16/9/08

dónde

Dónde estuvo el futuro cuando me despisté de él. Cuando invisible el acero en la silla coja me sujetaba. Y no pude ver. Cuando me aberraban las aceras de las calles y el volante. Cuando vi a los compañeros que lloraban. Dónde estaba yo que subí a un volcán para escribirlo. Dónde anduvo el verso cuando dentro estallaba por cualquier parte. Dónde yo. Donde los artículos determinantes entregados dolidos llenos. Imposible contar cuando sucede. Imposible vivir para contarlo. Y desconfiar entonces de esta página que no pasas, que no tocas. Que hoy está aquí y dónde está mañana. Dónde aquella pilita de libros en la mesa y yo a contrarreloj por mentirosa y diciendo que ya estaba que podía que sucede. Y el empeño. Y el telón sin saber si detrás estábamos ya todos preparados. Y el teléfono al suelo por los nervios nunca con ira. Dónde la energía del no dormir. Donde la vitamina la tensión alta de la sangre donde el verbo adecuado sucio oscuro. Hace falta llorar para derramar lo que se acumula como alto de armarios donde nunca miras. Donde la imaginación el desenlace de las casas las páginas. Qué difícil el genio y mantenerlo.


Regresando

aunque no sepa de dónde.

10/9/08

Anoche vigilaba la lluvia. Era la primera vez que las ventanas soportaban su embestida y su fuego. Cómo sería la casa durante la guerra, pensaba. Se hincharían las maderas vírgenes. Tendrían miedo en este mismo cuarto sus habitantes. La pintura plástica ha borrado sus sombras. Tal vez un grito hubo. El granizo me asustó metálico contra la baranda. Habría bombas cerca. Él dice que huirían a los refugios. Su miedo no es el nuestro.
La semana pasada vi caras tristes. El nervio. El periódico redujo su tirada, las manos que lo ciñen a las páginas. Nadie salió con cajas por la puerta como en las películas, porque nadie nunca tuvo nada. No hubo plantas, ni fotos familiares sonriendo. La asunción de estar de paso por sus mesas blancas. Qué hacemos los que nos quedamos además de callar. Esperar que esto expire. Esperar las semanas de otra forma. Su caída. Sin duelo.


calle San Bernardo, 1939
(del mismo sitio que las fotos del post anterior)

3/9/08

mamá, cuando la vida era en blanco y negro...

Así empezaba yo siempre a pedirle a mi madre sus recuerdos...


He disfrutado mucho esta página. Paseen por mil sitios del Madrid de hace años...


Sólo tienen que hacer click en este billete al pasado.


Yo vivo por aquí, pero años después

2/9/08

Nunca he escrito sobre mi hermana. Voy a hacerlo.



No puedo.



Hace poco soñé que ella no estaba. Me desperté en mitad de la noche y lloré.

1994

29/8/08

No estás. Madrid de pronto vuelve a ser aquella ciudad al final de la A-6 a lo lejos. Vuelvo a mirar el puente nuevo, recuerdo mis días en aquel periódico de derechas en que escribí demasiadas palabras sobre él. Lo que me deben, lo que les debo. Madrid vuelve a existir de forma ausente. Donde estuvimos. Lo digo porque tengo una copa vacía sobre la mesa. Una vela roja. Un libro. Y el estómago vacío. Mil páginas en blanco. Madrid es la pequeña calle donde ahora vivo. Aquel bar cerquita y sin saberlo donde nos vimos. Aquellas botas que resbalaron todo el invierno hacia ti. Pero sigue el calor y la bañera es el único recipiente donde el agua puede ser demasiado fría un viernes en que una está sola y porque quiere. Porque tiene una agenda vacía de propósitos. Y los días empiezan más allá de ti. Más allá de septiembre. Te pregunté y sin saberlo tú si se te hacía más grande o más pequeña la ciudad conmigo. Dijiste grande, más llena de gente nueva, más recovecos, más esquinas y lugares que ya son propios, y nuestros. Como el sofá blanco de San Marcos, 14. Como la ventana esta que ahora está abierta a la noche, donde gritan los niños ahora dormidos por las mañanas. (Alguien riega en el patio). Como el 500 pasando por nuestro sueño temprano como un terremoto que ya no me asusta. En el bar de abajo hablan de samba, de baile y noche. Son colombianos. ‘La casita’ se llama. Huele raro. Pero sigo yendo a comprar urgencias. Hay gente por todas partes regresando. Y no está la mano aquí que, como a un gato, acaricia durante horas. Pero están las camisas colgadas de manga larga y los zapatos serios recordando que sí, que ahora existes. Y está el teléfono olvidado en el coche esperando que lo recoja para ser el hilo que me traiga, de nuevo, al Madrid que es ahora.

