16/2/17

La hija del comunista


Hace tres años, dos viajes a Berlín y un hijo que empecé esta novela.
Y aquí está.
Felicidad.


10/6/16

mi libro

Era la noche segunda cuando 
despierta supe cuánto tiempo 
llevaba escribiendo sobre lo mismo.
Este es mi jet lag, mi hora izquierda, mi equipaje.



Aquí lo consigues. 

12/3/16

último o primer mes de marzo

Hemos ido hasta la casa antigua. Aquí me caí de la bicicleta, le cuento, en este camino está mi sangre de las rodillas pequeñas. Me molesta el desorden de la tierra. En mi memoria es diferente. Hacemos el sendero del campo y, desde arriba, observo la que fue mi casa. Los árboles han crecido ridículamente en ese jardín tan pequeño. Él habla de aquellos que se jactan de no saber de ciencia −gente como yo que hace años se olvidó de la fórmula de las raíces cuadradas−  y de aquel hombre que apareció esta semana en la televisión sin miedo a hablar: lo digo porque no espero nada de nadie, decía. El cielo está azul y es el primer sol de marzo. A mí me falta el aire dentro y tenemos que parar y sentarnos sobre una piedra. Nuestro perro corretea junto a las vías del tren. Algo se estira y empuja contra mis pulmones tratando de hacerse hueco dentro y me corta la respiración. Siempre quise pasear por este campo con un hombre y un perro. Y que los dos me quisieran y me esperaran entre las jaras. Nunca imaginé que iríamos a este paso mío, tan lento. 


22/1/16

Nuevo libro de poemas



«Jet lag»: Desequilibrio producido entre

el reloj interno de una persona, que 

marca los periodos de sueño y vigilia, y 

el nuevo horario que se establece al viajar 

en avión a largas distancias a través de 

varias regiones horarias.




revisando pruebas

4/4/15

uno

D. sabe que todas las generaciones que le preceden hundieron sus manos en el mismo campo. Pero yo siempre he pensado que soy una sin tierra. Mi abuela Manuela, la única viva, es de Montejo de Salvatierra, Salamanca; su marido, el abuelo Goyo, de Santa Olalla, en el llano de Toledo. Dicen que de muy chico cogió la bicicleta y se fue a ver el mar, como en la película (mi madre dirá que esto es parte de la historia familiar imaginada que yo voy tramando). A lo que seguro sí se fue demasiado pronto fue a la guerra. Todo con tal de salir de sus cuatro calles. Mis abuelos maternos, Moisés y Carmen, son los dos de Extremadura, de Garrovillas de Alconétar y de Cañaveral, orillas del río Tajo. La abuela decía que del 36 solo recuerda el sonido de las detonaciones sobre el puente. Eso y el estraperlo de naranjas de Valencia en la estación. Todos ellos fueron emigrantes. O inmigrantes. Depende desde donde mires su historia. Pobladores de la periferia de Madrid.

Apenas puedo ascender en mi árbol genealógico más allá de un par de generaciones. Si le doy dos vueltas, por más desarraigo que tenga, soy una mujer castellana criada en más de tres casas y que tiene recuerdos infantiles en el Madrid de los barrios de las afueras. 

Últimamente, cuando vamos a El Pueblo de D., donde cuatro paredes detrás de una casa son corral por más que tengan suelo de mármol, paramos mucho en Santa Olalla. Hoy mismo, de vuelta, siguiendo la tradición, hemos desayunado churros en el bar Luna, en la antigua carretera. Un señor nos ha empezado a hablar sobre nuestro perro. Le he mirado, y los ojos pequeños y achinados, el porte ancho, la nariz, la piel, las manos, eran muy parecidos a los de mi abuelo. No he indagado. Hasta este punto es mi necesidad de buscarme. La última vez que hice unas preguntas, descubrí que el camarero era pariente de la Cirila, la tía más vieja de mi padre. Mi padre nació muy rubio para ser hijo de castellanos, parece francés, dijo la prima Piedad. A él le encanta esta anécdota. ¿Yo que soy?, nos dice. Francés, papá, tú eres francés.

