2/8/07

DF, la ciudad hundida

1 de agosto
Avda. Insurgentes 30 kilómetros
1.500 Km2 de ciudad
22 millones de habitantes

Hay quien dice que el que vuelve a DF lo hace porque siente el morbo de ver la perversión de la sociedad. Su parte de razón tiene. Para mí, esta ciudad contiene, además, la sensación del reecuentro. Aterrizar de noche en este monstruo de 22 millones de habitantes regala una de las imágenes más impresionantes que uno pueda ver desde el cielo. Como si alguien hubiera extendido una interminable manta sobre una laguna con millones de alfileres clavadas que tuvieran una luz en su cabeza. Las carreteras, venas de luz que la surcan de un extremo a otro. Y se extiende, y se extiende. Hay manchas negras, son los barrios de aquellos que no tienen acceso a la electricidad.

El DF es Alejandro. Es encontrarme verano tras verano con su abrazo en el aeropuerto. Es su mano haciendo todo más amable, pintando de recuerdos de niño el asfalto gris.

Despierto en casa de Ale. La altura me regala algo de frío. Es mi cumpleaños y el teléfono suena desde las 4 de la mañana, las 10 de Madrid. Abro los ojos, huele a jugo de piña. Encuentro a Ester, sus felicitaciones, su dulce mirada, su historia contenida.

Huevos rancheros. Regresan los sabores, los olores. Todo el recuerdo comienza a retomarme. Contraigo el corazón, me tensa el nervio. Pica ya la lengua y pica la piel por el smog. Ale se va a trabajar temprano. Metro de Chapultepec. Con su gorra y su americana, carga en su mochila tantas cosas... Ester bajo sus párpados esconde los recuerdos de una infancia en Chiapas, de la siesta en lo más alto y denso de la copa de los árboles.

Es el lado más dulce de la ciudad.

Por eso regreso al DF.

22 millones de historias, de tristezas, de esperanzas. México, seguro, no es esta ciudad, pero en ella se contienen infinitos Méxicos.

Alargo aún más mi camino. Cuatro horas de autobús a Córdoba. Reconozco los paisajes. Me pongo de rodillas en el asiento, necesito ahogarme en el paisaje, envolverme de su humedad selvática. Amanece Córdoba de nuevo de mi memoria. Vuelvo a comprender aquella lágrima. Me sumerjo en una de las fotografías que he revisado tantas veces estos meses. Espero a Chucho en la estación, respiro, respiro, respiro.

Tiemblo...


7 comentarios:

Marta dijo...

qué alegría oirte desde tan lejos!!!traete todas las historias, el año que vuelvas.
por cierto,un año más y como siempre, tarde: felicidades aru!
un beso desde un madrid en agosto.

Anónimo dijo...

ayer volvía de Lavapiés en el coche de una amiga y escuchando "los aviones" de calamaro me teletransporte a ese gigante DeFectuoso, a aquella ventana de la casa del amigo de Chucho en la que dormí mis últimas horas en la tierra de la serpiente emplumada. A esa ventana desde la que veía pasar aviones, aviones como el que me traerían de vuelta a "casa".
Me gusta el DF porque fui feliz allí, porque vi mariposas revoloteando entre la contaminación, porque desentrañe a Sandra por primera vez, porque sentí la emoción de recoger a personas queridas en el aeropuerto Juarez, porque pasee, un agosto sin calor, con una mano en mi mano...
tal vez sea una ciudad odiosa, pero cada uno tiene un motivo para amarla...

y no me hagas hablar del camino a Córdoba que se me pone cara de pez...

os pienso mucho, a todas horas, intensamente.
María

AROAMD dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
yo mismo dijo...

las canciones de ismael me han llevado más de mil veces al continente sudamericano... quizá sea hora de acercarme a él. ojalá personas como tú sigan haciendo llegar las emociones de un lugar que imagino tan especial a los que aún estamos aquí.

silvana melo dijo...

´Qué maravilla esa descripción del DF. Vas para quedarte? O volvés? Me gustaría conocer cuál es el sabor que te deja sudamérica, esa pobre tierra nuestra tan lejana, tan sur, tan maltratada. Yo estoy mucho más al sur, pero nada es diferente.
Abrazo

Lara dijo...

¡Temblando nos dejas aquí, Aroa!

AROAMD dijo...

vuelvo, regreso... no sé si el regreso sea para allà o para acà... una ya no sabe donde tiene el origen