... contra tí he intentado irme alejarme

la clausura requería velocidad

pero finalmente eras tú quien abría la puerta.

Estabas en cualquier cosa que pudiera

caminar llorar caerse al pozo

y desde la claridad me preguntabas...

Lo dice Bolaño en verso en La Universidad Desconocida.

Una sabe y entiende los silencios de la gente.

encuentro al atardecer



A Dios le gustan las paraguayas. Me lo hizo saber ayer en una acera de la calle San Bernardo. Y compartimos una. Él se tragó su mitad con hueso. Huele bien. Me dio varios abrazos y un beso. Dios va vestido con una camisa abierta y pantalón corto vaquero. Va descalzo y es mudo. Tiene el pelo largo y blanco y la barba le cubre hasta la cintura. Siempre está sonriendo y se ofende mucho si le ofreces dinero. Me dio su dirección y me escribió en una cartulina blanca, sin yo decirle nada, que si quería un trabajo, buscase la fuerza dentro de mí. Me preguntó Dios que qué me faltaba. Y yo le dije que nada. Entonces me dijo que compartiera todo. La gente se asombró mucho viéndonos hablar. Sobre todo unos muchachos chinos. Yo había quedado con el fotógrafo en su casa, y llegué tarde porque Dios me tuvo una hora enredada en gestos y palabras. No me creyó cuando le expliqué por qué tardé tanto en llegar.
Dios vive en Malasaña. Seguramente lo hayan visto pasar alguna vez.




25/8/08

Cabo de San Vicente-Sagres-Vila Nova de Milfontes-Cercal-Sintra-Lisboa

Lo poco que supe de Lisboa, lo encontré en las palabras enamoradas de algún viajero que supo estrujar al paladar su sabor agrio de viejo humo, su temblor de ciudad ocaso, dama de río. Mi abuelo durmió en su 600 azul turquesa para matar el sueño sólo por el placer de pisar sus estrechitas calles. Yo soñé que llegaba, hace ya años, después de empaparme de libros sobre sus bellas revoluciones que destruían monarquías, que insertaron claveles en la boca de fusil de los tanques. Yo soñé que la escribía sin tocarla hasta que una vez más me dije ‘quieta’, espera a respirar su aire.

Que la noche es del fado, todos lo cantan. Y lo sabe el vino alucinado y rojo que en poquitos sorbos nos empujó hacia el mar.

Pero y los pequeños pueblitos salteados de azul y blanco, y las habitaciones, y ese viento alocado de toda la costa revuelta, arrinconada, atlántica de médula, lugar donde agotadas las olas expiran su última y endemoniada fuerza de océano a pulmón. Yo doy voces allá, donde nacieron y no tengo su sabor de maíz este año en la boca.

Estaba ahí y yo no lo sabía.

Desde entonces, Cercal es una botella de ron y polvo nocturno, un inquieto vaivén, una marea deshecha.

Que no diga Pessoa quién es quien vive la vida. Yo no cambio su gesto amargo, ni hablar, por la sonrisa.



