Tengo una pulsión nerviosa en la punta de los dedos. Son los tiempos del agua. La poesía, sí, el verso. La mayúscula que falta. La idiotez. Quien no ha sentido y ha levantado la cabeza en el autobús, en medio de todos los trabajadores de vida resuelta y ha respirado con los ojos cerrados, llegando al intercambiador donde desemboca la autopista, no ha lamentado el final de un trayecto que te arranque de la página. El no comprendo. Este blog. Estas palabras sueltas, descreídas de que no son yo. Ahora las muñecas me dicen que no escriba. Una pulsera eléctrica de alambre se retuerce. No pienso ocupar toda la línea. Simplemente prefiero masticar. Y que me traguen.
. . Dani es el que se va de viaje. Tiene por trabajo el sueño de tantos. Viajar: Panamá, Bolivia, Marruecos, Túnez, el próximo a Irlanda, donde nos fuimos los dos y a él le cundió mucho más. Hace guías de viaje. Está ahí al ladito lincado, porque además es un salao escribiendo. Y un sentío aunque. El caso es que Dani, antes de tocar el trombón, mucho antes, toca la guitarra. Y tiene dos grupos: uno de swing y Enclave de Soul. El último presenta disco el viernes 30 en la sala Chesterfield. 'Lo decidimos mañana'.
Vuelven a tocar: JUEVES 5 DE JUNIO EN EL CAFE LA PALMA, A LAS 21,30.
Hay un mercado en Madrid. Detrás de la Gran Vía. Está lleno de yuca, jícamas, papayas y aguacates. Tienen sonrisas grandes en sus tiendas. Y tiritas. Remedios para el tiempo que ha pasado. El café, de puchero, y hay quien entona zambas para el que extraña. También está allí Lu, con su pan de centeno y sus bambúes. Empanadas koreanas. Se venden las semillas de mil tierras ajenas. Allí con los carritos, nos cruzamos despacio. El té viene de lejos. Su agua de vainilla, jazmines, madreselva. Por fin los alfajores bonaerenses. No se olvidan del norte y sus salmones, naranjas, ensalados. Allí encuentro tortillas. Suerte sin precio loco. Hoy duermo con la panza boca arriba. No quiero digerir sin libertades el sabor de este recuerdo.
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La familia de Nieves tiene 60 años en su puesto del mercado, Giovanni llegó hace 6 del Ecuador y lleva 5 trabajando con ella. Ella escoge naranjas; él, los plátanos.
Cuando a una le rozan, un poquito, el corazón y no se defiende. No con los dientes, quiero decir que no está alerta, la emoción se desata y se llora. Cuando una se da cuenta de la suerte, de los minutos, cuando mastica una felicidad dulce. Cuando una escucha, y ve la risa entre el humo que nos rodea. Cuando se comparte la sorpresa por el descubrimiento. Cuando una escribe y lo disfruta. Cuando una hace crecer las plantas, las estaciones te compensan, desatan lo condensado. Me sucedió en el Bremen. Ese barco al que nos invitaron a subir Lara y Rebeca. Marinaescribió esto. Y no puedo dejar de ponerlo:
AROA EN LA VENTANA
Aroa, de huida, detrás de una pantalla blanca como su sonrisa se expande como una estrella viajando en el tiempo, a través del espacio. Aroa asoma detrás de su flequillo rubio y gasta pocas palabras, que guarda en cajitas en su mesilla de noche junto a los libros y el pijama. Aroa escribe detrás de las ventanas y moldea el mundo para que tenga algún sentido, desde su universo de pléyades y viajes al sur, atravesando océanos, uniendo continentes. Aroa en Irlanda y en México y en Alemania y en Venecia deja las huellas de sus pequeños pasos en mil rincones del mundo. Aroa bebe té y trae mil aromas de vuelta. Aroa escapa en el sabor del café y sueña con un patio en el que la lluvia golpea con el sonido de la amistad y del amor, porque sabe que en él brillará el sol cuando ella extienda su hamaca. Aroa baja medio en pijama a comprar leche al súper de la esquina y se sabe en el centro de la galaxia de una ciudad que nunca descansa. Aroa planea robar un naranjo que es su otro yo y plantarlo en el jardín de asfalto para que vuelva a echar raíces y nunca más se sienta solo. Aroa piensa canciones que nunca canta en voz alta, desde que una guitarra envidiosa desterró los afectos para que los echara de menos. Aroa sueña poemas que inventa mientras conduce a ninguna parte, a lugares en los que nunca escondió su futuro. Aroa crece y aprende a mirar con otros ojos. Aroa dice “yo también he traído patatas” y de su frase brotan historias que compartir en una cueva al calor de la literatura. Aroa se ilusiona con las cosas que caben en su mano y nunca