31/12/08

Interrumpieron cien veces nuestro sueño.
Una lanza
devuelve
a la niña lo humano.
La pequeña muñeca
no tendrá su permiso.
Madrugada llena de agujeros.
Como la casa.
Donde el viento.
Un huracán
hinchando la matriz.
Qué importa si mañana
le damos otro nombre
a nuestro tiempo.
Día uno.
La boca del estómago.
El nombre de la calma.



Patones (Madrid). Dia 30 de diciembre. La foto. de David, saldrá aquí el año que viene.

Feliz fin de año. Y nuevo.

24/12/08

deseo: reecuentro

pues felices días a todos

22/12/08


En días como estos uno debería conducir, al menos conducir, hasta el aeropuerto. El sol ya se habrá puesto cuando llegues. Habrá mucha gente arrastrando maletas. Estarán adecuadamente vestidos. Cómodos, abrigados y el pelo limpio. Confía en tí, recordarás. El contrato aeroportuario permite sonreír a los desconocidos. Te sentarás en la cafetería, beberás muy despacio, anotarás impresiones de los viajeros. Esperas nerviosas de los que se van. Distinguirás a los que aguardan una llegada ansiada. Es bueno el aeropuerto porque algo, como pólvora reventando dentro de uno, te hará recordar que, alguna vez, también te fuiste. Cómo la lluvia corrió por la falsa ventanilla doble. Y una lágrima a la vez. Cómo sobrevolaste la ciudad y es entonces, solamente, cuando uno sabe lo que realmente es importante, que las cosas que a uno le duele abandonar son muy pocas. Que el dolor de las pérdidas y lo que no podemos desatar para empezar de nuevo, nos cabe en una sola de nuestras manos.

19/12/08

sueño hoy



He soñado una iguana.

Venía junto a mí por unas escaleras.

Y simpática.

(es aquella que esperaba entre las ruinas

reconozco sus ojos).

Pero yo, la lanzaba. Su cuerpo
verde
se partía en dos.

Y seguía viva.

Arriba una niña se reía a carcajadas
espasmos vitales
en mis rodillas
bocanadas de aire
reventando

(es la misma de la cola del paro, yo lo sé)

cuando yo

adelante

atrás

la balanceaba en la mecedora
de la terraza de cristales.

Mi madre enseñaba

mientras

y orgullosa

mis títulos universitarios.

Estamos al principio.

Y yo me voy al no trabajo.

Buenos días.

(arriba la iguana de las ruinas que saltó de la memoria a mi sueño, fíjense, uo sueño con algo, y les digo: esta es, fantástico)

15/12/08

paradoja



He vuelto a madrugar.


A pesar de que mañana seré un cadavercito más de las listas del paro.


Pero, de alguna forma, me alegra ver a los hombres en gabardina con sus periódicos bajo el brazo en los andenes del metro.


He vuelto a ser novata.


Y no tengo lotería.


Pero, ¿quién me ha engañado así?


robo a mano armada de fotillo maravillosa a un tipo parecido a clin isbu

10/12/08

hace un año:

"Lo evidente es esta felicidad que se desborda y en desorden."

(con permiso de la inspiratriz)
Por si nunca las pisas te dirá que las calles están llenas de niebla. Que el frío se te enreda en las pisadas. Que hay mujeres rubias con serpientes en la cabeza y pañuelos de cáñamo. Que una cruz donde un animal de plumaje doméstico muere en sacrificio. Que nunca podrías fotografiarles porque te perseguirán. Que hay cuadros donde una madre vuela hacia el nuevo amanecer con su hija. Que nunca se les ve la boca pero sí los ojos. Que hablan tu mismo idioma. Tú te preguntarás por la identidad de los mundos. Por los programas de televisión. Por los libros que leíste. Por la suerte y el compromiso que contiene una sola de tus palabras. Te preguntarás por tu carne blanca y tu melanina de occidente. Recordarás tu jardín y tus temores a lo lejos dormidos sobre una montaña cálida. Pedirás cerveza y serás una de ellos. Una mujer atravesada por el mundo para respirar. Perderás el sentido. Escucharás el aullido de los monos rondando tus poemas. Ya se huele la huella triste del jaguar vencido. En el edificio blanco recordarás enero. Y a un subcomandante hermoso empuñando un arma. Un arma dispara muertos. Un gobierno que mata niños en las esquinas que tú ahora estarás pisando. Te atarás un retazo rojo de tela a la garganta. Cuestionarás el método. Escucharás el eco sólido del caracol tranquilo. Creerás que hay esperanza, pero que no está por ahora al alcance de nuestras manos. No ahí.

8/12/08

y, ¿ahora?

.
niña que en vientos grises
vientos verdes aguardó .
.
/alejandra_pizarnik/
.
.

3/12/08

trenes

El tren de la una de la madrugada destrozó los finales de mis películas adolescentes. Las noches de verano, con la ventana abierta y el aire de la sierra en el salón, las ciudades dormitorio allá en el horizonte, y su traqueteo detonador. Haciendo retumbar las paredes, los quicios. Justo en el instante en que el protagonista declaraba su amor a la rubia o el asesino confesaba su crimen, la locomotora silbaba un rugido de aviso a las barreras de la estación. Mi bisabuelo era ferroviario, mi madre me lo cuenta, de una pequeña estación extremeña, y conseguía naranjas valencianas en el extraperlo. Allí donde paseamos hace un año, caminaba yo buscando qué. Donde los higos se pasaban en el quicio de la ventana. Al sol. Mi primer juguete fue un tren de latón. Yo pensaba que era el de Barrio Sésamo, con todos aquellos niños embufandados asomados. Pero no. Era mucho mejor. Aquí lo tengo, junto a mí, le faltan ruedas y la campana. Los dos recordamos su chirriante camino por las baldosas del bajo. Haciendo cabriolas espontáneas. El antiguo dueño de mi casa era un obseso de los trenes. Cuando la vi por primera vez, tenía todas las estanterías llenas de locomotoras y vagones antiguos. Cajas de vías y maquetas por todas partes.
Los trenes tienen algo melancólico e inspirador y yo hace mucho tiempo que no tomo ninguno.

Yo buscando qué hace un año en la estación de mis bisabuelos. La 'impronta' que diría Miguel de la foto acusa a su autor.

25/11/08

iremos en enero...

Tal vez les apetezca. Como a mí me pasó hace tiempo. Yo les invito. Por si acaso. A recorrer Madrid. Planito en mano. Y buscar qué nos queda. De la guerra. Sus huellas. Miren aquí, así estaba. Yo les mostraré una foto de entonces. Señalaré los rebotes de metralla que salpican todos los edificios. No sé si les parezca buen plan para un sábado de invierno por la tarde. Los que leyeron México, pueden leer ahora la guerra. Previo paseo, claro. Descansamos después. Hay un agujero que una bomba formó en Ciudad Universitaria. Tiene un diámetro de, al menos, cuatro metros. Y profundo. ¿Quieren verlo? ¿Hacemos la excursión? Yo me los llevo. Díganme. Investigo los pasos. Y les espero. (Oigan, no es metáfora... ¡vamos!)




