21/5/11

Una imagen para una vida distraída:

Fermento de los peces bajo el puente.

El sol no era el exceso.

Los peces, los peces no importaban.

Sí la carta del banco.

Solo el fruto seco helado. La marioneta gira.

Sale de trabajar. Recuerda el levante. La mañana.

La mano.

Lágrimas de María. La calle, la calle levantada.

19/5/11

invisibles

Todas las tardes, salimos a ver caer el sol sobre el noroeste de Madrid. No recordaba lo que es caminar sin dirigirte a ninguna parte. Nuestro camino no tiene nada de bucólico pero una consigue aislarse del ruido con música. También hacía años que no escuchaba música sin hacer otra cosa, desde que el volante se desató de mis manos y vine a vivir al centro de Madrid.




Hoy no hemos salido, pasamos por Sol. Entre la gente, pienso que yo también estoy harta de muchas cosas y, entre ellas, de haber olvidado cómo se para uno a pensar. Dónde empieza la raíz que extiende esta cultura que padecemos. Desde esta vida -suena tan viejo- aburguesada, me aquejo de esa bala peligrosa que, hasta ahora, nos hacía creer que nunca podríamos levantar una voz, que tendríamos que subirnos en marcha a este tren que nos empuja. Los invisibles.


No hay directriz que valga la pena.


Estos días, la ciudad en la que vivo parece haber despertado de varios letargos, de su excusa de no ser de nadie.
Pero, ahora, quiero saber dónde están los pensadores.


Cuando volvemos a casa, la lluvia ha batido las albahacas y el patio susurra que, al menos aquí, estamos a salvo.

17/5/11


Dejando recostado el amor

para tocar el cuerpo, el teléfono grita.


Desnudo, a contraluz,


cicatriz de persiana en la cadera,


ya no urgirá el vestido. Y sí la plata.


.

14/5/11

Lewis Powell

Desde que V llegó a nuestra casa, me despierto muy tempano. Salimos a dar un paseo bajo una gorra que oculte el despeinado de la noche. Hago cosas que me exigen poca concentración. Esta mañana, por ejemplo, hemos ojeado (porque él lo hace subido a mis rodillas) un libro de historia de la fotografía. A pocas páginas de empezar, me he encontrado con este hombre de belleza canónica y, a la vez, moderna.

Es uno de los implicados en el asesinato de Lincoln: Lewis Powell.

Aunque no se vea, sus manos están esposadas.

Su puntería le falló y no mató a su objetivo, el secretario de estado. Fue ejecutado en la horca el 7 de julio de 1.865.

Sí murió el hombre que redactó la enmienda que abolía la esclavitud, mientras veía una obra de teatro con su familia.

Cuando volvemos a salir a la calle, sobre las nueve, un par de jóvenes que, aparentemente, caminan tranquilos de vuelta a casa tras una noche de fiesta, cogen una botella del suelo y la lanzan contra un balcón de San Bernardo. Sin más. Su puntería no falla y el cristal cae en grandes trozos a la calle.

A veces es muy difícil despertarse y seguir confiando en nuestra especie.

28/4/11

Las espinas de la verdad las tienen pocos asidas por la mano.
Un hombre, raya al lado, matiz de boca enjuta
exige mi mañana. Aberración del sentido
y la marea
es tan corta para dejarse ir.
Cabalgamos motor y horario
cada día. Y nos creemos fuertes en la pócima
que otros
para ese cuerpo
destilaron.

Qué maligna cordura es pagar una casa, atarse al aire
de esta ciudad sombría, comprar carne, tragar facturas.

24/4/11

Los cuadernos de la abuela Nicanora

Antípoda del circo de la literatura.
Una mano arrancaba
a la luz, sombra.


El Real de San Vicente (1901)
Nicanora es la tatarabuela de El Fotógrafo.