apaga la pantalla de los afectos. Aroa teje cadenas de personas de las que no desea soltarse. Aroa enseña unos dientes aún por afilar, pero desgastados ya de apretar las mandíbulas de tanto callar ante las realidades contra las que no puede luchar. Aroa desempolva su vieja pluma y firma su rendición a las responsabilidades adultas con la ilusión de un niño abriendo los regalos de Reyes. Aroa dibuja planos de un hogar de colores que desea habitar y seguir llenando de instantes que no pasarán. Aroa pone carita de pena y un muchacho marinero que escribe historias le jura amor eterno. Aroa imagina que la felicidad es verde y aparece en la cocina cuando se levanta de noche a beber agua. Aroa sabe que los años luz miden la distancia y no el tiempo, pero ya se ha acostumbrado a no poder retenerlo entre sus labios. Aroa atesora libros que valen más que todas las monedas de sus bolsillos y cada libro guarda una historia, partes de su historia repartida en lomos de letras brillantes desde que su abuela aguantó cola para regalarle una dedicatoria. Aroa no tiene un sofá rojo, pero sigue resbalando por sábanas con sabor a desayuno y confidencias de película antigua. Aroa imagina otro trabajo en el que no tenga que vender tan cara cada una de sus palabras, en el que no tenga que mirar para otro lado y escupir después, lejos de un lugar al que no pertenece. Aroa no cree en la casualidad pero sabe que la vida sorprende sin avisar y trastoca el mundo justo cuando volvía a estar rehecho. Aroa, detrás de una ventana que mira a un patio que es como un jardín, se dice que ya es hora de dejar de huir. Que por fin ha encontrado un lugar en el mundo, un centro en su universo. Aroa abre los ojos y sonríe. Aroa ve al Muchacho atravesar el patio, su paraíso particular, y abre una puerta que no desearía cerrar nunca. Aroa, en este momento, es feliz.
Coda: (escrita a hurtadillas, entre texto y texto, en la cueva, en la tarde-noche del 21 de mayo de 2008) Aroa se emociona y llora y yo, que también estoy sensible, lloro sin que se me note. Aroa se emociona y llora con el texto que escribí sobre y para ella y yo tiemblo por dentro, y deseo atravesar la mesa para abrazarla y darle un beso en la mejilla. Pero no lo hago. Me quedo quieta, temblando sin que se me note. Y me limito a escribir esto. Gracias a tí, Aroa, por la emoción.
Hace ya cuatro años que un grupo de valientes se subió a un escenario para recorrer los paisajes de la vida de Pablo Neruda. Yo estaba recién llegada de Alemania y una investigación sobre los años del poeta en Madrid me dejó sumergida en su poesía y en su vida. Para dejar de hablar de las cosas que me obsesionan, quise secuestrar a mis amigos e involucrarles en una obra de teatro escrita a medias con el señor Jorge Dau que se llamó después ‘El viajero inmóvil’ y desintoxicarme al fin. Poco se sabe del tiempo que de borrachera ideológica y de botella pasó Neruda en Madrid. Vino a sustituir a la premio Nobel chilena, antes maestra suya de escuela, Gabriela Mistral. Vivía en Argüelles, en la ‘casa de las flores’. Ustedes habrán pasado por delante mil veces cuando pasean por la calle Princesa. Ahora, como en todos los lugares míticos, hay en los arcos de su sótano una sucursal de algún banco. Aquí conoció a Alberti, Lorca, Miguel Hernández, por el que Neruda sintió devoción, Altolaguirre y el grupo de intelectuales de entonces. Aquí tuvo que aprender de la derrota, de la guerra, del exilio y de la muerte de los inocentes. Aquí se contagió de comunismo. Aquí nació una bella revista que se llamó ‘Caballo verde para la poesía’, de la que sólo crecieron dos números. Cuentan que Manuel Altolaguirre, que fue el editor, transportaba los ejemplares en el carrito de su hijo por las calles. Y cuentan que solamente dos ejemplares se conservan. Uno está en la hemeroteca Conde Duque, aquí al lado. Lo pude ver una vez a través del microfilm. El otro es propiedad de quién sabe qué herencia de Camilo José Cela. El resto de las páginas volaron con la primera bomba, desaparecieron, se hicieron polvo. Un rescate del Neruda más allá de los adolescentes y bellos por su ingenuidad 20 poemas, un recuerdo a la Tercera Residencia del poeta. Para mí, el más intenso retorcimiento del lenguaje y la creación hecha en mucho tiempo antes y hasta hoy. Ahora sueño con ir a Isla Negra, Chile, y recorrer a tientas la casa que entonces me aprendí de memoria.
