30/12/10

Brujas, final de año



Mientras fuera el galope parco mece a los turistas, duele donde más me duele. Llueve donde más me llueve. Mientras se termina este año. Aquella fábula que El Gato no leyó de La Belga. Si la hubiera visto, con sus ojos limpios, su gabardina negra y aquellas botas altas. Caminando sobre el adoquín medieval como yo quisiera. Doliendo. Lloviendo. Mientras nosotros acariciamos los cuerpos uno y en nuestro hotel se adelanta la noche. El Doctor Zhivago en rojo sobre la mesa, esperando. Mientras bebemos una cerveza tostada y repasamos imágenes sumergidos en esta bola de cristal perfecto.

Ni nieva ni falta que hace.

Bastante frío hemos vivido todos: Zhivago, El Gato, La Belga y nosotros.

21/12/10

Entre líneas

Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal... todo lo que se esconde entre las páginas de estas estaciones te lo cuentan en: www.madridentrelineas.com

Y, también, la gran apertura de Malasaña antes de 2011, la librería La Independiente.

6/12/10

página

Entro en gélidas rachas de lectura. Como una anciana a quien el tiempo le traspasa la fina piel de los dedos. Levantarse. Seguir aquí. Observar que el agua de los ciclámenes no fue retirada por la noche. El Recorte está hoy más blanco. El café y el cerebro agotado. Hubo un puente de diciembre en el que cometí una locura. El avión despegó de todas formas. Ahora la piel de entre los muslos está más sana. Yo me alegro. Porque está declinando otra edad en mi bota. Como aquel desnivel en Las Marías desde donde observábamos la casa allá a lo lejos. Aún me veo tirar la pelota contra el ladrillo. El viento del Guadarrama a punto estuvo de despistarnos por un segundo. Pero lo único que cayó fue el viejo cigarro pegado a tu boca durante años.

28/11/10

punto final

Yo no quería a Frida Kahlo.

Pero empezó noviembre y me hicieron un encargo.

Quiero pintar mi casa de azul Coyoacán.

23/11/10

23 de noviembre

.

Como hoy, a esta hora, hace ya demasiados años como para recordar cuántos han pasado, yo pintaba en sepia la carita de una indígena. Estaba lejos de haber visto nunca unos ojos rasgados y negros como aquellos. Me estaba quedando bien. Carboncillo, blanco, pastel. Mi madre andaba preocupada porque el abuelo no llegaba a comer. Subió a mi habitación y miró por la ventana. Alguna vez se había ido dormido en el tren hasta Ávila, dejando atrás nuestra estación. Y llamaba, después, desde una cabina, para avisar. Seguí pintando, preguntándome qué extraña intuición me hacía pensar que todo estaba en orden.

La comida se quedó fría aquel otoño, el abuelo murió dormido, como eligió, y yo nunca más me fié de una corazonada.

16/11/10

Cuando cada tarde se anuncia la tormenta, yo me entrego al brebaje químico de las máquinas.
El gris del cielo y el que envuelve estos días
es el mismo.
Solamente el sonido del teléfono me hace decir soy yo, y soy yo sin más certeza que la obligada.
Promontorios marítimos, delfines, camiseta de rayas, aj
ustes de zapatos de mi vida, os he abandonado.
Como si solamente esta calle y otro mediodía ansioso.
Como si el abrigo voraz del invierno penetrase mi pecho.
Si este lápiz mordido que ella encontró entre mis pies fuera una historia.
El autobús se escapa de su línea, recogerte a la salida del trabajo.
Como dos de esos locos que se marcharon jóvenes para ver una playa.
Y no llegaron.
El miedo de reencontrarte con alguien estriba en que no te reconozca.
No sé si ayer hubo estrellas encendidas en la noche. No miré.


12/11/10

volar


Mientras tomo un té chai (mal hecho por impaciente) en la cocina verde, pienso en los días que he pasado con mi hermana en Munich. No compartíamos cama desde aquella siesta en la que ella se quedó dormida a mi lado sin darse cuenta. Nos llevamos muchos años, todavía, pero supongo que, igual que yo me hice mayor entonces, cuando partí al frío y a la soledad de la noche a las tres de la tarde, ella lo hará. Aquí la espero.