Este vídeo lo rescato del baúl de los recuerdos para propiciar las ganas. Tenía la música de El Quinto regimiento entonces, pero el polvo se ha acumulado sobre él y la canción no quiere sonar. Lo apañé después con un Sabina postguerriano. Pero, si bajan el volumen al vídeo de youtube y le dan al play del audio, será de nuevo como fue. Lo montó Sandra en 2003, cuando no había tanto vídeo internético por ahí reproducciéndose.

21/11/08

bibiana (fdez) y yo


Como en la canción, soy consciente de la hora, siempre, a las cuatro y diez. No les sucede que siempre miran el reloj a la misma hora. Lo mío se explica. Después de comer y deshacerme de la pereza que me da ir a trabajar otro día más, me sumerjo en el garage, siembre después de haber mirado de reojo la tienda ‘Sinvergüenza’: un sex shop de artículos de lujo y sin neón que me han puesto al lado de casa (venden una capa como la de Ramonchu de Nochevieja). Me agarro al volante y doy tres vueltas de campana para salir del aparcamiento. Le digo que no al vendedor de kleenex de Conde-Duque con Alberto Aguilera, que es un hombre sonriente, y todos los días me acuerdo de aquel otro flaco que los vendía a “cinco durillos, valegrasia” en la glorieta de la Plaza Elíptica cuando era pequeña y al que, niña mala, imitaba en bajito desde el asiento de atrás. Ahí miro la hora. Luego atravieso ese píloro en forma de calle convirtiéndose en autopista que es Moncloa. Un gigante cartel de ING Direct le da a todo un extraño y cálido resplandor naranja. Parece un cuarto de estar en hora de siesta. Y enciendo la radio y me asomo a la ventana. A la de Nierga, Boris, Cansado y otras voces faranduleras. Siempre están alegres y pienso, todos los días, que la gemma tiene un tono de voz de sonrisa permanente, como las mujeres de las radiofórmulas. Es estupenda. Así sucedió que el otro día me enamoré de Bibiana Fernández y su gracejo sureño. No quería salir del coche cuando llegué al periódico, estaba entretenidísima. Y conocí a personajes de su vida: el señor cara de perro, el dueño del Niágara, un local de alterne de Barcelona. O supe que nació en Tánger. Que su padre era taxista. Y que estaba divorciado de su madre. Que una vez pasó la Nochebuena en el taxi con él y que, muchos días, siendo ya él el último taxista español allí, después de que Tanger dejase de ser internacional (nota mental que me hice: checa dato) tenía de clientes a todas las mujeres que se dedicaban a las barras americanas en aquella ciudad de niebla. Y él y la niña, Bibianita, que entonces, según contó, ya era una mística, iban a buscarlas cuando echaban el cierre, con el sol ya doliendo. Qué para qué cuento esto. Me pareció tan fantástica la historia de esta mujer, que lo he querido sacar para no terminar escribiendo algo más largo. Igual le gustaría que escribiera su biografía. Aroa, qué estás diciendo. O qué.

17/11/08



Quién será la que manche
las ficciones
de insensatas palabras.
Cuando el hombre
ya ha hecho
de sí mismo
un demonio
y un ángel.

13/11/08

Yo soy la triste hija
de todas las revoluciones
de la historia.
Tengo un Marx anidando
aquí en el pecho
entre mi corazón
y las conquistas.
Me silba la salida
de mi tiempo
en los fríos andenes.
Si no llego no soy.
Levanto el puño en alto
y vuela Lenin
gritando por el cielo
abierto y franco
que no puedo claudicar
en mi contienda.
En la cabeza llevo
prendida sobre el pelo
una estrella
de cinco puntas rojas.
Me pregunta qué hago
sin disparar el arma.
Y aquí lo más pesado
( y en la nuca )
cuchillo como culpa
los siglos de mortal catolicismo
abriéndome conciencia
de pecadora nata.
De cielos y de infiernos
me cuenta beneficios.
Calmaré todo el nervio
y me ataré las manos
para evitar que esto
termine en sangriento
parricidio.
fotograma de Goodbye Lenin

12/11/08



Hace tiempo que lo único que quiero contar es ese verdín que está saliendo en el patio. En la zanja que conserva la lluvia durante días. Esquinas donde crece húmedo el musgo. Que ojalá un niño, con sus pequeños dedos, lo arranque para hacer un belén. Lo rojizo de las hojas, lo amarillo de las hojas que en verano, mustias, detenían mi paso.


10/11/08

www

Los amigos que no veo
me visitan
en una página web
donde resumen
sus vidas.
No hay hora del café.
Jorge ha colgado una foto.
María ha cambiado su perfil.
Felipe con su hija que no vi en Villahermosa.
Carlo se apuntó al grupo
amigos
del trabajo.
Nuestro bar es una mesa plana
que no huele ni aúlla si hace frío
donde, quiero desengañarme,
no siento que riamos
a voces
ni que nos pasemos las manos por la boca.
No hay nudos de tensión entre los cuerpos.
No responde si pregunto
donde fue que hablamos todo aquello.
Pero veo una fotografía
que yo hice
y me deja colgada una mañana entera
ubicando.
La red se está quedando
-pegados como moscas-
mis futuros recuerdos.




2003, por mucho que digan los números rojos

6/11/08

centinela

Dentro de esta casa que todos llaman útero
Cristina Peri-Rossi


No es fácil reconocer que soy yo la que camina por la callecita Dos de Mayo. Una niña observa el mordisco de un perro en el cuello de otro. Le falta aplaudir pero me da la mano. Se equivoca de madre. Dicen los periódicos que el mundo ha dado otra vuelta. La crisis económica es engullida por el nuevo huracán de cinco columnas en blanco y negro. Me han dicho que podrías llegar de madrugada y que no recordarás cómo el tren abrió los ojos. Yo sentiré hormigas en el vientre y hundiré todos los cuchillos de la casa debajo del colchón. Si es necesario. Mantendré encendida la ventana
entre
los
pisos.
Adivinarás mi nervio. Mi vocación de colmena. Verás que hay una cama anudada en el cielo. Que escondí todos los recibos. Los números rojos. Que hay una maleta en mi pasillo que sabe que no va a ninguna parte.

3/11/08

Instrucciones de lunes frío

Sírvase una copa de vino dulce.
Deje caer el bolso sobre el suelo.
Deje que todo caiga
lo que la lluvia de noviembre recogió
de sus hombros. No es fácil
le advierto
si recuerda
que tan sólo ha terminado una jornada:
el trabajo.
No recuerde los restos
de la cena de ayer abandonados
la mermelada roja
donde anida una hormiga.
Olvídese del mundo.
Del hombre que doblado le estiró del abrigo.
De la mujer que cuenta cómo perdió una casa.
Y abra la botella.
Elija un rincón donde haya poca luz.
No se moleste en espantar las sombras.
Alguna melodía,
sonidos de gramófono antiguo.
Tal vez un fado, Gardel, una canción francesa.
Por supuesto, no escuche la letra.
Ni atienda a melodías. Su cerebro
está blanco.
Olvide las denuncias, las mentiras, las reuniones, la falsa
sonrisa de cristal de despacho.
Cierre los ojos. Le dije, no era fácil.
Permanezca inmóvil.
Cuando la noche le devuelva el aliento,
llene la bañera.
Mucha espuma. No
coja ningún libro. Tal vez
un cigarrillo pero sólo
si no va a preocuparse de cenizas
de humedades.
Sumerja la cabeza.
Escuche la oquedad de los vecinos de
abajo
la niña patalea en ruido sordo.
Mantenga la cabeza sumergida. Deje
que emerja a flotar alguna parte
del cuerpo
que roce los vapores.
Y cuando salga, el agua caerá como riachuelos
pierna abajo, sienta
las cosquillas del agua.
Cene algún fruto.
Mastique la hinchazón,
Reviente pulpa dulce.
Y duérmase tranquilo:
el lunes ha pasado.

