Tengo 30 años. Voy sola en un tren de alta velocidad que cruza nuestra península de centro a nordeste. De mi dirían que soy caucásica, medio rubia, con algo de sobrepeso, tranquila en el movimiento y algo ensimismada por el paisaje, desdibujado por la alta velocidad en forma de cárcavas naranjas y sequía. Viajo por trabajo. Es mi forma de empezar estas vacaciones. Voy a presentar en libro de un joven talento empresario. Un supuestamente divertido y perspicaz presentador-showman de televisión estará también. No me emociona. Tengo varios amigos que viven en la ciudad a la que me dirijo, pero han decidido viajar por Semana Santa. El resto de amigos estará a estas horas comiendo marmitako y tiramisú en la Euskal Etxea. Me gustaría imaginar algunas de sus caras. Lo hago y, entonces, siento una punzada de rabia.
Me gusta viajar sola, no lo puedo negar, hace años que no lo hago. De todas mis escapadas, recuerdo con mimo aquella a Puebla. No dormí. Llegué el sabado por la mañana y a las 7 del domingo tomaba mi camion de vuelta al rancho. Sin embargo, apenas recuerdo qué hice cuando estuve en Querétaro, también en México, tres días. Sí la soledad y algunas pinceladas de las horas. Las paredes de la pensión eran muy altas, amarillas y con manchas de humedad. El cuarto, un zulo que daba a un patio interior donde se apilaban infinidad de cosas abandonadas. Sobre los muelles enfermos de aquel colchón escribí algo sobre el Santuario de las mariposas. Dormí vestida. Y no sé por qué aquellos días me paseé por la ciudad con una gorra roja y una mochila y yo no suelo llevar ni una cosa ni la otra. En estos momentos, me vuelvo desordenada en los horarios, complaciente conmigo misma y descuido los detalles que, a diario, en compañía, me autoexijo. Me pregunto entonces si al Fotógrafo le gustaría más mi yo solitario y viajero. Por si acaso, no lo dejaré asomar en casa.
Sarrià
Acabo de enterarme, Sarriá-Sant Gervasi es el barrio de la burguesía catalana (escribir esto y pensar en personajes de libros de Marsé). Me he despertado temprano para desayunar en el hotel. No sé por qué, cuando miro a compañeros de salón, todos me parecen parejas despampanantes y con una solida y fulgurante carrera profesional que acaban de despertararse después de una noche de buen sexo.
Podría decir que esta es una calle de París, o aquella donde estaba nuestro hotel en Berlin, pero los edificios tienen una capa de mugre muy nuestra. Fue anoche, cuando paseaba por la plaza Universitat que pensé que somos unos maestros para barrer lo sucio y guardarlo debajo de las camas para que no se vea.
No sé por qué decido esto antes de levantarme de la mesa de desayuno, pero lo hago: hoy me pintare los labios de rojo.
Sábado: noticias
Hoy ha salido el Fotógrafo en El País. Me lo ha dicho por teléfono cuando le he llamado des una cabina. Llevo unas horas sin batería. Me he sentido como una novia antigua que escucha el 'clonc' de las monedas cobrándose el amor. He cruzado feliz la plaza Cataluña, la crítica es buena. El Fotógrafo es una de las personas más humildes que conozco. Carece de altivez y egocentrismo. Ha ejecutado su libro como desarrollaría una demostración matemática. Sin embargo, hay líneas que, sin recurrir a argucias líricas, están llenas de emoción.
Últimamente tenemos un nuevo ritual nocturno: antes de dormir, leemos algunas páginas en alto de un libro que lleva años insistiendo que lea: El tío Petros y la conjetura de Goldbach. Es gracioso verle emocionado cuando se nombra a algunos matemáticos célebres.
Rabia de no haber estado esta mañana en nuestra cocina, con la mesa cubierta por los periódicos del sábado y descubrirle, despertarle, con su reseña en el periódico más importante de este pobre reino.
También había otras noticias hoy:
“No creo que el presidente (Hugo Chávez) dure más de siete meses”, asegura su médico.
“El Gobierno, preocupado por la repercusión internacional de algunas imágenes violentas de la huelga”, la huelga en sí preocupa menos. A esto me refería con lo de barrer la basura y meterla debajo de las camas.
Aramburu: “Quizá la belleza no sea sino la huella que deja una proyección de fenómenos externos en nuestro interior”.
