Felipe me leía a Ginsberg de pie en su casa de San José. Tal
vez llovía fuera. Yo aún no conocía el Aullido.
Y él lo leía desde lo alto moviendo los brazos. Es el recuerdo más fuerte
que tengo de él, porque de antes solamente aquella
copa de vino en un jardín rodeado de amigos. Nos volvimos locos dando al repeat de la canción, “brindemos que es
el momento”. Aquella comida, los moscos clavándose en mi pie. La inyección. Y
aquel cumpleaños en que salimos de madrugada a la calle y gritamos Ma-ya-bel y
nos subimos al coche rumbo a Palenque y todos caímos dormidos antes de escapar
de la ciudad. Cuando abrimos los ojos, solo habíamos llegado a Catemaco, la
tierra de los brujos, y el sol entonces nos pegó en toda la cara, destrozados, con
los párpados negros, con la ropa sucia. Y yo me olvidé de la visita de una amiga
y le decía desde la carretera “ya voy ya voy” y estaba a cuatro horas de nuestra
casa. Él no entiende que yo vuelva a Córdoba; y le respondo que aquel fue un
tiempo brillante del que extraño el valemadre.
Años después, nos vimos en un lugar que nos pareció el fin del mundo. La selva
verde de Tabasco. Vivían en una casita en un pequeño pueblo donde la lluvia
de las tres de la tarde despertaba el vapor y empapaba mis trenzas. Y allí nos
quedamos atrapados. Sin teléfono. A veces sin agua. Con la tensión subterránea. Pero regresaron a la ciudad donde coincidimos por primera vez y
estamos deseando volver a brindar y repetir los mismos versos de las mismas
canciones. Hoy hemos desayunado juntos, en Fortín de las Flores, con su mujer,
Mónica, unas picaditas rojas y muchas palabras, trazando planes, maldiciendo el
capitalismo, siempre zapatista, siempre disidente.
Con el Chapu en Oxolotán en 2009
4 comentarios:
Espero que estés disfrutando tanto como parece, Aroíña.
Qué va. Si lo hace por el bien de la cultura; pero le repatea cruzar lA m-30.
al extremo, es decir, si cruzo la M-30 es para venir a Veracruz
Lo estoy pasando poca madre. Aunque esta mañana ya sentí que me barruntaba la catarsis.
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