Estas dos imágenes son de la 'Casa de las Flores', Madrid. Una durante la guerra y otra actual.
La canción Farewell la compusieron entre los tres amigos que la interpretan y la tocaron en la obra de teatro... L grabación se hizo con un ordenador, de ahí que, de pronto, suene un aviso del mssenger.
Anoche madrid era pura luna blanca sobre las calles. Yo recogí una silla de la basura. Tiene una estrella en la madera vieja dibujada por pequeños agujeritos. Ahora estoy sentada sobre ella. No imaginan cuántas veces he querido recoger una silla de la calle, un mueble viejo. La casa donde vivo tiene una historia. Fue un convento. Hace 200 años. Cuando la compré, un señor con alguna enfermedad mental vivía en ella. Coleccionaba trenes y miraba quieto por sus ventanas. Vigilaba en silencio el patio que está ahí arriba del blog. El señor Pedro buscó la historia y la escribió a máquina. Un mediodía antes de diciembre, la guardó en un sobre y me la regaló. Para los que quieran creerse los cuentos, este es un caldo de cultivo perfecto para los espíritus. De pequeña me metieron algún miedo los personajes que, entonces, nos rodeaban. Y ahora, escondida en las sábanas, tapada hasta la nariz por este frío mayo, descubro que nada me asusta que yo no vea. Y que la mala vibra viene en forma de factura, del sistema que padecemos*, tristeza sin causa que llaman inconformismo.
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La foto es de David, de las primeras visitas a esta casa. Y el tren, del señor que en ella, entonces, vivía.
*La frase "el sistema que padecemos" la rescató Héctor del discurso del Subcomandante Marcos en Córdoba, Veracruz. Yo la utilicé de titular para el periódico.
Las cosas por las que se fijó en él no son las cosas por las que ahora, cuando se marcha a trabajar, le suplica en vano que no lo haga. Que llame y alegue que le han contagiado cualquier enfermedad tropical. Pero él sigue la rutina con método que aplaude. Hace el café, trae dos. Se cubren de mañana. El nudo. El desvelo y la lengua que se desata inconexa en palabras, a veces saltándose las barreras del pudor. A veces desvaríos. Imaginación. Conduce a veces un pontiac negro y veloz. Y pequeño. Entonces de perfil tiene un gesto serio, desmedidamente severo. Pero eso es antes. Sin embargo, ahora y de frente, sus ojos no están cerrados jurándole la muerte a nadie. Son así. De leve caída en sus extremos. Tristes puede en la forma y brillantes en sentido abierto. A veces tiene miedo. Y ella cierra las puertas con llave. A veces está inquieto. A veces su cuerpo se afloja en los bares y él mira alto, más allá, planeando una foto infinita y maldiciendo no haber traído la cámara. Y los dos ya saben algo de lluvia y poco de veranos.
Una niña de 12 años, escapada de una red de pederastia, le contó a la periodista Lidia Cacho, cómo había sido violada y explotada sexualmente. Estas dos mujeres, las dos valientes, levantan la tapadera de un agujero negro más de la corrupción: 200 niños y niñas estaban siendo violados por una red de abuso de menores y blanqueo de dinero en México, en la que 40 cargos públicos (políticos encumbrados y empresarios) están implicados. A la cabeza de esta banda, Succar Curi, un empresario libanés que, aunque hoy está encarcelado, sigue teniendo hoteles en Cancún (hotel Solimar, o Sol y Mar). Éste tipo contactaba con niñas de EE UU, Centroamérica y de la república mexicana que, durante dos décadas, ofrecía a sus amigos, como el empresario textil Kamel Nacif, protegido posteriormente por el propio gobernador de Puebla. Del alto tribunal mexicano, seis jueces quitaron cargos a los implicados, y sólamente cuatro votaron a favor de Lidia. El miedo también dictó su sentencia. Pero Lidia sigue en su lucha. Torturada, amenazada de muerte, violada y extorsionada, la periodista no calla. Ha escrito un libro impactante, 'Memorias de una infamia'. Ahora está en España contando esta historia. "Si una niña fue tan valiente de contarme aquello tan horrible que le sucedió, yo no puedo quedarme callada". Decir que en cadenas de televisión como la poderosa Televisa, Lydia no existe. Mujeres como ella la reconcilian a una con la profesión.