18/4/11

carretera






No llevábamos música, un par de discos que nadie quiso escuchar. Bebo Valdés al piano sobre un fondo de alcornocales y agua que se come las orillas. Siento ganas de escribir del vértigo lento de la copa alta de los árboles. Pero está prohibido. Ahora que hasta los posmodernos se han vendido. Y todo es purobit. click-click. Desatención.


Que decir follar ya no provoca.


Eso pienso mientras sorteamos la sierra.


Luego me quedo helada en la siesta. Una hormiga ha trepado al hocico de mi perro. El sol calienta mi lado izquierdo. El derecho, acostumbrado al refugio de los inviernos, es carne y frío.

23/3/11

mimosa



El día que vino C. tembló Japón. Lo pensaba ayer mientras abríamos la botella de vino. Tiene el nombre de su padre grabado en el cristal: S. Farina. Yo sé que él me reprocha desde dentro que ya no me conmueva al pensar en aquella primavera, que no sepa darle la réplica de sus versos, que no recuerde la canción que escuchábamos cuando volvimos del aeropuerto al pueblo y yo me bajé del coche para fotografiar el bosque.

Han pasado algunas cosas estos días, la televisión prendida todo el tiempo, pero yo no estaba por aquí. También volvimos a sentarnos bajo la mimosa de Carla y a reír como entonces. Quién nos lo iba a decir.


El pequeño V. llegó a nuestra casa con su pasito corto.

A veces, basta con retomar la huida para seguir hacia delante. Ahí voy.

24/2/11

18/2/11

Timón

Conocí a Timón en un ático de las afueras de México City. Era su graduación de ingeniero. Recuerdo que Ale y yo compramos unos Faros sin filtro antes de subir. Nos sentaron en la mesa de los amigos. Allí estaban J. y PezGlobo, que recuerde. Era mediodía. El DF se extendía como una costra gris sobre la tierra. El edificio era alto, un viejo almacén de varias plantas con montacargas coronado por una sala de fiestas de tonos pastel. Aun extraño lo kitsch de los tonos pastel de lo que es bonito en América. Había comida y bebida. Y la fiesta se prolongó varias horas.

En la terraza de la sala se podía practicar golf a, ¿cuántos?, 80 metros. Tenía dos alturas. Yo estaba abajo, muerta de risa, amenazando a todos con mi palo cuando, caído del cielo, un hombre apareció tumbado delante de mí. It’s raining man, sí. Tras un masaje cardiaco, el hombre volvió en sí. Nunca olvidaré el sonido de su cuerpo contra el césped artificial, ese plaf de hueso roto. Tampoco pude entender qué swing le llevó allí.

Aquella tarde se declaró un incendio en el edificio. Todos los invitados bajamos histéricos las escaleras, a codazos, con la mano en la boca, “los abuelos y niños primero”, gritaba uno. Y yo pensé que Timón había tenido la graduación más surrealista del mundo. De aquello hace ocho años. Tiempo antes de que a mí no me importara morir en México.

Este verano, cuando estuvieron en casa, le vi emocionarse con una de mis canciones (me permito a veces llamarlas así). Se levantó y se fue al baño. Luego nos despedimos en la calle Acuerdo y dijo cosas bonitas. Antes era el amigo golfo de Ale, el canalla. Ahora viene a Madrid y nos cuenta que se casa y que el mirador del DF y que una petición en un cable como los de la Segunda Guerra Mundial.

No sé, hay gente que pasa veloz por tu vida cuando pensaste que nunca más las verías. Y gente que saludó un día y se quedó contigo.

Ahora, cuando salga del trabajo iré a buscar los bombones de tequila que Timón ayer se olvidó y me ha dejado en un hotel de la Gran Vía.

5/2/11

matanza











El abuelo cuenta historias de lobos sentado al sol. Los calcetines de lana arrugados en los tobillos. Un surco de su cara por el hermano muerto, otro por aquel invierno de la montaña. “Ni blanco ni colorao, lo malo es que vivan de esto”. Un esqueleto de madera se retuerce sobre nosotros y prepara sus yemas al sol de invierno. En verano será vencido por el peso de los racimos.