Al otro lado de la foto, el fotógrafo, claro. Ji.

8/8/08

He conducido durante horas por carreteras distintas porque soy mujer que se agarra al volante y no se suelta fácil. Hay otras que, mientras el sol nos muele con su dolor necesario, se limpian la cara con la química en una trastienda de barrio. Luego tendrán cientos de niños guapos, con bañadores rojos de diminutas flores. Son mujeres que miran para fuera todo el tiempo y poco para dentro. Leo Madame Bovary mientras dos insectos de colas largas copulan en mi ventana haciendo un ruido que, desde luego, carece de placer, pero le atinan a la vida. Y en el aire.
Hay mujeres cuyas pieles se hoyan como una sardina al sol pierde el apresto. Como una playa que nunca de noche fuera arrasada de agua enloquecida.
Mujeres sin pelo en los rincones, sin arrugas, sin dolores en la memoria.
He llegado hasta un sur extraño. Los volcanes no siempre nacen de los mismos excesos.
He conducido muchas horas.
Cabo de Gata. Donde la alegría de las niñas me espera sin máscaras.
Y refrescos para el alma y el zapato.
Madrid-Cádiz-Málaga-Almería.
Y no me quejo.
Tal vez ellas,
en fin...
eso es quejarse.

4/8/08




Ya no hay nada

en la nevera.

Apenas una espera

una fruta que enferma

sin corazón ni hueso.

Y aquí

entre las manos

un quiste hipercalórico

una revolución

que no tiene bandera.

Sin cientos de kilómetros

sin partir más la noche.

Voy en busca de tiempo

de calor y de agua.

Vacaciones.

1/8/08


Ponerse al lado de una réplica exacta de Little Boy y Fat Man, aquellas que reventaron en Iroshima y Nagasaki, es posible.

Comprarse una casa en la ciudad del Medio Ambiente, por la que han destruido el paisaje soriano, está al alcance de algunos.
Un chaval de 18 años, se caga en sus padres, literal que no literariamente, en El País, pueden leerlo durante todo el mes de agosto, una columna diaria.

Batman bate un récord de taquilla y a mí ayer, entre la cena y las llamadas, me gustó la primera.

Yo paseo en chanclas por una Gran Vía temprana. En vestido de piscina pienso que he perdido esa periférica costumbre de ponerse guapa para venir a Madrid. Tomo café y tostadas con tomate y aceite y moteo el periódico de gotas transparentes. Pero suenan Silvio y Drexler, de regalo.

No entiendo nada aún, ni de hipotecas, ni déficit ni deuda. No entiendo de ingredientes antiguos ni de límites al abrir la boca. De la historia reciente la Europa del Este. Me cuestan los diptongos, los hiatos. No sé los ciclos de las plantas. Ni cómo mi CV sería deseable.

Así parto el 2008 cuando entonces yo asomaba. A las 10 en punto.

Vamos a celebrar el mundo, tal y como es... hoy no es día de ponerse quisquillosos.

30/7/08

cuando hace mucho de las palabras

Sabe que es verano en Madrid. Pero le digo que no puedo dormir. Que las puertas de mi balcón están abiertas a un patio en silencio, sin ruido. Que un hombre puede que esté escuchando este teclear insensato por la hora entre semana desde la habitación de al lado. Pero más puede que esté dormido, todo paz, todo piel y boca sobre labio.

He tardado una media hora de desesperación en encender el ordenador confuso, vago y lento, lleno en su poca memoria ram, que nunca supe qué era. Que estoy sobre una mesa de cocina blanca y grande. Que huele a albahaca. Y se enciende la pantalla, al fin y a duras penas. Y aquí, en medio de esta noche de insomnio me encuentro un poema en la bandeja de entrada del correo, inesperadamente. Y digo, vaya horas, no sé si por las cuatro, o por los años.