Vive junto a la Paradiesstrasse, a pocos metros del jardín inglés de la ciudad, un parque gigantesco donde el otoño se arroja al verde y los canales. Ella lo atraviesa en bicicleta camino de la Universidad cada mañana. Y, entonces pienso, cada noche. Y vendrá la nieve y el frío y yo solo quiero que entre en calor, y que pedalee muy rápido; que se ría mucho en las locas fiestas de extranjeros, que sepa que una conversación, aparentemente banal, puede salvar una semana.

Luego me adjetivo insoportable como una madre histérica, no como la que hemos tenido, como una abuela temerosa, como tampoco.

Nos preguntamos, imagino, cómo dos personas que han vivido tantos años en la misma casa, con los mismos padres, podemos ser tan distintas. Y creo que nos equivocamos. No lo somos tanto. Aunque ella es más inteligente y yo más pánfila. Ella pertenece a la planta de arriba, donde la música y lo privado, y yo he vivido siempre en la cocina, donde las conversaciones al olor de la cena. Ella es práctica, yo idealista. Ella fuerte, yo llorona.

He tardado en darme cuenta de por qué la necesito. A mi lado. Aunque esté lejos.


10/11/10

Regresar a Eichstätt

Ha pasado tanto tiempo y tantas cosas que volver no fue triste, ni sentí nostalgia por aquellos comienzos de siglo, cuando dejé por primera vez la casa de mis padres y me fui , arrastrando maletas, a vivir a un pueblecito de Baviera.

Las calles de esta ciudad, como un puzzle desencajado durante años, comenzaron a enlazarse: la Dom, el Rechnen, la Theke, mis pasos sobre las hojas secas del Alemania. Intenso trabajo de la memoria. Como si todos los espacios fuesen tomando un brillo sosegado, feliz.

De todos aquellos amigos, repartidos hoy por el mundo, solo pude encontrar a S., fiel al trocito de tierra donde se esconde en el bosque nuestra burbuja de cristal y nieve. Él me canta Compay, tira su gorra verde al aire para celebrar el encuentro, lanza besos.

Aquella era mi ventana, pienso, aquí escondí la bicicleta, aquí lloré de desesperación ante un idioma hostil, aquí echamos, a voz en grito, las culpas a la tierra. Aquí se sentó C. con su café temprano, sobre una alegría zapateada. De esta calle se llevó la policía a J. un frío carnaval, en este escalón me esperó para hablar de poesía. Aquí F. revoloteaba sobre una francesa pequeñita en primavera. Tras este cristal M. aguardaba con una infusión caliente. En esta casa bailábamos frente a los cristales gritando: "no somos fracaso".

Amo los lugares donde he vivido. Se me graban dentro. Los dejo entrar y formar parte. Y ellos siempre han sido generosos conmigo, recibiéndome con sus calles abiertas, algunos otoños después, como si aun fuera aquella joven rubia y soñadora muerta de frío en Eichstätt.

4/11/10

por soñar

Quiero una cocina blanca por cuya ventana se cuele la brisa fría del mar del norte. Donde una taza caliente sobre la mesa. De metal, la taza. Allí estaré sentada con una chaqueta de lana marrón de aquel que no me sienta bien pero no importa, frente a mis papeles. Veré el otoño sobre las colinas altas. A lo lejos. Tendré un par de flores amarillas en un vaso, un silencio azotado por las gaviotas, el olor a carbón de las maderas, los eucaliptos tirando hojas al musgo blando. Ti-ran-do-ho-jas. Chopin nocturno. Esa canción. Caminaré hasta el pueblo. Compraré pan negro y mantequilla. El periódico de un país en el que no vivo. Recibiré la visita de alguna amistad lejana, convidada a la hora del silbato del té. Veré caer la tarde mientras la leña, y el libro en sus últimas páginas, y la espera. La llegada nocturna del que trabaja. Los dos en una balsa sobre el mundo.

