Por mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese arte de llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos, o llegaban en olas transparentes contra las ventanas, y cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de invierno.
Frente a mi casa, la calle se convirtió en un inmenso mar de lodo. A través de la lluvia veo por la ventana que una carreta se ha empantanado. Un campesino, con manta de castilla negra, hostiga a los bueyes que no pueden más entre la lluvia y el barro.
Por las veredas, pisando en una piedra y en otra, contra frío y lluvia, andábamos hacia el colegio. Los paraguas se los llevaba el viento. Los impermeables eran caros, los guantes no me gustaban, los zapatos se empapaban. Siempre recordaré los calcetines mojados junto al brasero y muchos zapatos echando vapor, como pequeñas locomotoras.
Confieso que he vivido, Pablo Neruda
4 comentarios:
Del gran Neruda cargaba yo Residencia en tierra, en mis años juveniles, como un talismá. Me sabía sus poemas tristes, suicidas, dolorosos.
Besos, Aroa
qué bueno
agujas
locomotoras
yo comenté aquí?
o me equivoqué?
La lluvia hace que apetezca pasear y luego quedarse en casa.
Un primor.
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