Cuando desaparece esa fingida
indiferencia, te das cuenta de que una comezón extraña está trabajando por ti
muy adentro. Es la rabia. Se abre como un pétalo esperado, ahí, entre las
costillas. Es la rabia –puedes decir injusto, pero qué demodé-. Entonces te
gustaría desnudar algunos cuerpos. No desnudar de placer de tocar de sentir,
para ellos quieres un desnudo vergonzoso, devolverles lo hombre, restarles la
corbata, la sociedad de clases. Decir tienes una peca, una malformación en las
piernas, ese pliegue en los pechos –desapruebas-, te falta carne y te sobra
grasa. Quieres verles cruzar Banco de España desnudos, humanos. Podrán
conservar el maletín con sus papeles. No fastidies, qué papeles. Apuntes de
reuniones donde nada se salva, ideas sueltas de equis, epifanías idiotas para
engrosar la cuenta de resultados. Mis pequeños jefecitos de la mercadotecnia
que se vuelven locos cuando te saltas la norma. Que matarían a flechazos a un
ciclista, ratas con ruedas, gritan despeinados desde su audi. Todos fueron de
izquierdas, con sus periódicos a medida de izquierda, se emocionan con los
escritores de izquierda, pero dicen celebrity, teaser, esic, ambient. Llorar
es de débiles, reír de ordinarios, comer una impudicia, tu barrio es
pintoresco, tomar el sol, mundano. Tenían una casa rural pero la niña se juntó
con los del pueblo e hicieron las maletas. Árboles genealógicos, abolengo,
casta. Son los todoterrenos de la vida que regalan consejos que casi te
creíste.
Son los de gris de Michael Ende. Mucho
más viejos que su propia identidad.
1 comentario:
Los describes muy bien.
Y el deseo de avergonzarlos con solo mostrarlos al desnudo, muy comprensible.
Un beso.
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