La cosa es esta: cuando tomamos la nacional cinco, cuando después de los últimos pueblos de Madrid con sus centros comerciales a la americana, aparece el llano, y luego las montañas altas a la derecha, cuando el suelo se empapa y todo es encina. (Las encinas no sirven para nada, dijo el padre de D.). Cuando el verde se levanta y la niebla también y están los buitres negros graznando sobre los campos. Hay algo que se mueve. No es arraigo. Es que de ahí, de esas tierras, partió mi gente. Su decisión, más necesidad que huida, más pan que aventura, me trajo aquí. Y no deja de ser una frivolidad que yo no me sienta parte de esas calles, de esa tierra seca, como de cuatro puntos cardinales, lugares que fueron el mundo entero para mis cuatro abuelos.

Foto de V. Villasevil



17/3/15

genotipo

Mamá señala el manzano.
De esas yemas 
vendrán dos frutas. 
Morderemos solo una de ellas. 
¿Ahora lo entiendes? 
La vida es selección.  
Y curetaje.






20/10/14



Llora sin término por tus hijos abandonados
Walt Withman 

All my sons
Arthur Miller 

(Gracias, NáN)


Todos los adolescentes son mis hijos.
La china de la sandalias blancas
que teme a los perros,
el dominicano de la plaza,
el chico rubio de la camisa Lacoste.
Pero ninguno llega a casa de noche.
Ninguno nos enfrenta o nos une.
Ninguno está dormido
en su cuarto.
No suben la música,
no muerden el lenguado,
no esconden marihuana en el bolsillo de atrás.
A veces, todos los viejos somos nosotros:
vesícula, hígado y hueso.
Ahora ya lo sabes:
también el futuro es aire sucio
y un poco de veneno.






14/9/14

"Si ya he matado a un hombre, que sean dos"

Empecé a leer aquel libro en el autobús verde que me llevaba de vuelta desde la universidad a casa de mis padres. Era el año 2000 (sin efectos). Yo no tenía dinero que gastarme y el del abono-transporte que me daba mi madre lo invertía en comprarme algún libro de poesía. Luego tenía que rascar los bolsillos de todos los abrigos de la casa (aquel armario blanco) en busca de monedas olvidadas que me llevaran y me trajeran de clase. Poco recuerdo más de aquello. Quiero decir que no tengo memoria de las cosas que sucedían a la vez que yo abría Ariel, de Sylvia Plath. Recuerdo el ich, ich, ich de uno de los versos. Yo había visto una sola foto de Plath y decidí cortarme ese mismo flequillo (cada uno tiene sus frivolidades). Amé ese libro sin convicción, como se aman algunas cosas que uno no entiende. Y a Ted Hughes entonces con su cuervo y su mentón,
Eres extraño, sales de un huevo
puesto por tu ausencia.

Pero los he reabierto este fin de semana. Porque vi la película donde una sobreintentísima Gwyneth Paltrow hace de Plath y Daniel Craig mejora a Hughes (físicamente, digo). Y, entonces, esto (aparte de que voy a volver a rascar en los bolsillos en busca de monedas porque me urge tener y ya Cartas de cumpleaños en mis manos):

«Papaíto», de Ariel, Sylvia Plath

Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.

Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios, 
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.

Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.

En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco

dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.

Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,

una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.

Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.

Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...

No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.

Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que

me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.

Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.

Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,

e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.

Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.

Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.



Sylvia Plath con sus hijos, Frieda y Nicholas.
 
Sylvia, Ted y Frieda.

«Tótem», de Cartas de cumpleaños, Ted Hughes

Otras veces, a un lado, el pájaro azul de los ocho años.
Pero, sobre todo, corazones. O un sencillo corazón rojo.(...)
Pero cuando te arrastrabas buscando seguridad
al seno de tu Ángel de la Guarda
hallabas a tu Demonio Familiar. Como un posesivo
pez-madre, demasiado ansioso por protegerte,
te devoró.