Que ayer mismo, acariciaba la tapa de un libro y pensaba que si no se hubiera dejado tanto, si no me hubiera dejado de lado tanto en el descubrimiento podríamos haber charlado todo un año de si el joven escribe a golpecitos certeros e irónicos una infancia de escombros en nuestra vieja Alemania. O abrir la boca y los ojos como para tragarse de memoria todas las palabras que llegan desde oriente. Y tantas cosas que voy y me van descubriendo y no le encuentro en el codo a codo. Eso era ayer mismo.

Así que acertado en mi desesperanza suya su propio grito. Y propongo a mi noche abrirle una a una las palabras que manda. Y hacerle a este silencio las preguntas sobre el verso, la amistad y el tintero. Respuesta a la que sólo él y quién sabe si el paisaje que rodea esa, a veces, compleja cabeza, podrían contestarle.

Podríamos decir que el viernes cumplo 27.

Y sentarnos a charlar de la vida y el tiempo.
David hizo esa foto del patio una noche de cena con gente compartida con el personaje del que hablo. Es lo que ahora, menos iluminado, adivino ahí fuera.

24/7/08

tango, viejo



Cuando compré esta casa y recibí el primer acta de vecinos, busqué sus nombres en internet, una no deja de ser periodista. Abajo, dando al patio, supe que vivía un escritor argentino. Sobre todo, se dedica a investigar sobre el tango. Me encantó. Yo ahora escucho esta canción y él sale y mira hacia la ventana, yo no sé si nostálgico.
Esta no es la voz del Gardel de Tomo y obligo pero ella también tiene esa voz donde una quisiera quedarse. Donde una recuerda. Donde las mañanas con tango quieren volver y volver. Y es una de las pocas mujeres que cantan. Fíjense cómo le dice 'ella será más linda, ella será más buena'. Él escuchaba tangos de pequeño, y a capela. Yo los escuchaba en el coche, de viaje. Aprendiendo las letras con exactitud. Aquellas explicaciones. "Esta va de una mujer que llora. Esta de una niña cieguita. Esta de un hombre que vuelve a casa y le dice que sólo lo hace para despedirse". Serán machistas, estarán pasados, pero a mí me encantan, como a ellos.
Aunque yo recuerdo cantando esta a Mercedes Simone.
Mi padre hace hoy 52 años.

23/7/08

las flores vienen de áfrica




-¿De dónde vienen estas flores?
- De Ámsterdam. En cámaras frigoríficas. Bueno, estos anturios vienen de Cataluña.
- Yo pensé que el anturio era una flor mexicana.
- Bueno los cultivos grandes pueden estar allí.
- Es que yo (ya sé ya sé lo pesada que soy) viví en México (oh qué novedad) y allí había un pueblo que se llamaba Fortín de las Flores y vivía del cultivo del anturio.
- Puede ser. Las margaritas, por ejemplo, la planta madre está en África. Ellos mandan las hojitas, como esta. En Holanda las plantan y de cada tallo sale una flor y las envían. Pero la planta madre está allí. Por el clima.
- Cuánto cuesta una margarita.
- Así, el manojo, 6.50.
- Una pregunta, ¿si tengo un semillero de plantas de especias: albahaca, menta, melisa... y están ya las hojas reventando, las saco tal cual, o tengo que tirar algunas?
- No sácalas todas, las plantas necesitan muy poco espacio para vivir, no pasa nada.
- ¿Me da un saquito de tierra?
- Claro.
- La tierra, ¿de dónde viene?
- La materia, antes de procesar, de África.

Y yo que me aficionado tarde a meter las manos en la tierra húmeda que no a andar haciendo preguntas, me quedo pensando que todo viene de África, que aquí tenemos las flores, como artículo de lujo, y en la cara que deben poner allá cuando sepan que aquí compramos la tierra en saquitos de plástico.