(si elige el ritual en modo: 'en compañía', algunas instrucciones se verán alteradas)

(la fotillo es de davidruiz y... salud!)

31/10/08

para que vuelvas

Siete peldaños siete de regreso. Y una espera. Fue húmeda la noche bajo los soportales. Recuerda tú recuerda. Esperar con las manos enredadas en los bolsillos. Allá en la esquinita arriba, en el 121 era la contraseña, avenida 3, con calle 3. La calavera enjuta y sonriente guiñando un ojo, riéndome una mueca. La catrina se provoca a carcajadas y me invita a bailar con ella. Yo le digo que no, que aún no me voy, que suelte las manos, que no está la banda aún sobre el escenario. Que hay silencio y madrugada. Ahora debe estar el parque cubierto de pétalos naranjas arrancados de su corazón caliente. Las mujeres del mercado tiradas por la calle llenas de flores cultivadas lejos. Estas vienen de la montaña, estas de Coscomatepec. Compre, güerita compre. Y allá los changarritos allá desordenados llenos de azúcar. Ahora los niños de Huatusco sonríen delante de los altares. Una fotografía. Los niños jugando con la muerte en siete pasos. Y en cada esquina cada huele el pan dulce recién hecho. No comas la comida no que viene el muerto. Nosotros robamos chocolate amargo al entrar al periódico. No bebas tequila no de los altares. Despertarás tus miedos. Una mano avanza, abajo por mi garganta abajo, y me revuelve los días. Siete recuerdos siete. Y yo, todavía yo, sin mi regreso.

En la foto, mi altarcito en casa, para volver

28/10/08


Y ese andar de no ser de acá
A. Calamaro


Enredó en sus rodillas las palabras
y pronunció
ceniza.
Allí todo era rojo.
Incluso la poesía.
Cuando dice manzanas
hay algo de calor
que a mí me araña
dentro.
Sus árboles,
su agua
es otra muy distinta.
El tiempo al fin es tiempo.
A puro diente firme
ella se abre
camino entre los huesos
tendones de la fiebre
y la rutina
y hay alguien que devuelve
a lo roto la vida.
Caricias para el naúfrago
que respira en la playa.
Y cuando fuma, dijo.

La nieve en una casa
está ansiosa de invierno
para ser pronunciada.



Para Larit,
con mucha vergüenza
pero aún más agradecimiento
por escribir
y así.
(Desde la cocina verde.
Lavadora en marcha y café hirviendo.
Y poniendo gestillos)

24/10/08

el lunes lo pensaré

Disculpe que no me vista de negro.

Que le de la espalda.

No le voy a permitir beber de mis ojeras.



(me han censurado el párrafo que hasta ahorita ocupaba este lugar)

Hablaba de este, luego hicieron esto con él. Lo turbio, tal vez, no deja ver, pero uno lo presiente.

Me voy a terminar la semana a Barcelona, a escuchar el rumor de olas de la voz de Lara. Y de todas las maletas, me llevo la del olvido. La del lunes ya veremos. La tranquila. Pensaré de camino, eso lo sé. Espero no darle mucho la lata a la compañía.

PD_ las pléyades no queremos ser accionistas de lo inerte, muchas gracias

21/10/08

sugerencia

Uno llega a la muerte sin un achaque
del todo tranquilo y en paz,
su sexo lleno de vigor
y jugosa la médula de sus huesos;
y otro muere lleno de amargura,
sin haber comido nunca bien;
y los dos se acuestan juntos en el polvo,
cubiertos de gusanos y lagartijas.

Libro de Job
La Biblia






La cola de la lagartija se retuerce en el suelo muerta después de pisarla. Esa es la sensación. Hermosa y terrible novela. Ahora sí entiendo.
Entre Pascual Duarte y los Hermanos Grimm. Aunque distinta. Escalofrío.

Las lagartijas huelen a hierba. Y sus palabras, también.
De Cristina Sánchez-Andrade.
Acabo de terminarlo.

fragmento

19/10/08


si crecer

era entonces

saberse

cada vez
más vacío

más solo...


15/10/08

Le prometí, en pleno concierto, escribir un poema que incluyera la frase Pregúntame ahora quién es Steven Wilson. Pero entonces no tenía papel. No tenía dónde escribir lo que memoricé y hoy he olvidado. Ayer me invitó a cenar filetes de pollo con salsa de champiñones, hechos con amor, pero también con grumos (poulet a le grumé, me dijo). Y supieron tan ricos. Si no, en seguida lo arreglaba bañándolo en ese tomate al vacío que llega desde las montañas. Ya hemos visto La cosecha del hielo, Zombies party, 12 monos, Batman (la 1 y la 2, él tres veces en el cine), Snatch, Master and Commander, Hierro 3, Sin City, todos los capítulos de Lost, Californication, Weeds y todo aquello que no recuerdo porque me dormí sobre él en el sofá. He intentado leer Buenos Presagios, pero una tiene el humor torpe o flojo o adolescente y no se engancha. Cierra los ojos mientras él lee emocionado. Una desalmada. Aunque sí leí Stardust, que me dejó junto a los zapatos el día de reyes y yo devoré camino de vuelta cuando aún tomaba trenes rumbo noroeste y corriendo para llegar a comer a la mesa familiar.
A cambio, le he ordenado la mesa. Es terrible, lo sé. Pero los codos se llenaban de cosas al tratar de escribir. Cosas, saben.
Y una le coge amor a su desorden. A su cúmulo de cosas. Desde que le conozco, sobre esta madera clara desde la que ahora escribo, siguen inmóviles varios tornillos, dos paquetes vacíos de cigarros Delicados que un amigo trajo de México, la foto de carnet de alguien pasado, un bote de jarabe vacío que compré el pasado invierno para calmarle la tos, un cepillo (esto cosa mía) y suerte que desapareció aquella bolsa de colines.
Y en este cuarto, con el 500 haciendo temblar las paredes cada cinco minutos, sobre la mayor aglomeración de tiendas de chinos de Madrid, con la cama sin hacer, claro, con la ropa, los papeles, los cuentos, la mesilla construida con miles de libros a punto de derrumbe cada noche (libros que yo no leo), las bolsas, los zapatos… nada cambia y entonces vengo y escribo y trabajo aquí y me siento como antes, porque es la estabilidad del desorden donde todo ocupa su justo lugar. Y que a una el caos nunca le importó.
Aún no le he dicho que nunca vi Pulp Fiction. Porque bastante me recuerda que nos queda Kill Bill (la I y la II).
Pero pregúntame ahora quién es Steven Wilson.


