Acuérdate de Rocapartida y lo cuentas desde dentro, me obliga.
Como si hiciera falta acordarse. Ese lugarcito es el último fin del mundo donde
he estado. Acuérdate que llegamos de noche en la camioneta de Oswaldo y
ocupamos dos cabañas. De los cangrejos bajo la luz de las linternas. Acuérdate que don Norber nos cortó leña y estuvo un rato
con nosotros. Sandwiches de jamón, queso, chile y mayonesa. Acuérdate que, por más que
le insistimos, él no quiso cantar. Sí cantaron los muchachos hasta que les
dolieron los dedos de rasgar la guitarra y darle a las congas. Cantaron mejor que nunca. Que empezó con esa canción que, de pronto, se te clavó como la aguja de un reloj entre los ojos. Vértigo. Acuérdate
de lo triste que estabas hablando de los temas que traías, del perfil de la
luna sobre el agua, de cómo la hierba fue conquistada por los reptiles.
Acuérdate que tú entonaste un flamenco asalvajado por el ron bajo alguna
constelación inexacta ya. Que yo canté pero me olvidé la letra. Que estuvimos
escuchando las estrellas fugaces. Por fin, en silencio. Todos tirados boca
arriba con el cielo boca abajo. Acuérdate de la mañana siguiente. Cuando nos
despertamos temprano pero pensamos que ya era mediodía porque el sol rayaba un
horizonte curvo. Aquí nada es curvo, compáralo, aquí siempre aparece un
edificio, un grito que nos distrae, una silueta. Allí el mar daba la vuelta
sobre sí mismo y tú no sabías, me dice, qué era el norte y qué el sur.
Acuérdate de los desayunos y las moscas. De la familia de don Norber cortando
los plátanos a machetazos. Del paseo en la lancha, cuando vimos la roca partida y nos
tiramos al agua y vimos los erizos del mar arrugarse bajo nuestra sombra.
Acuérdate de la caminata por el borde del mar hasta la desembocadura. Allí el agua
era fría pero tú no quisiste bañarte. Llevabas un palo largo en la mano y la
toalla atada al cuello como una capa de heroína europea. Del pescado recién sacado de ese mar al fuego. Acuérdate que llegó la
tarde y los muchachos se marcharon de pronto a sus obligaciones y nos quedamos
allí, en ese fin del mundo, y trepamos hasta el faro y estaban rodando una
película y vimos toda la costa desde arriba, con su verde; atravesamos campos
de ganado y vimos la tormenta arder más allá de las últimas montañas. Acuérdate
que dormimos y, a la mañana siguiente, tomamos, al menos, cinco autobuses para salir de allí y estuvimos viajando todo el día hasta la capital y ya tú no te quitaste esa nostalgia de la
boca durante el resto del viaje. Acuérdate y me lo escribes para la revista.
4 comentarios:
¿¡Que te olvidaste de una letra!? ¡Me perdí algo histórico! Aunque más envidia me da lo de los horizontes curvos. Mientras, yo, aquí, compraba un tocadiscos, para tener algo redondito que mirar.
Aunque el tú y el yo están confusos... A mí no me olvidó (aunque ya se me han olvidado muchas, ese noche lo olvidado fue repuesto por lo inventado).
:)
Perdón por entrometerme.
Yo no olvido nunca nada de lo que no he vivido.
Esa es una gran frase.
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