21/7/08

dos días

El viaje. El sol cae y cae la tarde por la A-5. El disco se ha rayado pero no nos resignamos al de la voz tan rota. Por una vez en ese recorrido. Apenas pienso. Él repasa instrucciones. Una gata maúlla en el asiento de atrás. No es el mismo miedo tibio.




La casa. Las uvas tiemblan bajo la Luna llena. No es lugar para ignorarla si las fases alteran. Bajo sus hojas como bajo tu nombre partido en dos cuando ya es fruta. La mitad de los días que incluyen sus nocturnidades. El mantel huele a cuerpos del invierno. Un bicho se atreve con el pan, desmontado. El corazón se espesa y todas las mujeres sienten un miedo proporcional a sus recuerdos. El padre desenreda la carne adobada desde enero. Parecen un niño y un regalo por el ansia en los dedos. Los hilos se desdoblan con los dientes. "No hace falta otra piel".



Los amigos. La noche. La escalera. El olvido. El ron-limón. La norma-limón. Útero-limón que se contrae de futuro. La calle acerca cuerpos. Y una voz de ventana siempre alerta para indicar distancia. Falta espacio para arañárselo al tiempo. Una puerta. Subir la persiana y viento. Se callan. Ella evoca los verbos de Girondo. Y al romper cada esquina, un gato nos espera, previendo nuestros pasos, en medio de la calle. Y se retira.


La despensa. Cebollas por el suelo. Lo que embriaga es el olor a orégano reseco. La bicicleta colgada veinte años destila telarañas, ruedas flojas. Uno salta peldaños. Otro no sube. Dibujos de herramientas. La conserva al vacío. Trabajar con las manos. Nosotros, sin embargo, las tenemos inútiles de carne y de arrancar del árbol. No de pulsar ni de aciertos.
La mirada de alguien en una silla baja es punto de horizonte donde convergen todos. Cae agua que borra dolores por sus retinas.



Pd: y no olvido, porque pienso hablar sin parar, a quien me vea, de cómo una noche un hombre quedó cabizbajo porque su cronovia le dio una paliza, cuerpo a cuerpo, al futbolín...

14/7/08

No sé cuántos soplidos le quedan a mi abuela. Ayer quise raptarla, llevármela a New York, que sepa que otros mundos más allá del zapato, brillante madrugada en el pasillo.
Yo no sé de las manos ni de cómo le escuecen las puntas de los dedos en el agua.
Yo no sé que se parte cuando anda.
Ni qué tenían las fresas flotantes en el cuenco aquellos mediodías, peine frío inexperto en mi cabeza blanca. Recuerdo la banqueta, donde miraba al techo y respiraba. Sus pequeñas sonrisas, diciéndonos adiós en los domingos, mientras gritan los goles en la radio, desde aquella terraza. Mi padre encajó la cabeza en los barrotes verdes y ella fue a buscarle a una guerra de dreas. El pequeño disgusto de la madre.
Yo no sé lo que piensa por dentro. De mujer a su nieta. No sé qué se le ocurre cuando llora en silencio. Cuando roba el teléfono y me llama. Quién seré yo para ella. Si le faltan abrazos o viajes o sólo una palabra. En mi casa el cajón de las fotos se nos quema sin verlas. Yo pensé que era muda. Hasta los límites. Cuando un hacha, un cuchillo blandito pero duele, se le hundió entre la ropa.
No nos sabemos nada. Pero enciende una vela y me busca trabajo con un salmo. Y yo que soy pequeña, me agacho al abrazarla. Y nos falta un viaje a Salamanca. Visitar a los viejos
amigos,

a su hermana,
para verse deshechos y contarse la rabia.
Yo no sé qué le escuece a mi abuela cuando llora. Y lo lamento.




En estos paseos yo aprendí a montar en bici, y aunque esta no es su casa, aquí ensaya ella sus pisadas ahora.