La foto de arriba, suya y de uno de 'esos' libros...

La de abajo... ya se ve quien la hizo y con quién, en una callejuela de Lisboa

9/10/08


Ella quería escucharle.
Él quería hablar.
Ella quería que la acariciase.
Él se moría por tocarla.

A los dos lados de la puerta, la cobardía blindó a los amantes.
.
.


7/10/08

Die Sensibilitätt

Das ist nicht gut, repite. Pero Alemania está verde en su centro. Luego estira sus ramas en amarillo, naranja, rojas. Es el otoño del sur. Una acuarela. El otoño en la Schwarzwald. Pero por qué es negra, pregunto. Porque la luz no entra a través de los árboles. Hay millones de relojes de cuco marcando cada paso. Hacia ella o hacia atrás, hacia otra parte.
En el cementerio de Biethigueim una lámina llora a los caídos en la segunda de las mundiales. Son miles y miles. Un niño arranca una mora de la zarza con sus pequeños dedos transparentes. Alguien cuenta dos historias al volante. Una, son los restos de aquella guerra. La otra, es su vida. Yo recuerdo aquel viaje en furgoneta con mi padre bajo la lluvia negra.
El otoño va con nosotros dentro del coche. Atrás quedaron colgando las cestas pintadas de las hortalizas en el patio de la casa. Los rostros del pasado ondean sobre el agua azul de un Danubio estrecho y joven. Pasamos un pueblo que se llama Schönbuch (libro bonito). Yo aprendo las melodías de un grupo nórdico sobre las fotografías que él no está haciendo.
Cuando las nubes se ponen bajas, azul grisáceas y revueltas, escucho las risas junto a los cristales, la sobremesa eterna con aquel embutido que alguien nos envió desde España y que repartimos en trocitos pequeños, como si fuera un tesoro. Los viajes solitarios a Ingolstadt, a Nürnberg, cuando compré aquellas botas que fueron un arma contra la nieve blanca por todas partes.
En el Titisee, el frío me corta la piel, por fin. El aire helado obliga a mirarse para dentro. Tomamos pan negro, una Bratwurst fría y miles de quesos sobre una madera, cerveza espesa. Al final tarta de selva negra en el Maritim, mirando al lago, como a mi padre le gusta hacer cada vez que hasta su orilla llega.
Al día siguiente, alguien cumple 60 años y un húngaro le regala una melodía de trompeta.
A mí me gustaría escuchar de pronto el segundero constante de la nieve. Y correr hasta aquella ventana para ver qué sucede. Y descubrirla blanca sobre el desnudo verde. Pero aún es temprano.


6/10/08

Die Nacht


La mujer que tocaba el violín cuando era niña me lleva a un club de Sttutgart. Pide vodka con red bull. Yo, un mojito cubano. Uno me toca la espalda para pasar con la mano completamente abierta. Me encuentra desprevenida al tacto en las ciudades de ese sur tan del norte. Yo me retiro. Grandes bolas de espejo cuelgan del techo bajo. Una mujer de pelo blanco y muy corto, extremadamente parecida a una amiga, felicita al DJ cuando cambia de ritmo. Mueve las manos y maneja, como una especie de dios rubio, a la masa de cuerpos desencajados. Descubro que la mujer que de niña tocaba el violín es adicta al red bull. Al regresar pone Orishas en el coche por aquello de que hablan español. Me mira y sonríe. No me desagrada si la otra opción eran aquellos golpes rítmicos en mis sienes. La vecina del abrigo rosa fucsia entonces se ha ido a Ibiza, al cierre de las discos, qué suerte, me dice. Cuando el coche alcanza los 180 km/h pasamos por la puerta del palacio de Ludwigsburg. Última parada en la gasolinera. Compra dos latas más.

La foto en: http://www.davidruiz.eu/photoblog/index.php

2/10/08

de viaje



La Alemania del Sur ya no me espera. Se cansó. Por eso voy a ella.


A encontrarme con esa parte descuidada por mí, que la cambió hace tres años y la bajó del podium de la mejor de las nostalgias.


A ella voy.


A olvidar bajos sus ramas mis improvisaciones y traerme su método.


A reconciliar el idioma con mi lengua.


Cinco años son muchos cuando pensé que no podría seguir mirando hacia adelante sin todo aquello. Hace cinco años, el mismo día 2 de octubre, allí me fui un curso de universidad.


Cómo lloré una vez sobre el diccionario preparando un examen.
Vamos a ver cuánto de palabras me queda.

30/9/08

Bodas de Sangre, junio de 2003, Alemania

Yo me arranco corriendo de la cama y le traigo el libro del salón. Aquellos pequeñitos que a 300 pesetas se compraban. Hacía ya diez años. Cuando leo el poema de Ítaca, pregunto si comprende. Pero sabe. Porque de pronto dice que Nietzsche y los viajes. Contemplar el camino. Otro día leímos Elegía a la luz de la lámpara que heredé de un amigo. Columnas vertebrales. Médulas de verso. Se me cayó una lágrima a mitad de palabra, se hizo el nudo. Dentro de poco será domingo y le llevaré engañado por el vino a la Espada de Madera, a ver Bodas de Sangre. A mí se me alterará el recuerdo de la sala de ensayo sobre el césped, de la nieve deshecha, del Aula. Pero conozco el bar y la mesita donde luego explicarle. Nunca termina de caber la vida dentro de la vida. Al final me pregunto si yo entiendo a Kavafis.


27/9/08



Estuve en una sala de teatro alternativo. Vi la obra 'Años 90'. De todo el texto rescato esto porque me impactó la imagen que está en negrita.

Yo no trabajé por el mundo
Porque sabía lo que pasaba
Sabía que todo era un robo
Trabajé por el fin del mundo
Sabiendo que el cielo se pondrá verde
Todo será horrible
Olerá mal
En el cielo aparecerán las imágenes
De Vietnam de Armenia de Ruanda
De Angola de Irak de Corea de España
No hay ningún país que no evoque una catástrofe
Decir el nombre de cualquier país
Es decir el nombre de una catástrofe
El día del fin del mundo
Será mejor que cualquier ruina
Que cualquier pintura
Que cualquier verso
De tanto explicar el fin del mundo
El hombre es parte del fin del mundo
Y es el fin del mundo

Pero toda me pareció un canto de desesperanza. Yo no quiero pensar que soy el producto de dictaduras pasadas sino el resultado de los que las abatieron. Que mi vida no es una imagen fracasada de lo que la historia ha hecho de mí. Que tengo fuerza en las manos para no rodearme de restos de alas partidas, de estrellas de plástico que se pegan en la pared. Aun puedo mirar hacia arriba y encontrarlas. No quiero bañarme en coca cola porque me queda agua limpia. Me pareció un canto a la supervivencia entre los errores de la humanidad. Dar saltos sobre los charcos de un diluvio de lluvias sucias.
También pensé que qué difícil es contar una buena historia. Una historia que no sea la historia de siempre con otras palabras. Qué difícil.


No me la creí.