Ahora todo lo que la gente encuentra
es tu libro color de corazón –la máscara vacía
de tu genio.
La máscara
de quien, abriendo los brazos para envolverte,
te devoró.

Los corazoncitos que pintaste en todo
permanecen, como rastro de tu pánico.
Lo que la herida salpicó.

La huella
de quien te capturó y te devoró sin duda.


.



La historia detrás, triste y oscura, la encuentran muy bien relatada aquí.



26/6/14

Noviciado Village

Hacía mucho tiempo que no paraba un rato en mi calle. Parar quiere decir parar. Quieta. Estábamos V. y yo esperando al mensajero esta mañana en la puerta. Así que empecé a tomar algunas fotos con el teléfono. No tienen calidad, pero esta es mi calle. Y yo la quiero. 
Y ella, yo creo, me tiene cierto amor.
Esto es parte de su paisaje. 



Biblioteca histórica de la UCM. Este barrio se llama Universidad porque aquí estuvo la primera Complutense de la ciudad. Luego, la trasladaron a Ciudad Universitaria, y aquí regresó durante la Guerra Civil porque el frente de Madrid empezó allá, a las afueras. Después, ya saben, todo Madrid fue..., ya saben. Su nombre completo es biblioteca histórica Marqués de Valdecilla y conserva el patrimonio bibliográfico de la UCM anterior al XIX. Tiene la colección de libros antiguos, manuscritos e incunables de la Universidad. En su sótano, hay un hospital de libros, donde reparan los ejemplares en unas condiciones óptimas que evitan su deterioro. 


Ventana de la biblioteca


 Acuerdo con Noviciado y lugareños del Este tempranos o tardíos
(en los años 20, este local, hoy Muleke,
 fue una casa de empeño)


Este extraño edificio frente a mi portal es una iglesia evangélica.
 Fue construida en este peculiar estilo mudéjar en 1913.
Es obra del arquitecto Luis López López.


Reflejo en la pescadería de los Hnos. González. 
No se ve, pero se les ha quedado colgada una bandera del mundial. 
¿Es por el Mundial?


Peluquería: reggaeton de nueve a nueve. 
Me encanta pasar por la puerta. 
Supongo que me lleva a otra latitud.
Ahí siempre están de fiesta. 


The place


Vivan las mercerías de barrio
(la lleva una señora y sus dos hijos)


La calle, lado bajo: Destino Madrid, 
La Rosa de Madrid (mercadillo, por cierto, viernes y sábado), 
fontanería Tony, frutería Vitamina, Casa Peseta, etc. no veo).

---*

4/5/14

Han pasado unos días.
El cuerpo
es esta renovada soledad
que conquista el vacío y noviembre.
Tengo un desamor de carne.
Un futuro ha explotado
y más adentro
nada más que silencio
y las tierras del aire.



3/3/14

La memoria es la facultad que permite retener y recordar hechos pasados: codificar, almacenar y recuperar. Codificar. Almacenar. Recuperar. Se mueve en la inconsciencia, como una marea, dejando a la luz de la noche el fondo de arena de debajo del agua. El fondo del mar es como un cuerpo que se desarropa mientras duerme. Hay una electricidad entre emoción y memoria: cerebro, neuronas, flash. Una complejidad natural: a mayor emoción, más facilidad de que un suceso pueda ser recordado. La emoción es el filtro y es la marea. Es la revolución. La nitidez de la memoria está atada a la impresión que algo nos produce. A la vez, una catarata química se desencadena, un movimiento imparable y adictivo. Es el fin del juicio crítico. La dilatación de las pupilas, el animal que se esconde contra el Estado. 


8/1/14

feliz 2014

Aquí, mi reseña en Mercurio de La banda que escribía torcido.

Y aquí, un fragmento del reportaje Las Patronas. Mujeres que amansan a La Bestia, en Punto y coma. Tuve el placer de visitarlas en mi última visita a Veracruz. Después les otorgaron el Premio Nacional de Derechos Humanos de México. Les dejo un vídeo en la recepción del premio. Admirable.