“Los nuevos autores mexicanos se alejan de la guerra contra las drogas para explorar las violencias más íntimas de un país desengañado”, Luis Prados, corresponsal de El País en México.
“El actor protagonista de Mad Men tiene casi tantas sombras como su personaje”.
Raval
Desde que supe que iba a venir a Barcelona, me imaginé sentada al sol en esta terraza (hecho). Barcelona sin Clara no es lo mismo. Tampoco sin Jordi. Cataluña es Jordi, pero Barcelona es Clara. Y ella sabe cómo hacer que cualquier lugar parezca bonito. Asombrosa. Lo difícil es fácil. Lo triste tiene salida. Madrid gana con ella. Pero vengo a Barcelona y veo asomar las palmeras de su terraza mientras ella viaja por Italia, y la ciudad pierde.
He entrado a la Central del Raval, quería hacerme con un libro de poesía. Me he enfadado mucho conmigo por mis métodos de selección del título. No estoy orgullosa pero:
No elijo poetas que siguen preguntando qué es la vida o qué hacen aquí.
No me fío de la generación de mujeres que escribieron durante el franquismo.
No a los postmodernos, las vanguardias ya tienen un siglo.
No consumo verso que no sea libre. Me gusta mascar el ritmo propio de las palabras.
No a la temática de la naturaleza. No en este momento de mi vida.
No a las poetas suicidas. Me cansé.
Al final, he salido de allí con un libro de Trasntrömer, el Premio Nobel sueco. Este fue el verso que me sedujo:
“En el negro hotel duerme un niño.
Y afuera: la noche invernal
donde ruedan los dados de ojos desorbitados”
También me he comprado una gabardina marinera.
Que significa vacaciones.
Me gusta viajar sola, no lo puedo negar, hace años que no lo hago. De todas mis escapadas, recuerdo con mimo aquella a Puebla. No dormí. Llegué el sabado por la mañana y a las 7 del domingo tomaba mi camion de vuelta al rancho. Sin embargo, apenas recuerdo qué hice cuando estuve en Querétaro, también en México, tres días. Sí la soledad y algunas pinceladas de las horas. Las paredes de la pensión eran muy altas, amarillas y con manchas de humedad. El cuarto, un zulo que daba a un patio interior donde se apilaban infinidad de cosas abandonadas. Sobre los muelles enfermos de aquel colchón escribí algo sobre el Santuario de las mariposas. Dormí vestida. Y no sé por qué aquellos días me paseé por la ciudad con una gorra roja y una mochila y yo no suelo llevar ni una cosa ni la otra. En estos momentos, me vuelvo desordenada en los horarios, complaciente conmigo misma y descuido los detalles que, a diario, en compañía, me autoexijo. Me pregunto entonces si al Fotógrafo le gustaría más mi yo solitario y viajero. Por si acaso, no lo dejaré asomar en casa.
Sarrià
Acabo de enterarme, Sarriá-Sant Gervasi es el barrio de la burguesía catalana (escribir esto y pensar en personajes de libros de Marsé). Me he despertado temprano para desayunar en el hotel. No sé por qué, cuando miro a compañeros de salón, todos me parecen parejas despampanantes y con una solida y fulgurante carrera profesional que acaban de despertararse después de una noche de buen sexo.
Podría decir que esta es una calle de París, o aquella donde estaba nuestro hotel en Berlin, pero los edificios tienen una capa de mugre muy nuestra. Fue anoche, cuando paseaba por la plaza Universitat que pensé que somos unos maestros para barrer lo sucio y guardarlo debajo de las camas para que no se vea.
No sé por qué decido esto antes de levantarme de la mesa de desayuno, pero lo hago: hoy me pintare los labios de rojo.
Sábado: noticias
Hoy ha salido el Fotógrafo en El País. Me lo ha dicho por teléfono cuando le he llamado des una cabina. Llevo unas horas sin batería. Me he sentido como una novia antigua que escucha el 'clonc' de las monedas cobrándose el amor. He cruzado feliz la plaza Cataluña, la crítica es buena. El Fotógrafo es una de las personas más humildes que conozco. Carece de altivez y egocentrismo. Ha ejecutado su libro como desarrollaría una demostración matemática. Sin embargo, hay líneas que, sin recurrir a argucias líricas, están llenas de emoción.
