13/10/13

avenida 6

El abuelo nos trae unas naranjas verdes que, por dentro, son azúcar. Las parte en cuatro y nos deja un plato lleno de ellas. E. y yo no podemos dejar de comerlas. Minutos antes, ella se ha acercado a mí. Yo era la extraña. Y me ha mirado sin hablar con unos ojos redonditos igual que los de su padre. Le he pedido que me ayude a escurrir unos vaqueros sobre la hierba. Los hemos retorcido hasta sacar todo el agua. Luego nos hemos sentado frente a frente. Con las piernas colgando y comiendo las frutas. En ese silencio de los niños, donde todos podemos mirarnos a los ojos. Pensar, ah, eres tú, sí, has crecido, ah sí, la amiga de allá, sí. Pero nadie dice nada. Solamente nos llevamos gajos y gajos a la boca y chupamos el néctar dulzón. El sol todavía pega fuerte y hay algo ajeno que, de pronto, me resulta extrañamente cómodo y familiar. Como si ya hubiese comido gajos de naranja con E., como si alguna vez ya hubiera estado aquí, en mitad de esta familia. 

1 comentario:

virgi dijo...

Son quizás las naranjas/magdalenas las que te han llevado a esa otra posibilidad.
Besos