40 periodistas son asesinados al año en México. Danny Pearl en Pakistán, cuando investigaba las redes de Al Qaeda, o la reportera rusa Anna Politkovskaya, voz crítica con el presidente Vladímir Putin, son otras muertes recientes.
Medio en pijama, aunque nadie lo sepa, he bajado esta mañana al super de la esquina a comprar leche. Esto es el centro de Madrid. Al fin. En la acera de en frente de mi casa está el mundo. Pescados con sus bocas abiertas en los mostradores, la carne colgada tras los cristales. Una mujer arrastra un carrito por la acera despertando a los perezosos. Hay una frutería que huele a huerta. Y una mercería de esas llenas de cajitas en altísimas estanterías. A cada lado de mi puerta hay un bazar, chino. En ese baúl oriental inmenso lo encuentras todo. Allí canela, jarras de agua, allí el martillo y las noticias de la muralla. Al otro lado, desde donde ahora escribo, un locutorio con una sonriente mujer morena, más joven que yo a la que siempre pillo almorzando tras la encimera. Cada día que vengo, regreso a Córdoba. Ya saben a cual. A cuando robaba segundos a la jornada del periódico para enviar saludos, tranquilizantes palabras a mis padres, desde donde cometía errores como escribir a quien no debía ‘te echo de menos’. Ayer, cuando volvía de la Asamblea de Madrid, tras escuchar a la especie de ‘ken’ que hace en Madrid de consejero de Sanidad que la sala de prensa era estupenda para fumar porros… puse la radio. El alcalde de Teguise, Lanzarote, con un acento extrañamente extranjero, explicaba que los centros de inmigrantes son muy malos para el turismo. Entre risas, el señor alcalde, el excelentísimo, se atrevió a decir esto: “no puede ser que la gente vea a los inmigrantes al lado del hoyo 18 del campo de golf, no quedan bien”. En frente de mi casa está el Centro de Atención al Refugiado de Madrid. En su puerta, quién sabe de dónde vengan, están sus corrillos de soluciones, sus esperas. No les miro. Pero a mí me gusta cruzar sus corros, sentir sus lenguas extrañas. Me hace sentir parte del mundo. Me hace recordar cuando no estuve aquí y las palabras hablaban del otro lado, de este, el que ahora habito.
Hay a quien le gusta venir a verme cuando los cierres están levantados. Abrir y cerrar los ojos. Ser consciente.
Me dijeron que leyera a Auster para creer en la casualidad. Pero, a mí, Auster no me gustó. Me gusta creer en la torpeza o la brillantez cuando uno toma una decisión, premeditada o apresurada. Hago cadenitas de encuentros, de vuelos, de situaciones que, desde hace años, tal vez, me traen aquí. Hoy escribo desde esta primavera acalorada con una manta sobre los hombros, aferrada a una taza de café como a un antibiótico que desobstruye al límite una vena.
No recuerdo por qué un día decidí crear este blog. Pero creo que ha sido uno de los ejercicios voluntarios más constantes que he hecho nunca. Y, de sobra, algunos saben que a él se han ido hilando acontecimientos y personas en mi vida.
Hay gente que encontré que tiene nombre.
Por este ‘viaje’ llamé un día a la puerta de la casa de Lara, que invitó a cenar aquí a sus amigos: Nán, Carmen, Rebeca, Peter y varios más. De Nán he recibido los comentarios que más me han removido desde mucho antes de ponerle gesto y compartir sótanos de Madrid. Y de Lara no voy a decir nada. Que corran a leerla. Entiendan.
Después llegó el taller. El Bremen. Y, con él, Conde-Duque, Guille, Virginia, Magapolilla, Mariona, Javier, Bea, Kika. Llegó David a bordo.
Todo fue un enlace y otro.
Los amigos. Los de siempre que recurren a otros para entender lo que aquí se escribe. Y que no dejan huella, porque ya la dejaron en otros lugares menos movedizos.