Detrás de mí, las mujeres hablan mientras embuten la carne del animal. Muerto anoche de un tiro. Apenas se conocen pero existe una camaradería ruidosa entre ellas. La mayor de todas pide un bisnieto al aire, llegar al siguiente cumpleaños. Lo dice mientras anuda con certeza el cordón blanco, sus manos son las que ven. Todas juntan la piel, comparan las manchas de los años. Van poniendo nombre a los extraños: Rafael, Nieves, Carmen. Pellizcan las piezas y ríen, obscenas.



Toda la casa huele al ajo picado y a las especias. Hay restos de orégano y pimentón en nuestros zapatos. Pero no sé distinguir el olor de la sangre a borbotones. "Los chicos a comer somarros a la Cabezuela -sigue el abuelo-, que no incordien. De espaldas al sol, chiquilla -se interrumpe-, que te vas a constipar".



Alrededor, la montaña aun está herida de frío. Imagino crujir la tierra, desperezándose en el deshielo, ajena a la gesta de esta nueva familia.

31/1/11

reencuentro

Fui a ver a Mo porque quería recordar cómo se reía.

Cuando bañábamos las tardes en té de frutas y vino caliente. Aquellos días en que escribió su primera novela, y nos hicimos fotos junto a los papeles, escondidos todos de la nieve, en aquel cuarto estrecho que yo heredé, en el invierno de 2002, sobre el diván que destrozó mi espalda.


Quería recordar las tardes en las que nuestra única diversión era ir al supermercado en las bicicletas, cruzar el río, comer pan negro, respirar. La lluvia tras las inmensas ventanas del centro, el tic-tac de los dedos sobe el teclado, la botella a medias, las cartas que llegaban desde Madrid llenas de frases de las que, por suerte, nos hemos ido deshaciendo.


Aquella vuelta del sur con mi padre en la furgoneta, en la noche oscura del bosque alemán, contándonos sus primeros tiempos.


Mo ha tenido una hija que tiene sus ojos y vive en la casa donde nació su abuelo, en esta misma ciudad. Nos hemos perdido cosas importantes, algunas heridas. Pero no hace falta preguntarse dónde hemos estado. Porque volvimos a sentarnos a cada lado de una mesa de cocina y hemos hecho terribles planes de futuro.


Fui a ver a Mo porque quería recordar cómo me reía.

Una de las ventanas de entonces


25/1/11

Tener miedo era esto.
Entonces.
Tenía mucho que ver con la materia.
Y cómo cierras la boca. Cómo no te vas. Cómo te aguantas.
Cómo no eres ni la mitad de fuerte, de lista, de guapa de lo que pensaste.
Mientras, tus amigas se han marchado muy lejos. Ven caer la tarde sobre Lima, hojean los capítulos de los libros que soñaron.
Tú has alimentado la boca de la página que no vas a escribir.
Bebes con moderación, comes menos que un pájaro.
Él te mira con la preocupación de quien no sabe cómo sanarte. El atento.
A veces, cierras los ojos con la tele encendida y, a horas, de madrugada, te despiertas pensando que esto ya va a pasar, porque te toca, y que nadie va a quedarse solo, que los grandes sabios de tu vida van a volver a acariciarte el pelo.
Que alguien te va a dar un algodón bañado en coñac a medianoche y que algún día volverás a dormir el sueño de los despreocupados.

19/1/11

Personae

Aun me preguntas a cuenta de qué escribo tantos poemas de amor
y de dónde llegó este tierno libro a mi boca.





