarían a flechazos a un
ciclista, ratas con ruedas, gritan despeinados desde su audi. Todos fueron de
izquierdas, con sus periódicos a medida de izquierda, se emocionan con los
escritores de izquierda, pero dicen celebrity, teaser, esic, ambient. Llorar
es de débiles, reír de ordinarios, comer una impudicia, tu barrio es
pintoresco, tomar el sol, mundano. Tenían una casa rural pero la niña se juntó
con los del pueblo e hicieron las maletas. Árboles genealógicos, abolengo,
casta. Son los todoterrenos de la vida que regalan consejos que casi te
creíste.
Son los de gris de Michael Ende. Mucho
más viejos que su propia identidad.
13/2/13
para p
Pásele de
nuevo, güerita. Que sea esta vez no es el tequila el que nos cala hasta la sombra. Algo sí he aprendido. Algo me he camuflado. Mis vaqueros se
han estrechado y ensanchado casi a la moda. Digo casi porque, a veces, sin
bolsillos, me gusta ponerme ese culo extraño. Tú silbabas a los chavos, chaparra.
Acuérdate, güerita: tú caminando desnuda por aquella playa, la camisa del uniforme a la cintura. Un email-revolución.
Aquello fue azul azul. Será el tequila –decías todo el tiempo- o este clima
tropical. Yo tengo esta pena que se cocina en mi hígado. No es ni mucho menos
poesía, la abuela que seré ya no escribe poesía. Llovía tanto aquel agosto.
Veíamos llover sentadas en la puerta de la casa y mano a mano. Venían a visitarnos, a sacarnos a bailar. Aquí no se baila como allá. Y las dos, papas con huevo, litros de toronja. Inventaste
canciones. Pero ya no soy inspiración de nada. Luego entramos allí donde los instrumentos y empezó la otra vaina. Te reíste de mí, de mi escote y
de la raya negra que bordeaba mis ojos algunas noches. Y aquí llueve a
sorbitos. Aquí todo tiene mucha precaución con lo telúrico. Y poca con lo
burocrático. Aquí los papeles son brutos y ansiosos. Quién iba a decírnoslo,
güerita, que apenas vería a tu chamaco, que no me reconocería. Yo tampoco lo
entiendo. Cómo se nos ha escapado. Que sirva o no, que la leas o no, esta es mi parte: vamos a hacer un esfuerzo más porque algo valió la pena. Aunque ya nunca
vamos a curarnos. Porque aquel fue nuestro único paisaje y todo lo que
arrastramos es una terrible abstinencia de locura.
8/2/13
la tarde
me deja sorda el silencio
de la casa
así que he puesto tres veces seguidas la cara B de un disco de Billie Holiday
all of me...
(solo sea volver a presionar el start y clac, luego la aguja sobre el vinilo y arranca, diez segundos)
... y Herta Müller me encuentra sin abrigo:
Tiemblan las flores en el bancal sobre los gatos que chillan
enzarzados y se bombean fuego en la barriga y gimen cuando les
inyectan semen en el vientre y se llenan el hocico de arena a fuerza
de chillar.
En el moral, las gallinas son arrancadas de su sueño, aletean un
instante en el aire, caen pesadamente al suelo y acaban describiendo
sobre la arena círculos concéntricos cada vez más pequeños, hasta
que ya sólo tocan un punto y pesan tanto que sus patas no pueden
sostenerlas.
Y entonces se desploman, arquean el cuello, abren el pico y se
ahogan en la oscuridad. Mientras la luna cae y cae.
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