Hace unos años, dos, tres, El Fotógrafo apareció en casa con un regalo que le encanta hacerme (la última vez fueron cinco de una vez): un libro. Se trataba de Los pozos de la nieve. Yo, entonces, era becaria en una editorial alemana y, para bien o para mal, había días en los que nadie se acordaba de mí en la oficina y podía dedicarme, escondida tras mi pantalla, a leer. Así leí Los pozos de la nieve, de Berta Vías Mahou y así me enamoré de su forma de escribir. Él lo había comprado porque en la primera página ponía “México” y le debió parecer que por ahí tiraría el argumento y que yo a ese escenario difícilmente me resistiría. Pero el libro, ¡ja! no va por ahí.
Un par de años después, el amigo NáN, que vigila desde su mástil mayor las calles de nuestro barrio, cierta tarde, en la librería La Independiente, empezó a hablarme de cómo había conocido a una escritora fantástica y estaba leyendo ya un segundo libro de ella que, poco después, me regaló por mi cumpleaños, en agosto, y que yo olvidé durante unas vacaciones en Palma: Venían a buscarlo a él. Recuperado el libro, seguí su lectura y supe que Berta era uno de esos escritores que saben cómo y qué hacen. En él cuenta los últimos tiempos de Albert Camus. Y se adentra, con un rigor impropio de la novela, en los kilómetros previos que pusieron fin a su vida (luego me ha encantado espiar alguna fotografía de Berta meroedeando por la casa de Camus, imagino, que documentándose)
Este comienzo lo leí muchas veces:
Decía sí, tal vez fuera no, había que remontar el tiempo a través de una memoria en sombras, nada era seguro. La memoria de los pobres está menos alimentada que la de los ricos, tiene menos puntos de referencia en el espacio, puesto que rara vez dejan el lugar donde viven, y también menos puntos de referencia en el tiempo de una vida uniforme y gris. Tienen, claro está, la memoria del corazón, que es la más segura, dicen, pero el corazón se gasta con la pena y el trabajo, olvida más rápido bajo el peso de la fatiga. El tiempo perdido sólo lo recuperan los ricos.
Luego el mapa se hizo chiquito, internet grande y todos acabamos tropezando por Malasaña, la que se pisa, con sus farolas, bendita calle Espíritu Santo, y la virtual, donde quedamos cuando hace tiempo que no nos vemos. Y cosas de la vida, el viernes 2 de marzo, tenemos un plan que a continuación pueden ver en forma de cartel. ¿No tienen ganas de conocer ya a esta mujer? Yo sí.
10 comentarios:
Olé.
Disfrutad, malditos (es broma).
Besos.
¡oye Portiño, visita toca ya!
Oiga, que el fotógrafo no leyó sólo la palabra México.
Leyó un par de parrafitos, y le gustó aquello, e hizo eso tan peligroso pero tan divertido de tener una corazonada y apostar por la autora.
¡Para una vez que sale bien!...
siempre te sale, menos la otra vez que apostaste a méxico y dimos con la creadora del realismo mágico, mucho antes de que el coronel aureliano buendía, frente al pelotón de fusilamiento, ....
¡Y tanto!
A ver qué fin de semana nos animamos a dar el salto a la híper-meseta y vamos. Yo lo estoy deseando.
Me encanta lo de la meseta... me devuelve a 5º de egb y clase de geografía.
Una entrada genial. Con tu permiso la pongo en el FB de Berta.
Besos
(si consigo descrifrar las dos palabras de verificación; ya me ha pasado varias veces que no he podido hacer un comentario porque no las leo bien).
Las gafas, NáN, LAS GAFAS!!!
(Coñe! Sí que son difíciles de descifrar, sí.)
quién se resiste
fue maravilloso
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