22/11/13

Por si se va la luz, Lara Moreno

REGRESO DE UN LUGAR LLAMADO LITERATURA

Una llamada detuvo la escritura de la reseña de Por si se va la luz: ya la habían pedido a otro colaborador. Y así quedó, quebrada. Lo que restaba por decir era amor y anécdota. 

Si algo me queda con el paso del tiempo del viaje que una vez hicimos de la mano de un escritor a través de unas páginas es la memoria de los sentidos: la lateral, la marginada, la que no ejercitamos para recordar la anécdota (taller uno). Es la que nos traen, de golpe, como una cuchillada en el corazón, un perfume, una imagen, un sonido, el tacto de una caricia sobre el pelo: el hueso de melocotón en el bolsillo o las zapatillas de lona blanca manchadas de sangre. Y si algo tuviera que quedarme de este libro, sería, sin duda, el dolor que me produjo la visita a su paisaje. No voy a hacer otro esfuerzo, es lo que me llevaré, es equipaje. Ya hemos regresado de Comala, de Yoknapatawpha y de aquel viejo Macondo. Ahora, acabamos de emprender la vuelta de ese lugar sin nombre donde Lara Moreno nos sostiene en vilo durante las horas que dura la lectura de Por si se va la luz (Lumen, 2013).
En largas charlas antes de la caída definitiva del sol y en la cocina, tal vez vino o tequila, hablé con Lara de esa región abstracta que todos arrastramos, pero de acceso violento. Un lugar donde habitan las obsesiones, el amor y la muerte y los episodios donde fuimos disidentes de nosotros mismos: el imaginario. Llegar hasta él requiere valentía e inteligencia. Ella tiene un pasaporte mil veces sellado a sus atmósferas. Las conoce y visita, las intuye, las rastrea con precisión de amazona. Y el lector no tiene más opción que seguir el camino de pequeñas migas envenenadas que prepara con una sonrisa mitad maléfica, mitad niña. Por eso, no me costó imaginar a una escritora feliz que se sube las mangas hasta el codo para crear ese personaje brutal y embrutecido que es la vieja Elena eviscerando a un animal.
No quiero confundir a nadie: no estamos hablando de instinto ni de escritura huracanada, los ejes donde Lara ubica esta isla abisal y extraña responden a un estudio exacto de las coordenadas de la literatura. A una fiera voraz bien sujetada. 
Por si se va la luz narra la historia de una pareja joven que escapa de una ciudad y se marcha, con pocas cosas y mucha huida, de un sistema quebrado a un pueblo. Pocos trazos sobre lo que ha quedado atrás. Siete personajes encajan las piezas de esta novela coral donde Lara construye una línea de futuro alternativo que podría partir de este presente. Un mapa distorsionado de luz quemada –como las fotografías que a ella le gustan– que, al terminar de leer, no sabemos si queremos o no visitar.
Cruel, pero también luminosa, esta primera novela es invierno y es verano, es maquinaria interna de la palabra, supervivencia o muerte de los extremos y evidencia de la más bochornosa fragilidad de nuestro tiempo. 

12/11/13

noche segunda


Le decían cabaña porque en su parteaguas vigilaban los gatos. Y no fue que el amor respirara del óxido, sino el golpe interminable de la lluvia sobre el piano inflamado. Con sus patitas rojas, las voladoras suturaban de noche la herida de mi corazón. Las hormigas escondían los papeles donde escribía que te echaba de menos o que me acordaba de mi madre. Las bestias, y no un tren cargado de muerte, acabaron buscando hasta mi sombra.
La tristeza cercaba la casa. La casa amamantaba a las fieras.
Ahora extraño la ráfaga del diluvio sobre aquel perímetro hechizado: las hormigas, las voladoras, las bestias y nosotros dos, arrastrados, como una barca febril y absurda, varada en la otra orilla del mundo.