25/9/08

bajo el volcán



Él nos escucha mientras leemos con la mirada ligeramente levantada hacia arriba, intenta no sucumbir al humo que se respira entre los papeles. Si me ve despistada, yo vuelvo al cuento. Sé lo que nos cuesta convencernos de que el silencio no es malo que, a veces, entre dos que están, no hacen falta demasiadas palabras, cuando las cosas quedan suspendidas entre los ojos. Primero pensé que era un profesor de literatura, invención de otro, y lo creí. Luego faltó a la primera cita, cuando su cara era una de aquellas a las que yo más quería poner gesto. Luego hubo palabras y más palabras. Y antes, una forma de entender del que sabe. Que lo humano no se lo quitan a uno los años. Ni la risa, ni las ganas. Que a veces me cuesta mucho regreso al cielo saber qué decirle cuando escribe. Y a veces, es verdad que las mejores vacaciones son las que se tienen en la calle de al lado, con esas vistas al jardín verde que se apropia desde la terraza, saltando el muro, donde los dos árboles enamorados cayeron juntos, uno detrás de otro. Y aquel tequila que, mano a mano, se echaron cuando en la casa solamente había vasos de plástico. Aquellas historias que nos bebimos de a poquito. Que nos vamos bebiendo. Yo las suyas, él las mías. Todos las nuestras. Saber que queda camino para dentro. Por mi parte, aunque en silencio, laralá, ya lo andaremos, a mezcalitos, despacio. Si en Malasaña hubiera un volcán, los dos viviríamos tranquilos bajo su inquietante sombra.

22/9/08


Dejo El Peso de las Naranjas sobre la bandeja de las notas de prensa. Para sentirme a salvo. Enciendo el ordenador. Le envío un email que dice eso: lo voy a dejar ahí para no tener miedo. El director bromea en tiempos de lluvia. No me río. Ni siquiera le escucho. Nunca sacó la cara por nosotros. Cuando nos vendieron, no supimos hasta que punto estábamos perdidos. Voy a ir a comer a casa de mis padres, refugio en este día donde septiembre avisa que no es verano. Las gotas estallan contra las ventanas, les digo. Reparten mi reflejo sobre las hojas verdes. El hombre tosió toda la noche y se retorció buscando el aire, pero se fue temprano. Hizo el café, lo dejó en la mesilla y salió casi olvidando anudarse la corbata. Luego subió el vecino de abajo y observó nuestra casa. La cama aún conserva las arrugas, le explico. Hace un año la apuntalamos y hoy ni cicatrices quedan, dice. Se asoma a la ventana para saber cómo les miro. Cómo las cierro cuando hay palabras que se buscan las rendijas. Luego está ese silencio de mañanas. La televisión arroja mierda temprana y repetida. Me tumbo en la morada de la lluvia, sueño con un pesero veloz y loco que atraviesa la ciudad del otro lado, su olor de hierba viscosa, me rindo a cómo el suelo se imanta a su contacto, me siento desplazada del terror, es el libro, flotando en una órbita otoñal.


19/9/08

El aire escoge el vientre de los pájaros.
Las camisas
colgadas en la cuerda, me señalan.
Las estrellas perforan el aliento
más frío de la noche.
El que no entra en la casa como una lengua loca
es un niño cobarde que no muerde la carne
sin permiso.
Hay un tren con su ruido dentro de cada cuerpo.
Y unos ojos que hambrientos
se devoran
dejando en las esquinas
sus remolinos verdes

como pieles intactas
de manzana.
La ciudad en septiembre es una espera absurda.

17/9/08

¿por qué me llamo Aroa? O cómo la gente llega a este blog buscando a los Chunguitos

Pues no sé, decía yo de pequeña, tratando de negarme que mis padres, hacían así un homenaje a cierta serie de dibujos animados llamada El Perro de Flandes, una imitación de Heidy pero que trascurría, supongo, en Flandes. Mi abuelo decía que mi madre se parecía a la niña de trenzas y mi padre llamaba así a mi madre hasta que me tuvieron a mí y recogí el testigo. Y gracias porque si no podría llamarme Gregoria o Concepción, quién sabe (lo siento por los que llegaron después…)
Luego descubrí que hay una zona de Venezuela que se llama como yo (oh! Esto es mejor para soltárselo a ciertos sujetos… estupendo). Un valle, una sierra, un río e incluso una playa se llama Boca de Aroa, por donde pasó Dani cuando allí anduvo y miró desde el autobús para darme el primer testimonio de cómo era.
Luego, que si del germánico antiguo significa noble, buena gente (claro) … a ver, pero no hila con que yo me llame así…
Pero, lo mejor llegó más tarde. Una noche de los 14 años, andaba yo viendo la televisión. Sorpresa, sorpresa, y ahí va Isabel Gemio y se acerca a una Muchachilla y le dice: Me han contado que estás muy triste porque no tienes una canción con tu nombre. Anda, y yo, pensé. Y la niña: siii. Y yo: aquesellamaaroa, aquesellamaaroa… Y la Gemio, contoneando el micro como ella hacía: cómo te llamas, y la niña: A-ro-a.

Pues sí tienes una canción.
Y entonces allí, sobre el escenario, aparecieron ellos, Los Chunguitos y cantaron.




La otra parte de la historia es que cuando era pequeña, mis padres acostumbraban a ir a un videoclub llamado ‘López’ en Usera. Mi madre recuerda haber visto allí algunas veces a Los Chunguitos y sostiene la teoría de que esa Chaborrilla, hija de un chungo, le debe el nombre, ya que probablemente su padre se lo escuchara a los míos, en los pasillos de aquel videoclub: aroa, no cojas películas, aroa no corras, aroa, …

Gracias infinitas Chunguitos por traerme tantas visitas al blog buscando vuestro arte.


16/9/08

dónde

Dónde estuvo el futuro cuando me despisté de él. Cuando invisible el acero en la silla coja me sujetaba. Y no pude ver. Cuando me aberraban las aceras de las calles y el volante. Cuando vi a los compañeros que lloraban. Dónde estaba yo que subí a un volcán para escribirlo. Dónde anduvo el verso cuando dentro estallaba por cualquier parte. Dónde yo. Donde los artículos determinantes entregados dolidos llenos. Imposible contar cuando sucede. Imposible vivir para contarlo. Y desconfiar entonces de esta página que no pasas, que no tocas. Que hoy está aquí y dónde está mañana. Dónde aquella pilita de libros en la mesa y yo a contrarreloj por mentirosa y diciendo que ya estaba que podía que sucede. Y el empeño. Y el telón sin saber si detrás estábamos ya todos preparados. Y el teléfono al suelo por los nervios nunca con ira. Dónde la energía del no dormir. Donde la vitamina la tensión alta de la sangre donde el verbo adecuado sucio oscuro. Hace falta llorar para derramar lo que se acumula como alto de armarios donde nunca miras. Donde la imaginación el desenlace de las casas las páginas. Qué difícil el genio y mantenerlo.


Regresando

aunque no sepa de dónde.

