REGRESO DE UN LUGAR LLAMADO LITERATURA
Una llamada detuvo la escritura de la reseña de Por si se va la luz: ya la habían pedido a otro colaborador. Y así quedó, quebrada. Lo que restaba por decir era amor y anécdota.
Una llamada detuvo la escritura de la reseña de Por si se va la luz: ya la habían pedido a otro colaborador. Y así quedó, quebrada. Lo que restaba por decir era amor y anécdota.
Si algo me queda con el paso del
tiempo del viaje que una vez hicimos de la mano de un escritor a través de unas
páginas es la memoria de los sentidos: la lateral, la marginada, la que no
ejercitamos para recordar la anécdota (taller uno). Es la que nos traen, de golpe, como una
cuchillada en el corazón, un perfume, una imagen, un sonido, el tacto de una
caricia sobre el pelo: el hueso de melocotón en el bolsillo o las zapatillas de
lona blanca manchadas de sangre. Y si algo tuviera que quedarme de este libro,
sería, sin duda, el dolor que me produjo la visita a su paisaje. No voy a hacer otro
esfuerzo, es lo que me llevaré, es equipaje. Ya hemos regresado de Comala, de Yoknapatawpha
y de aquel viejo Macondo. Ahora, acabamos de emprender la vuelta de ese lugar
sin nombre donde Lara Moreno nos sostiene en vilo durante las horas que dura la
lectura de Por si se va la luz (Lumen,
2013).
En largas charlas antes de la
caída definitiva del sol y en la cocina, tal vez vino o tequila, hablé con Lara
de esa región abstracta que todos arrastramos, pero de acceso violento. Un
lugar donde habitan las obsesiones, el amor y la muerte y los episodios donde
fuimos disidentes de nosotros mismos: el imaginario. Llegar hasta él requiere
valentía e inteligencia. Ella tiene un pasaporte mil veces sellado a sus
atmósferas. Las conoce y visita, las intuye, las rastrea con precisión de
amazona. Y el lector no tiene más opción que seguir el camino de pequeñas migas
envenenadas que prepara con una sonrisa mitad maléfica, mitad niña. Por eso, no
me costó imaginar a una escritora feliz que se sube las mangas hasta el codo
para crear ese personaje brutal y embrutecido que es la vieja Elena eviscerando
a un animal.
No quiero confundir a nadie: no estamos hablando de instinto ni de escritura huracanada, los ejes donde Lara ubica esta isla abisal y extraña responden a un estudio exacto de las coordenadas de la literatura. A una fiera voraz bien sujetada.
Por
si se va la luz
narra la historia de una pareja joven que escapa de una ciudad y se marcha, con
pocas cosas y mucha huida, de un sistema quebrado a un pueblo. Pocos trazos
sobre lo que ha quedado atrás. Siete personajes encajan las piezas de esta
novela coral donde Lara construye una línea de futuro alternativo que podría
partir de este presente. Un mapa distorsionado de luz quemada –como las
fotografías que a ella le gustan– que, al terminar de leer, no sabemos si
queremos o no visitar.
Cruel, pero también luminosa, esta
primera novela es invierno y es verano, es maquinaria interna de la palabra, supervivencia o muerte de los extremos y evidencia de la más bochornosa fragilidad de nuestro tiempo.
3 comentarios:
Certera reseña.
Saludos.
Una tiene el vello de punta porque esta reseña es literatura como puro arte son esas fotos preciosas que le has hecho a la autora.
Pero hay algo más aquí, hay algo que nadie más tiene: esas vivencias, ese arte cómplice de saber decir aquello que bulle dentro de quienes os leen.
Gran abrazo y felicitaciones a las dos y gracias por las sensaciones que transmites.
si yo supiera decirlo así, pero era un tonto y la vida me ha vuelto dos tontos.
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