Y a los que no pongo cara y se quedaron aquí: Erato, Silvana, Rodolfo, Mega, ‘él mismo’. Y los que pasaron y pasan en silencio.
Esta es la vida por este espacio. He disfrutado y me he entretenido muchísimo. Da mucha satisfacción que alguien se emocione con unas palabras breves. Esta página desengrasó mi nostalgia mexicana, mi desvarío estival, recoge lágrimas de pura felicidad. Y cómo no, aunque anteriores, también de desencanto.
Pero voy a bajarme un rato en la próxima estación. Voy a quedarme en esta ciudad sin precisar un regreso. Podrán encontrarme en las terrazas al sol, desembalando cajas de mudanza, ordenando los libros de las futuras estanterías, aprendiendo a cocinar.
Es un balance. Una tarde larga voy a darme para ordenar una habitación.
Gracias por acompañarme en el viaje. Yo seguiré leyendo. Claro. Hay palabras que crean adicción. Pero esta casa estará deshabitada por un tiempo. Breve.
Volveré cuando las horas y los espacios tomen su medida justa. Eso será muy pronto. Pero ahora, voy a cerrar esta ventana, voy a darle la vuelta al espejo, voy a apagar las luces del salón. Que estén bien.
Hasta pronto.
4/4/08
Porque quién no ha tenido que doblar la armadura sonreír a la náusea y moderse la lengua hasta la sangre tragarse las palabras.
si el abrazo desde fuera es blando, cuídate de tu espalda
Saben que la vida nos retuerce los pasos. Hablo con un amigo con horario distinto. Hay mucho ruido fuera. Lo hacen ellos. Los que cada tarde rodean mis palabras, las ciñen, las vacían. Y, ¿el permiso? Son gente que decide. Son grises y son tuertos. La tierra más abajo está cerca del cielo. Un camino de arena. El coche que levanta polvo y ojos. Hablo con un amigo. El amigo promete. Le digo que le creo, y a sabiendas. Olía a madreselva. A bugambilia: rosas, naranjas, blancas. Mi madre las miraba sorprendida. En casa se nos hielan. El tiempo cura, a veces, tan sólo por encima y la máquina que oprime nuestras venas, rebela mecanismos insurgentes. No sé cómo explicarles las aceras distintas. El motor de la gente. Lo supérfluo de todo lo que queda a la vista. Desentrañar lo obseso. No sé cómo llevarles a las noches. A un vaso en una mesa cuyo tacto ya pierdo. Día a día, lo olvido. Explicarles que sueño con un animal pequeño que se duerme en mi brazos. Que sueño que atravieso el mundo conduciendo. Ustedes desearían como yo aquel cansancio. Pasear distraidos. Y ese olor a piña y a gasóleo. Esa soledad tan repartida. Y el pulmón agotado de sentir tantas curvas. Las idas. Las de vuelta. No saber la salida ni señalar el mundo. Hablo con un amigo que se duerme, mientras yo me despierto en una casa en calma. La vida nos devuelve por espejos distintos. La ventana está abierta y se distrae. El autobús 500 hace temblar el cuarto.
La muchacha se asoma -en la calle los rasgos son los mismos- sorprendida.
25/3/08
Enredando las sábanas se esponjan las renuncias. Tambaleo de especies y tentáculos firmes. Si la cama se ablanda y germinan los peces distraídos y fuertes. Dentro del corazón se protege el mercurio de las lenguas.
Últimamente me da mucho por pensar en los instantes. Fragmentos detenidos de tiempo en medio de la prisa, de la risa, de nosotros. Hago fotografías que me envío a una aroa del pasado no remoto. Tal vez un año, dos. Puede que incluso hasta hace un verano. Y que a ella, a una más joven, le llega un sobre y un papel con unos gestos, un café, una mesa en la cena, un paseo, una escalera, una calle, otra, un paisaje, un barrio, noches. Y que una voz le pregunta a esa que era yo, ¿dónde y con quién estás? Aquella aroa se encoge de hombros, se observa, intenta resolver el anónimo que está con ella y se despreocupa, en todas las instantáneas salimos sonriendo. La gente nunca se acaba. Y yo que lo digo.
(Porque hay mucha gente que he conocido últimamente y me alegro. También tú que estás leyendo, sí sí, tú. La pelirroja de la foto colmo de la risa es maría, que tiene un vestidoarayas, la otra es una mujer con agujetas y lesiones en las rodillas de felicidad)