24/10/10

material


Mi estómago recuerda el vino, después de meses, en Casa Federica. Salimos del cine de ver la de Woody Allen. Es raro pero sé las cosas me importan cuando no soy capaz de detener el llanto. Si hablo y me cae una lágrima, para bien o para mal, importa. Si no me tiembla la voz, paso. Broncas infinitas sobre la sensibilidad me ha costado. Él está guapo ahí en frente. De gris, como la primera vez. Qué poco nos hemos alejado de aquellas calles.

La niña de 5 que se imaginó con 14 sentada en la acera, no predijo llorar en un bar a los 30 por esto. ¿Qué es esto que tanto me importa? La falta de tiempo y todos sus hijos.

21/10/10

qué más




Todas las mañanas, en la penumbra del amanecer, él le lleva el café a la cama.
Todas las noches, bajo la luz naranja de la mesilla, ella vigila su respiración.

15/10/10

ave

a

07.00 horas

Antes de las siete, Madrid tiene la melancolía de las farolas. Ni las putas del Desengaño han ocupado sus esquinas. No puedo evitar hablar siempre con los taxistas. Este es un crío. Comienza su jornada. Ya somos dos.

Frida Kahlo viaja conmigo (confieso que le estoy tomando cariño-obsesión), acabo de verla atravesada frente al mercado de San Lucas por aquel tranvía de Xochimilco. Al pasar por el peep show, he sabido por qué a aquel nunca le gustó Madrid. Tiene las venas de neón retorcidas, como el DF, el gris y la vida inquieta. O te subes, o mueres.

Murió.

Y luego se fue a El Hotel.

08.04 horas

En el coche número 5 de este tren viajamos 17 personas, yo soy la única mujer. También soy la única –aventurándome- que no ha cumplido los 30. Me pregunto qué les estará pareciendo a mis compañeros de vagón Supercanguro. La inoportuna selección del entretenimiento en los trenes y, en general, los trenes, me producen tristeza.

Y misterio de corbata.

No amanece.

09.17 horas

Soy un gusano, un gusano, dice mi, de pronto, animada y sombría vida interior. No sé por qué. Entonces pienso en los animales alpinos. No voy a exigirme cordura al despertar de una cabezada. Me ordeno los muslos y la falda en el asiento.

Ha amanecido.

Mil olivos más allá del horizonte del mundo.

Y una niebla maravillosa.

10.00 horas

SEVILLA

4/10/10

ojeras

Una noche, en Sarajevo, me desperté de una pesadilla de madrugada. Tuve que controlar la respiración para no molestar a nadie.

Conseguí dormirme antes de que amaneciera.

Hoy no lo he conseguido.

16/9/10

Somos agua adentro.
Y tiempo que se alarga.

La luna pisotea mi gesto como un gato orillado.

Toda esa boca. Esa sonrisa que se escurre del pelo.

Las parejas se extreman en la pista de baile.
Un tobogán naranja, metálico, amarrado a la tierra. Aquellos gritos largos de la tarde. Suspenso en naturales.

Tomar el control no es la agenda ordenada, la casa barrida, el corazón a pulso. Tiene que ser dejarlo todo. Deshacerse de las malas hierbas. Como si supiese que esto no nos dura más allá de 30 años.

14/9/10

Tristeza de los paneles solares
.
Noche

Texto y fotografía de David Ruiz (blog y fotoblog)

9/9/10

sombra



Nadie la vio

quedarse sola.

Incidir en la luz.


El hombre no llegaba.


Solo la tarde ruge

y su cuchillo

detrás de los salones. Afuera un perro,

los dos hijos que juegan.

El olor repartido entre las bestias.

Otra sola de tantas

que no gritan.

El fuego y la muñeca.

Por encima del mundo

yo la amaba. Hoja seca del árbol

de la ética.


Para escribir poesía,

esperé la catástrofe.

Para seguir viviendo,

esperé la poesía.


Aprenderé a dormir con su fantasma.


7/9/10

El túnel de Sarajevo




Hay una avenida en Sarajevo que una vez se llamó Snipers Alley (avenida de los francotiradores). Une el barrio turco, Bascarsija, el centro, con el aeropuerto y las afueras. La cruzamos en un tranvía comunista donde el calor, donde el aire, donde la chapa caliente. Callejeamos luego en taxi por un barrio de casitas bajas atravesadas por la metralla. Al final de una calle, entre esta zona y el aeropuerto, estuvo una vez la casa de los Kolar.