10/9/08

Anoche vigilaba la lluvia. Era la primera vez que las ventanas soportaban su embestida y su fuego. Cómo sería la casa durante la guerra, pensaba. Se hincharían las maderas vírgenes. Tendrían miedo en este mismo cuarto sus habitantes. La pintura plástica ha borrado sus sombras. Tal vez un grito hubo. El granizo me asustó metálico contra la baranda. Habría bombas cerca. Él dice que huirían a los refugios. Su miedo no es el nuestro.
La semana pasada vi caras tristes. El nervio. El periódico redujo su tirada, las manos que lo ciñen a las páginas. Nadie salió con cajas por la puerta como en las películas, porque nadie nunca tuvo nada. No hubo plantas, ni fotos familiares sonriendo. La asunción de estar de paso por sus mesas blancas. Qué hacemos los que nos quedamos además de callar. Esperar que esto expire. Esperar las semanas de otra forma. Su caída. Sin duelo.


calle San Bernardo, 1939
(del mismo sitio que las fotos del post anterior)

3/9/08

mamá, cuando la vida era en blanco y negro...

Así empezaba yo siempre a pedirle a mi madre sus recuerdos...


He disfrutado mucho esta página. Paseen por mil sitios del Madrid de hace años...


Sólo tienen que hacer click en este billete al pasado.


Yo vivo por aquí, pero años después

2/9/08

Nunca he escrito sobre mi hermana. Voy a hacerlo.



No puedo.



Hace poco soñé que ella no estaba. Me desperté en mitad de la noche y lloré.

1994

29/8/08

No estás. Madrid de pronto vuelve a ser aquella ciudad al final de la A-6 a lo lejos. Vuelvo a mirar el puente nuevo, recuerdo mis días en aquel periódico de derechas en que escribí demasiadas palabras sobre él. Lo que me deben, lo que les debo. Madrid vuelve a existir de forma ausente. Donde estuvimos. Lo digo porque tengo una copa vacía sobre la mesa. Una vela roja. Un libro. Y el estómago vacío. Mil páginas en blanco. Madrid es la pequeña calle donde ahora vivo. Aquel bar cerquita y sin saberlo donde nos vimos. Aquellas botas que resbalaron todo el invierno hacia ti. Pero sigue el calor y la bañera es el único recipiente donde el agua puede ser demasiado fría un viernes en que una está sola y porque quiere. Porque tiene una agenda vacía de propósitos. Y los días empiezan más allá de ti. Más allá de septiembre. Te pregunté y sin saberlo tú si se te hacía más grande o más pequeña la ciudad conmigo. Dijiste grande, más llena de gente nueva, más recovecos, más esquinas y lugares que ya son propios, y nuestros. Como el sofá blanco de San Marcos, 14. Como la ventana esta que ahora está abierta a la noche, donde gritan los niños ahora dormidos por las mañanas. (Alguien riega en el patio). Como el 500 pasando por nuestro sueño temprano como un terremoto que ya no me asusta. En el bar de abajo hablan de samba, de baile y noche. Son colombianos. ‘La casita’ se llama. Huele raro. Pero sigo yendo a comprar urgencias. Hay gente por todas partes regresando. Y no está la mano aquí que, como a un gato, acaricia durante horas. Pero están las camisas colgadas de manga larga y los zapatos serios recordando que sí, que ahora existes. Y está el teléfono olvidado en el coche esperando que lo recoja para ser el hilo que me traiga, de nuevo, al Madrid que es ahora.

... contra tí he intentado irme alejarme

la clausura requería velocidad

pero finalmente eras tú quien abría la puerta.

Estabas en cualquier cosa que pudiera

caminar llorar caerse al pozo

y desde la claridad me preguntabas...

Lo dice Bolaño en verso en La Universidad Desconocida.

Una sabe y entiende los silencios de la gente.

encuentro al atardecer



A Dios le gustan las paraguayas. Me lo hizo saber ayer en una acera de la calle San Bernardo. Y compartimos una. Él se tragó su mitad con hueso. Huele bien. Me dio varios abrazos y un beso. Dios va vestido con una camisa abierta y pantalón corto vaquero. Va descalzo y es mudo. Tiene el pelo largo y blanco y la barba le cubre hasta la cintura. Siempre está sonriendo y se ofende mucho si le ofreces dinero. Me dio su dirección y me escribió en una cartulina blanca, sin yo decirle nada, que si quería un trabajo, buscase la fuerza dentro de mí. Me preguntó Dios que qué me faltaba. Y yo le dije que nada. Entonces me dijo que compartiera todo. La gente se asombró mucho viéndonos hablar. Sobre todo unos muchachos chinos. Yo había quedado con el fotógrafo en su casa, y llegué tarde porque Dios me tuvo una hora enredada en gestos y palabras. No me creyó cuando le expliqué por qué tardé tanto en llegar.
Dios vive en Malasaña. Seguramente lo hayan visto pasar alguna vez.




25/8/08

Cabo de San Vicente-Sagres-Vila Nova de Milfontes-Cercal-Sintra-Lisboa

Lo poco que supe de Lisboa, lo encontré en las palabras enamoradas de algún viajero que supo estrujar al paladar su sabor agrio de viejo humo, su temblor de ciudad ocaso, dama de río. Mi abuelo durmió en su 600 azul turquesa para matar el sueño sólo por el placer de pisar sus estrechitas calles. Yo soñé que llegaba, hace ya años, después de empaparme de libros sobre sus bellas revoluciones que destruían monarquías, que insertaron claveles en la boca de fusil de los tanques. Yo soñé que la escribía sin tocarla hasta que una vez más me dije ‘quieta’, espera a respirar su aire.

Que la noche es del fado, todos lo cantan. Y lo sabe el vino alucinado y rojo que en poquitos sorbos nos empujó hacia el mar.

Pero y los pequeños pueblitos salteados de azul y blanco, y las habitaciones, y ese viento alocado de toda la costa revuelta, arrinconada, atlántica de médula, lugar donde agotadas las olas expiran su última y endemoniada fuerza de océano a pulmón. Yo doy voces allá, donde nacieron y no tengo su sabor de maíz este año en la boca.

Estaba ahí y yo no lo sabía.

Desde entonces, Cercal es una botella de ron y polvo nocturno, un inquieto vaivén, una marea deshecha.

Que no diga Pessoa quién es quien vive la vida. Yo no cambio su gesto amargo, ni hablar, por la sonrisa.



Al otro lado de la foto, el fotógrafo, claro. Ji.

8/8/08

He conducido durante horas por carreteras distintas porque soy mujer que se agarra al volante y no se suelta fácil. Hay otras que, mientras el sol nos muele con su dolor necesario, se limpian la cara con la química en una trastienda de barrio. Luego tendrán cientos de niños guapos, con bañadores rojos de diminutas flores. Son mujeres que miran para fuera todo el tiempo y poco para dentro. Leo Madame Bovary mientras dos insectos de colas largas copulan en mi ventana haciendo un ruido que, desde luego, carece de placer, pero le atinan a la vida. Y en el aire.
Hay mujeres cuyas pieles se hoyan como una sardina al sol pierde el apresto. Como una playa que nunca de noche fuera arrasada de agua enloquecida.
Mujeres sin pelo en los rincones, sin arrugas, sin dolores en la memoria.
He llegado hasta un sur extraño. Los volcanes no siempre nacen de los mismos excesos.
He conducido muchas horas.
Cabo de Gata. Donde la alegría de las niñas me espera sin máscaras.
Y refrescos para el alma y el zapato.
Madrid-Cádiz-Málaga-Almería.
Y no me quejo.
Tal vez ellas,
en fin...
eso es quejarse.