Ezra Pound

3/1/11

Charleroi


No es nuevo: en los alrededores de las estaciones la vida es gris. En el Café de París solo hay hombres. Cuando en un bar las únicas mujeres somos la camarera y yo, la parte rancia de mí dice alerta y crece una extraña complaciencia. Están todos de espaldas al ventanal con grafiteado navideño: Bonne Année. Otro se apoya en la tragaperras. Ella tiene la voz ronca, coleta rubia, flequillo a ras de ojos y cerca de sesenta. Zapatos con alza de lentejuelas y una camiseta con dibujos chinos. El Fotógrafo quiere una cerveza oscura, pero le traen una clara. Simon y Garfunkel de fondo hacen más amable el aire. Cuando bajo a lo que se supone que es un baño dudo si, bajo las espesas cejas dormidas del último cliente, en realidad, hay una mujer.
Uno de los hombres es el retrato del Abuelo Goyo con boina. Y en belga. Los ojos más claros.
Después de la mítica Brujas, es curioso que saque el cuaderno en este antro periférico.
- La rubia no está tan mal -dice El Fotógrafo, y yo dudo por un instante que hable de la camarera o de la cerveza, y añade - Somos un par de cronopios.


30/12/10

Brujas, final de año



Mientras fuera el galope parco mece a los turistas, duele donde más me duele. Llueve donde más me llueve. Mientras se termina este año. Aquella fábula que El Gato no leyó de La Belga. Si la hubiera visto, con sus ojos limpios, su gabardina negra y aquellas botas altas. Caminando sobre el adoquín medieval como yo quisiera. Doliendo. Lloviendo. Mientras nosotros acariciamos los cuerpos uno y en nuestro hotel se adelanta la noche. El Doctor Zhivago en rojo sobre la mesa, esperando. Mientras bebemos una cerveza tostada y repasamos imágenes sumergidos en esta bola de cristal perfecto.

Ni nieva ni falta que hace.

Bastante frío hemos vivido todos: Zhivago, El Gato, La Belga y nosotros.

21/12/10

Entre líneas

Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal... todo lo que se esconde entre las páginas de estas estaciones te lo cuentan en: www.madridentrelineas.com

Y, también, la gran apertura de Malasaña antes de 2011, la librería La Independiente.

6/12/10

página

Entro en gélidas rachas de lectura. Como una anciana a quien el tiempo le traspasa la fina piel de los dedos. Levantarse. Seguir aquí. Observar que el agua de los ciclámenes no fue retirada por la noche. El Recorte está hoy más blanco. El café y el cerebro agotado. Hubo un puente de diciembre en el que cometí una locura. El avión despegó de todas formas. Ahora la piel de entre los muslos está más sana. Yo me alegro. Porque está declinando otra edad en mi bota. Como aquel desnivel en Las Marías desde donde observábamos la casa allá a lo lejos. Aún me veo tirar la pelota contra el ladrillo. El viento del Guadarrama a punto estuvo de despistarnos por un segundo. Pero lo único que cayó fue el viejo cigarro pegado a tu boca durante años.

28/11/10

punto final

Yo no quería a Frida Kahlo.

Pero empezó noviembre y me hicieron un encargo.

Quiero pintar mi casa de azul Coyoacán.

23/11/10

23 de noviembre

.

Como hoy, a esta hora, hace ya demasiados años como para recordar cuántos han pasado, yo pintaba en sepia la carita de una indígena. Estaba lejos de haber visto nunca unos ojos rasgados y negros como aquellos. Me estaba quedando bien. Carboncillo, blanco, pastel. Mi madre andaba preocupada porque el abuelo no llegaba a comer. Subió a mi habitación y miró por la ventana. Alguna vez se había ido dormido en el tren hasta Ávila, dejando atrás nuestra estación. Y llamaba, después, desde una cabina, para avisar. Seguí pintando, preguntándome qué extraña intuición me hacía pensar que todo estaba en orden.

La comida se quedó fría aquel otoño, el abuelo murió dormido, como eligió, y yo nunca más me fié de una corazonada.