17/2/13


Cuando desaparece esa fingida indiferencia, te das cuenta de que una comezón extraña está trabajando por ti muy adentro. Es la rabia. Se abre como un pétalo esperado, ahí, entre las costillas. Es la rabia –puedes decir injusto, pero qué demodé-. Entonces te gustaría desnudar algunos cuerpos. No desnudar de placer de tocar de sentir, para ellos quieres un desnudo vergonzoso, devolverles lo hombre, restarles la corbata, la sociedad de clases. Decir tienes una peca, una malformación en las piernas, ese pliegue en los pechos –desapruebas-, te falta carne y te sobra grasa. Quieres verles cruzar Banco de España desnudos, humanos. Podrán conservar el maletín con sus papeles. No fastidies, qué papeles. Apuntes de reuniones donde nada se salva, ideas sueltas de equis, epifanías idiotas para engrosar la cuenta de resultados. Mis pequeños jefecitos de la mercadotecnia que se vuelven locos cuando te saltas la norma. Que matarían a flechazos a un ciclista, ratas con ruedas, gritan despeinados desde su audi. Todos fueron de izquierdas, con sus periódicos a medida de izquierda, se emocionan con los escritores de izquierda, pero dicen celebrity, teaser, esic, ambient. Llorar es de débiles, reír de ordinarios, comer una impudicia, tu barrio es pintoresco, tomar el sol, mundano. Tenían una casa rural pero la niña se juntó con los del pueblo e hicieron las maletas. Árboles genealógicos, abolengo, casta. Son los todoterrenos de la vida que regalan consejos que casi te creíste.  

Son los de gris de Michael Ende. Mucho más viejos que su propia identidad. 


1 comentario:

Portarosa dijo...

Los describes muy bien.
Y el deseo de avergonzarlos con solo mostrarlos al desnudo, muy comprensible.

Un beso.