Edin Kolar parece hoy tranquilo. Camina hasta el sembrado de calabazas, al final del jardín, comprueba la madurez de las manzanas. Da pasos largos y se detiene allí donde hay un cartel que intuyo dice “No pasar de aquí”. Nos dice “esta fue mi casa, es mi casa”. Levanta la vista ante el aterrizaje de un avión, se seca el sudor allí donde una vez hubo un túnel.



Cuando Sarajevo vivió sitiada durante tres años y los militares hacían safari por las calles, cuando no hubo alimento, ni agua, ni fuel, ni municiones, dos ingenieros propusieron al ejército bosnio construir un túnel que conectara, bajo la pista de aterrizaje, la única zona de la ciudad que no estaba entonces tomada por el ejército serbio. Cavaron a oscuras, escondidos, hasta que lograron conectar dos casas, la de los Kolar, y otra, en la otra orilla de la carretera. 800 metros por los que comenzó a entrar una pequeña esperanza para la ciudad.

Mientras Europa dejaba que sus desayunos se salpicasen de guerra, mirando hacia otro lado, la abuela Alija y su familia cedieron su casa. Hoy, este pequeño lugar del que nacía el túnel, está reconstruido en madera. En su entrada, una bomba incrustada da la bienvenida. Quedan 20 metros subterráneos de los 800 que tuvo. Hay que caminar agachado.

Durante el tiempo que estuvo en funcionamiento, más de 20 millones de toneladas de alimentos entraron en la ciudad, y más de 1 millón de personas lo utilizaron, muchos heridos. Fue la entrada de la energía eléctrica y de la comunicación telefónica con el resto del mundo.

Al otro lado, el destino, la incertidumbre.

1/9/10

Zagreb - Sarajevo (I)



A través de tres orificios de insecto, la sangre de Croacia entra en mí. Empiezan a sonar las lenguas eslavas. Luego, todo es un cruce de tranvías, la calle larga de un barrio residencial, una mujer que intenta aprender español. La plaza del Dolac está vacía a estas horas. Cenamos burek de queso y spinat, agrio de soportar el día. Y una lluvia muy fría nos empuja a terminar la llegada. Saltamos varias veces de siglo a través de la historia de Yugoslavia. No sabemos nada. Esta primera noche dormimos de tirón, sobre los ruidos incómodos de un somier desencajado. Por la mañana, el olor a pan de la vieja fábrica nos despierta.



Marcella caminará ya siempre en este viaje adelantada a nuestros pasos, buscando las huellas del comunismo en esta ciudad que tanto le recuerda a Berlín.

Pienso en cuánto le habría gustado a él venir para contemplar las paredes heridas de lo que alguna vez fue Austria-Hungría.

A medianoche, la luna alumbra la silueta negra de la frontera entre Croacia y Bosnia. Despertaremos en Sarajevo temprano, sin un mapa.

Sarajevo

A las siete de la mañana el camino se ensancha. Lo sé porque, aunque voy de espaldas al destino, la luz entra de otra manera en el vagón y pega en su cara, sentada frente a mí en el viejo compartimento de terciopelo azul.

Bosnia es bosque. De todos los pueblos despunta un minarete. Apenas unas casas escalan hacia la montaña entre la niebla, sin calles, solo hierba y verde.

Sarajevo nos recibe amanecido y gris en la estación. Alrededor, solamente altos edificios. Uno no puede entender que alguna vez tenga sol trayendo en la memoria esas imágenes. Desde el tranvía ya se ve la ciudad completamente salpicada de metralla, agujereada. Desayunamos Cevapi, salchichas picantes con cebolla fresca en un pan de pita en un restaurante del barrio turco. El yogurt cae en el estómago con gesto viejo.

Mientras nos quedamos dormidas en el Hayat, la llamada a la oración vuela sobre la ciudad a mediodía.

Algunos días después supimos que aquel primer bulevar de edificios altos que pisamos era la avenida de los francotiradores.