11/7/08

cruce de caminos



Cuando coincidieron en aquella sala de cine del primer centro comercial inmenso de Madrid ninguno lo supo. Solamente nosotros. Tú y yo. Ella llevaba un vestido a rayas marineras y un enorme lazo rojo bajo el cuello. Tenía el pelo recién cortado en una melena lisa y rubia y fuerte como la de aquella actriz mayor de musical de instituto. Él unos vaqueros de goma en la cintura y una camiseta verde. Las piernas de ella chocaban en lo alto de sus muslos al andar y estaban morenas. Las de él terminaban en un culo respingón y enderezado. Los dos llevaban gafas. Pero eso sólo lo sabemos nosotros.

Cuando volvieron a coincidir en aquella gasolinera, él estaba esperando a que su padre terminara de echar agua al coche. Ella inventaba canciones mientras su hermana dormía en el asiento de atrás, toda calma, carne roja y paz. Ella se estiraba de una bufanda de lana rosa y azul agua que picaba en la nariz. Él se abrió la cremallera del anorak de plumas negro. Artificial la calefacción de los coches secaba el aire del invierno. Que no se miraron o sí, sólo lo sabemos nosotros.

Cuando estuvieron juntos en aquel bar estrecho tomando cerveza mexicana, ella se quejaba de lo inverosímiles que eran allí los tacos, de que las botellas nunca llevaban media rodaja de limón contraída en la boca y trataba de resultar lo más cuerda posible a un amigo que pensaba que la conocía demasiado sólo porque la había visto llorar en una escalera. Él bebía su cuarto chupito de tequila reposado mientras miraba al suelo. Tenía los ojos rasgados en los extremos, de tendencia hacia un sur cercano. Tal vez maldecía a alguna mujer, eso no lo sabemos, porque yo no lo sé, o tal vez celebraba que había terminado algún curso en una universidad periférica.

El primer día que tuvieron certeza de que se habían cruzado, él fuera, haciendo sus cuentas con un tercio en las manos y decidió no entrar, y ella llegaba tarde, pero de las primeras y apartó la cortina roja y le dijeron –¿Aroa? Tal vez se miraron o no, porque no lo recuerdan. Pero los dos regresaron y encontraron una coordenada común. Ahora se ven a diario, se reconocen en aquellos y recorren los viejos encuentros.

Pero eso nosotros no podemos saberlo.

9/7/08

La carne se fatiga
cuando el sueño.
Y la gente
es pisada
de la calle.
Y no mires atrás
porque te aviso
que sólo queda
el eco
-----------de
-----------------esa
------------------------mano.

7/7/08

A las cinco de la tarde continuaba el verano. Cuando la digestión terminaba y la puerta se abría y la casa recuperaba su luz y su ruido normal, yo recogía mi toalla, un cuento y un muñeco y me iba a la piscina. Y entonces volteretas y buceo y mi cuerpo reflejado flotando sobre el gresite azul y yo superhéroe que volaba. Aquella imaginación sin límite. Y la piscina y los gritos en medio de aquel polígono industrial frontera entre Getafe y Leganés (¿verdad?) era un oasis. Y los 25 metros bajo el agua y el abuelo en la orilla – haz el pino, currita – y yo desaparecía, bajo su asombro vestido de camisa y pantalón corto y piel blanca de abuelo de Madrid. Pequeño pez de pelo cada vez más blanco y piel cada día más morena y resbaladiza,
pequeña-yo-pez-aroa-niña en bañador de lunares nuevo.

Y luego estallaba la noche y la ducha y el refresco. Y la Luna y el escondite y los primos y los que no lo eran pero como si lo son. Y dónde estamos escondidos todos ahora.
Son las cinco de la tarde y la puerta se abre y no salgo al verano sino entro en el frío acondicionado del periódico. Pero no importa. Mi cuerpo no aguanta tantas horas de agua y movimiento. Y si aquella yo se hubiera mirado, habría abierto la boca por haber dado esquinazo a tantas cosas, y se preguntaría dónde están aquellos que corrían tramposos a decir – por mí – pero sonreiría contenta de verme con ganas de seguir saltando al agua, otra vez.