4/8/08




Ya no hay nada

en la nevera.

Apenas una espera

una fruta que enferma

sin corazón ni hueso.

Y aquí

entre las manos

un quiste hipercalórico

una revolución

que no tiene bandera.

Sin cientos de kilómetros

sin partir más la noche.

Voy en busca de tiempo

de calor y de agua.

Vacaciones.

1/8/08


Ponerse al lado de una réplica exacta de Little Boy y Fat Man, aquellas que reventaron en Iroshima y Nagasaki, es posible.

Comprarse una casa en la ciudad del Medio Ambiente, por la que han destruido el paisaje soriano, está al alcance de algunos.
Un chaval de 18 años, se caga en sus padres, literal que no literariamente, en El País, pueden leerlo durante todo el mes de agosto, una columna diaria.

Batman bate un récord de taquilla y a mí ayer, entre la cena y las llamadas, me gustó la primera.

Yo paseo en chanclas por una Gran Vía temprana. En vestido de piscina pienso que he perdido esa periférica costumbre de ponerse guapa para venir a Madrid. Tomo café y tostadas con tomate y aceite y moteo el periódico de gotas transparentes. Pero suenan Silvio y Drexler, de regalo.

No entiendo nada aún, ni de hipotecas, ni déficit ni deuda. No entiendo de ingredientes antiguos ni de límites al abrir la boca. De la historia reciente la Europa del Este. Me cuestan los diptongos, los hiatos. No sé los ciclos de las plantas. Ni cómo mi CV sería deseable.

Así parto el 2008 cuando entonces yo asomaba. A las 10 en punto.

Vamos a celebrar el mundo, tal y como es... hoy no es día de ponerse quisquillosos.

30/7/08

cuando hace mucho de las palabras

Sabe que es verano en Madrid. Pero le digo que no puedo dormir. Que las puertas de mi balcón están abiertas a un patio en silencio, sin ruido. Que un hombre puede que esté escuchando este teclear insensato por la hora entre semana desde la habitación de al lado. Pero más puede que esté dormido, todo paz, todo piel y boca sobre labio.

He tardado una media hora de desesperación en encender el ordenador confuso, vago y lento, lleno en su poca memoria ram, que nunca supe qué era. Que estoy sobre una mesa de cocina blanca y grande. Que huele a albahaca. Y se enciende la pantalla, al fin y a duras penas. Y aquí, en medio de esta noche de insomnio me encuentro un poema en la bandeja de entrada del correo, inesperadamente. Y digo, vaya horas, no sé si por las cuatro, o por los años.

Que ayer mismo, acariciaba la tapa de un libro y pensaba que si no se hubiera dejado tanto, si no me hubiera dejado de lado tanto en el descubrimiento podríamos haber charlado todo un año de si el joven escribe a golpecitos certeros e irónicos una infancia de escombros en nuestra vieja Alemania. O abrir la boca y los ojos como para tragarse de memoria todas las palabras que llegan desde oriente. Y tantas cosas que voy y me van descubriendo y no le encuentro en el codo a codo. Eso era ayer mismo.

Así que acertado en mi desesperanza suya su propio grito. Y propongo a mi noche abrirle una a una las palabras que manda. Y hacerle a este silencio las preguntas sobre el verso, la amistad y el tintero. Respuesta a la que sólo él y quién sabe si el paisaje que rodea esa, a veces, compleja cabeza, podrían contestarle.

Podríamos decir que el viernes cumplo 27.

Y sentarnos a charlar de la vida y el tiempo.
David hizo esa foto del patio una noche de cena con gente compartida con el personaje del que hablo. Es lo que ahora, menos iluminado, adivino ahí fuera.

24/7/08

tango, viejo



Cuando compré esta casa y recibí el primer acta de vecinos, busqué sus nombres en internet, una no deja de ser periodista. Abajo, dando al patio, supe que vivía un escritor argentino. Sobre todo, se dedica a investigar sobre el tango. Me encantó. Yo ahora escucho esta canción y él sale y mira hacia la ventana, yo no sé si nostálgico.
Esta no es la voz del Gardel de Tomo y obligo pero ella también tiene esa voz donde una quisiera quedarse. Donde una recuerda. Donde las mañanas con tango quieren volver y volver. Y es una de las pocas mujeres que cantan. Fíjense cómo le dice 'ella será más linda, ella será más buena'. Él escuchaba tangos de pequeño, y a capela. Yo los escuchaba en el coche, de viaje. Aprendiendo las letras con exactitud. Aquellas explicaciones. "Esta va de una mujer que llora. Esta de una niña cieguita. Esta de un hombre que vuelve a casa y le dice que sólo lo hace para despedirse". Serán machistas, estarán pasados, pero a mí me encantan, como a ellos.
Aunque yo recuerdo cantando esta a Mercedes Simone.
Mi padre hace hoy 52 años.

23/7/08

las flores vienen de áfrica




-¿De dónde vienen estas flores?
- De Ámsterdam. En cámaras frigoríficas. Bueno, estos anturios vienen de Cataluña.
- Yo pensé que el anturio era una flor mexicana.
- Bueno los cultivos grandes pueden estar allí.
- Es que yo (ya sé ya sé lo pesada que soy) viví en México (oh qué novedad) y allí había un pueblo que se llamaba Fortín de las Flores y vivía del cultivo del anturio.
- Puede ser. Las margaritas, por ejemplo, la planta madre está en África. Ellos mandan las hojitas, como esta. En Holanda las plantan y de cada tallo sale una flor y las envían. Pero la planta madre está allí. Por el clima.
- Cuánto cuesta una margarita.
- Así, el manojo, 6.50.
- Una pregunta, ¿si tengo un semillero de plantas de especias: albahaca, menta, melisa... y están ya las hojas reventando, las saco tal cual, o tengo que tirar algunas?
- No sácalas todas, las plantas necesitan muy poco espacio para vivir, no pasa nada.
- ¿Me da un saquito de tierra?
- Claro.
- La tierra, ¿de dónde viene?
- La materia, antes de procesar, de África.

Y yo que me aficionado tarde a meter las manos en la tierra húmeda que no a andar haciendo preguntas, me quedo pensando que todo viene de África, que aquí tenemos las flores, como artículo de lujo, y en la cara que deben poner allá cuando sepan que aquí compramos la tierra en saquitos de plástico.

21/7/08

dos días

El viaje. El sol cae y cae la tarde por la A-5. El disco se ha rayado pero no nos resignamos al de la voz tan rota. Por una vez en ese recorrido. Apenas pienso. Él repasa instrucciones. Una gata maúlla en el asiento de atrás. No es el mismo miedo tibio.




La casa. Las uvas tiemblan bajo la Luna llena. No es lugar para ignorarla si las fases alteran. Bajo sus hojas como bajo tu nombre partido en dos cuando ya es fruta. La mitad de los días que incluyen sus nocturnidades. El mantel huele a cuerpos del invierno. Un bicho se atreve con el pan, desmontado. El corazón se espesa y todas las mujeres sienten un miedo proporcional a sus recuerdos. El padre desenreda la carne adobada desde enero. Parecen un niño y un regalo por el ansia en los dedos. Los hilos se desdoblan con los dientes. "No hace falta otra piel".