Últimamente tenemos un nuevo ritual nocturno: antes de dormir, leemos algunas páginas en alto de un libro que lleva años insistiendo que lea: El tío Petros y la conjetura de Goldbach. Es gracioso verle emocionado cuando se nombra a algunos matemáticos célebres.
Rabia de no haber estado esta mañana en nuestra cocina, con la mesa cubierta por los periódicos del sábado y descubrirle, despertarle, con su reseña en el periódico más importante de este pobre reino.
También había otras noticias hoy:
“No creo que el presidente (Hugo Chávez) dure más de siete meses”, asegura su médico.
“El Gobierno, preocupado por la repercusión internacional de algunas imágenes violentas de la huelga”, la huelga en sí preocupa menos. A esto me refería con lo de barrer la basura y meterla debajo de las camas.
Aramburu: “Quizá la belleza no sea sino la huella que deja una proyección de fenómenos externos en nuestro interior”.
“Los nuevos autores mexicanos se alejan de la guerra contra las drogas para explorar las violencias más íntimas de un país desengañado”, Luis Prados, corresponsal de El País en México.
“El actor protagonista de Mad Men tiene casi tantas sombras como su personaje”.
Raval
Desde que supe que iba a venir a Barcelona, me imaginé sentada al sol en esta terraza (hecho). Barcelona sin Clara no es lo mismo. Tampoco sin Jordi. Cataluña es Jordi, pero Barcelona es Clara. Y ella sabe cómo hacer que cualquier lugar parezca bonito. Asombrosa. Lo difícil es fácil. Lo triste tiene salida. Madrid gana con ella. Pero vengo a Barcelona y veo asomar las palmeras de su terraza mientras ella viaja por Italia, y la ciudad pierde.
He entrado a la Central del Raval, quería hacerme con un libro de poesía. Me he enfadado mucho conmigo por mis métodos de selección del título. No estoy orgullosa pero:
No elijo poetas que siguen preguntando qué es la vida o qué hacen aquí.
No me fío de la generación de mujeres que escribieron durante el franquismo.
No a los postmodernos, las vanguardias ya tienen un siglo.
No consumo verso que no sea libre. Me gusta mascar el ritmo propio de las palabras.
No a la temática de la naturaleza. No en este momento de mi vida.
No a las poetas suicidas. Me cansé.
Al final, he salido de allí con un libro de Trasntrömer, el Premio Nobel sueco. Este fue el verso que me sedujo:
“En el negro hotel duerme un niño.
Y afuera: la noche invernal
donde ruedan los dados de ojos desorbitados”
También me he comprado una gabardina marinera.
Que significa vacaciones.
7 comentarios:
No quiero que estés lejos, pero quisiera que estuvieras viajando por mucho rato para leerte así, cada día, parar de hacer todo y leerte.
Yo me hubiera comprado el mismo libro hoy, por cierto.
Y la gabardina, maravillosa.
Te pasaré a Transformer o Trastorner con los versitos subrayados. ¡Yo quiero verte! Si prefieres, te presto la gabardina. Mil besos. Te escribiré pues por aquí estos días.
Pues yo diría que los criterios de selección del libro de poesía son estupendos... Especialmente el punto que afecta a los posmodernos y las vanguardias.
Y la gabardina es chulísima.
Saludos luciérnagos.
Eres fantástica, muchacha!
Besos, Aroa
Bonita crónica para un día de trabajo. Siempre encuentras resquicios para sacarle el jugo a los momentos menos previsibles. Coincido con Lara: la gabardina es impresionante...
Abrazos
oh, la, lá! Merde de les deux paroles. I'm lost in the demonstration that I'm not a robot. (y lo peor es que no estoy seguro de no serlo).
Creo que en el experimento de comentario anterior me había referido a que:
-Me encanta tu gabardina y ya te la había visto puesta en FB. Pareces algo así como la Capitana Generala Pescanova en el Baile de Graduación de Marinos.
-El día que el fotógrafo se nos ponga chulito dejamos de hablarle un par de tardes.
-En las raras ocasiones en que viajo, exijo un apartamiento mínimo de 2 o 3 horas para poder pensar y sentir. Esas actividades son absolutamente incompatibles en el tiempo con la de comentar.
(Y ahora a sufrir: ¿pone eandsho o candsho?). Si lees el comentario, era eandsho.
¡Oh, pero cómo pude perderme yo este post!
Qué maravilla, Aroa, qué maravilla.
Los versos, no me extraña que te hicieran comprar el libro.
Un beso.
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