3/7/08

historias fantásticas o cómo renuncié a un titular mundial (versión terminada)

Me escribe un amigo para decirme que se han visto ovnis sobre el cielo de Córdoba, Veracruz, que le consiga una foto con los amigos que tuve allí en el periódico. Yo, que estoy en mi rinconcito del diario de aquí, suelto la risa. Y me acuerdo. Me acuerdo mucho de cuando trabajé allí. Y una mañana, bajo el pegajoso sol tropical, salimos de expedición con la policía tras las huellas del Mataborregos, Chupacabras o tal vez un Nahual*. Los policías mexicanos, vestidos de negro, peinaron una zona de cultivos de caña. Yo, armada con mi cámara y mi escepticismo les seguí junto a un compañero fotógrafo del periódico que estaba muy emocionado. Un animal, persona o ya quién sabe qué, otros decían que era la estrategia para desviar la atención de las elecciones municipales, había matado cientos de borregos haciéndoles un corte diagonal en el vientre, dejando expuestos todos sus órganos y les chupaba toda la sangre. Aquel día sí pude ver a uno de estos animales muerto al sol en los alrededores de un orfanato a las afueras. Fue espeluznante. La directora del periódico me dijo que trabajara ese sábado. Saben, me lo decía dándome, según ella, la noticia del año, en plan reportera de confianza. Yo le dije que no, que el sábado mejor Utopía y tequila sunrise y canciones con mucho calor, y a ella le extrañó mucho que no quisiera seguir con la investigación, la oportunidad de saltar a la fama: Española en córdoba destapa el misterio del chupacabras, qué titular se ha perdido mi vida.

México, siempre, qué fantástico.




(la noticia que escríbí tras aquella expedición inolvidable... clic para leer lo que fui capaz de escribir, por favor atención al párrafo de "pudiera ser una fiera o un felino...". Pero es que Córdoba... el inspector de policía se llamaba Colombo, no digo más)


* Nahual: De acuerdo con las tradiciones mexicanas, se dice que cada persona, al momento de nacer,tiene ya el espíritu de un animal, que se encarga de protegerlo y guiarlo. Estos espíritus, llamados nahuales , usualmente se manifiestan sólo como una imagen que aconseja en sueños, o con cierta afinidad al animal que nos tomó como protegidos. Una mujer cuyo nahual fuera un centzontle tendrá una voz privilegiada para el canto.

2/7/08


Ayer, la salida a la calle me valió para comprendernos. Para ver lo que hacía tiempo que estaba mirando. Los acuerdos tácitos, las cesiones, el contrabando de ilusión a lo largo de los años. Y descubrir. Y pensar que detrás de aquellos que hacen que todo parezca fácil, que la vida se ordena para caminar sola, hay manos artífices de los deseos. Hay arquitectos de tejados que nos protegen de la lluvia.
Cuando abres el frigorífico y siempre hay leche fresca. Cuando el frío aprieta y se enciende la chimenea. Cuando llega la primavera y el jardín revienta. Y cómo y cuándo se prepara uno para construir escenarios a otros. Ciclo infinito de aprendizaje.
Y esto lo comprendí sobre un taburete en la barra de un bar a mitad de camino entre la casa con balcón y la del patio, que por suerte es muy poco, junto a
María, que ha sabido mirar.
Que entre hablar de flores y de cuentos, vamos tomando notas de la vida. Y vivir se echa encima como un huracán al que tienes necesidad de sobrevivir. Y, de pronto, importa cuidarte para cuidar a otros.
Porque todos alguna vez somos muy frágiles. Y a todos alguna vez se nos derrumba encima el tejado que nosotros mismos, con años y con sueños, nos hemos construido.
Entonces, vuelve el ciclo y otro alguien, sin que nadie le diga, sabe que tiene que encender el fuego.