Los amigos. La noche. La escalera. El olvido. El ron-limón. La norma-limón. Útero-limón que se contrae de futuro. La calle acerca cuerpos. Y una voz de ventana siempre alerta para indicar distancia. Falta espacio para arañárselo al tiempo. Una puerta. Subir la persiana y viento. Se callan. Ella evoca los verbos de Girondo. Y al romper cada esquina, un gato nos espera, previendo nuestros pasos, en medio de la calle. Y se retira.


La despensa. Cebollas por el suelo. Lo que embriaga es el olor a orégano reseco. La bicicleta colgada veinte años destila telarañas, ruedas flojas. Uno salta peldaños. Otro no sube. Dibujos de herramientas. La conserva al vacío. Trabajar con las manos. Nosotros, sin embargo, las tenemos inútiles de carne y de arrancar del árbol. No de pulsar ni de aciertos.
La mirada de alguien en una silla baja es punto de horizonte donde convergen todos. Cae agua que borra dolores por sus retinas.



Pd: y no olvido, porque pienso hablar sin parar, a quien me vea, de cómo una noche un hombre quedó cabizbajo porque su cronovia le dio una paliza, cuerpo a cuerpo, al futbolín...

14/7/08

No sé cuántos soplidos le quedan a mi abuela. Ayer quise raptarla, llevármela a New York, que sepa que otros mundos más allá del zapato, brillante madrugada en el pasillo.
Yo no sé de las manos ni de cómo le escuecen las puntas de los dedos en el agua.
Yo no sé que se parte cuando anda.
Ni qué tenían las fresas flotantes en el cuenco aquellos mediodías, peine frío inexperto en mi cabeza blanca. Recuerdo la banqueta, donde miraba al techo y respiraba. Sus pequeñas sonrisas, diciéndonos adiós en los domingos, mientras gritan los goles en la radio, desde aquella terraza. Mi padre encajó la cabeza en los barrotes verdes y ella fue a buscarle a una guerra de dreas. El pequeño disgusto de la madre.
Yo no sé lo que piensa por dentro. De mujer a su nieta. No sé qué se le ocurre cuando llora en silencio. Cuando roba el teléfono y me llama. Quién seré yo para ella. Si le faltan abrazos o viajes o sólo una palabra. En mi casa el cajón de las fotos se nos quema sin verlas. Yo pensé que era muda. Hasta los límites. Cuando un hacha, un cuchillo blandito pero duele, se le hundió entre la ropa.
No nos sabemos nada. Pero enciende una vela y me busca trabajo con un salmo. Y yo que soy pequeña, me agacho al abrazarla. Y nos falta un viaje a Salamanca. Visitar a los viejos
amigos,

a su hermana,
para verse deshechos y contarse la rabia.
Yo no sé qué le escuece a mi abuela cuando llora. Y lo lamento.




En estos paseos yo aprendí a montar en bici, y aunque esta no es su casa, aquí ensaya ella sus pisadas ahora.

11/7/08

cruce de caminos



Cuando coincidieron en aquella sala de cine del primer centro comercial inmenso de Madrid ninguno lo supo. Solamente nosotros. Tú y yo. Ella llevaba un vestido a rayas marineras y un enorme lazo rojo bajo el cuello. Tenía el pelo recién cortado en una melena lisa y rubia y fuerte como la de aquella actriz mayor de musical de instituto. Él unos vaqueros de goma en la cintura y una camiseta verde. Las piernas de ella chocaban en lo alto de sus muslos al andar y estaban morenas. Las de él terminaban en un culo respingón y enderezado. Los dos llevaban gafas. Pero eso sólo lo sabemos nosotros.

Cuando volvieron a coincidir en aquella gasolinera, él estaba esperando a que su padre terminara de echar agua al coche. Ella inventaba canciones mientras su hermana dormía en el asiento de atrás, toda calma, carne roja y paz. Ella se estiraba de una bufanda de lana rosa y azul agua que picaba en la nariz. Él se abrió la cremallera del anorak de plumas negro. Artificial la calefacción de los coches secaba el aire del invierno. Que no se miraron o sí, sólo lo sabemos nosotros.

Cuando estuvieron juntos en aquel bar estrecho tomando cerveza mexicana, ella se quejaba de lo inverosímiles que eran allí los tacos, de que las botellas nunca llevaban media rodaja de limón contraída en la boca y trataba de resultar lo más cuerda posible a un amigo que pensaba que la conocía demasiado sólo porque la había visto llorar en una escalera. Él bebía su cuarto chupito de tequila reposado mientras miraba al suelo. Tenía los ojos rasgados en los extremos, de tendencia hacia un sur cercano. Tal vez maldecía a alguna mujer, eso no lo sabemos, porque yo no lo sé, o tal vez celebraba que había terminado algún curso en una universidad periférica.

El primer día que tuvieron certeza de que se habían cruzado, él fuera, haciendo sus cuentas con un tercio en las manos y decidió no entrar, y ella llegaba tarde, pero de las primeras y apartó la cortina roja y le dijeron –¿Aroa? Tal vez se miraron o no, porque no lo recuerdan. Pero los dos regresaron y encontraron una coordenada común. Ahora se ven a diario, se reconocen en aquellos y recorren los viejos encuentros.

Pero eso nosotros no podemos saberlo.

9/7/08

La carne se fatiga
cuando el sueño.
Y la gente
es pisada
de la calle.
Y no mires atrás
porque te aviso
que sólo queda
el eco
-----------de
-----------------esa
------------------------mano.

7/7/08

A las cinco de la tarde continuaba el verano. Cuando la digestión terminaba y la puerta se abría y la casa recuperaba su luz y su ruido normal, yo recogía mi toalla, un cuento y un muñeco y me iba a la piscina. Y entonces volteretas y buceo y mi cuerpo reflejado flotando sobre el gresite azul y yo superhéroe que volaba. Aquella imaginación sin límite. Y la piscina y los gritos en medio de aquel polígono industrial frontera entre Getafe y Leganés (¿verdad?) era un oasis. Y los 25 metros bajo el agua y el abuelo en la orilla – haz el pino, currita – y yo desaparecía, bajo su asombro vestido de camisa y pantalón corto y piel blanca de abuelo de Madrid. Pequeño pez de pelo cada vez más blanco y piel cada día más morena y resbaladiza,
pequeña-yo-pez-aroa-niña en bañador de lunares nuevo.

Y luego estallaba la noche y la ducha y el refresco. Y la Luna y el escondite y los primos y los que no lo eran pero como si lo son. Y dónde estamos escondidos todos ahora.
Son las cinco de la tarde y la puerta se abre y no salgo al verano sino entro en el frío acondicionado del periódico. Pero no importa. Mi cuerpo no aguanta tantas horas de agua y movimiento. Y si aquella yo se hubiera mirado, habría abierto la boca por haber dado esquinazo a tantas cosas, y se preguntaría dónde están aquellos que corrían tramposos a decir – por mí – pero sonreiría contenta de verme con ganas de seguir saltando al agua, otra vez.