que hace trampas
a veces
nos entrega
las cartas más urgentes
(Variación positiva del Bremen)
Feliz 2008 a todos
(Variación positiva del Bremen)
Feliz 2008 a todos
ahora que te desnudo/y me desnudas/y en la estación de las dudas/
muere un tren/ de cercanías
Y entre las dos costillas
un silencio de naúfrago
y una razón
que ya no espera
ni barco
ni verano.
Y habitar una casa
sin horas
que nos muerdan
y con ruido
pero sin voluntad
de fríos ni de noche
de salir a la calle
a despedirse. Poner
orden al tiempo
y a los labios.
Salida de un vagón
que aun se nos desliza
entre las manos,
un último minuto resbalando,
un pie que titubea.
Y acaricia.
Bajar a Córdoba temiendo
que si apretaba su nombre
desaparecía el cuerpo
la mirada
- qué muerta -
fantasmales esquinas
desgastadas de espera. Pensar en otro. Y luego
un vino dulce
de tarde y agua
una violenta risa. Y la ciudad
tan blanca
tan vertida la noche
en sus aceras.
Revienta en flor roja la pascua
y tú
tan de pronto
y tanta luna nueva.
El tango del naranjo
vino
-----dulce
a despertarnos.
* (la historia de las pléyades está al principio del blog... pensé que tenía caducidad, pero quién soy para decidir cuánta)
Ha vuelto al amanecer como un gato.
Vuelve y restriega
su lomo tibio por mis pies. De pronto
hay leche por todas partes derramada y un olor
a piel tostada en ciudades a las que no les queda nada
de costa ni de humor
ni silencio para pensarse dos veces el mañana.
Y su boca
y la isla
donde el calor le ha hecho ser un gato invernal, escurridizo
de grandes ojos fijos en la nada
en esta nada gris de tantos años
de pétalos crujiendo y sábanas
cuencos de anís caliente
avena
y el estallido del pan
dilatando la leña y los suspiros
donde yo quiero vivir el resto de mi vida.
En esta nada tuya sin palabras ni música
ni sueños tan absurdos de niña puño en alto.
Y como un gato, como uno o dos o más gatos
recorrer las esquinas de la vida
los dos bajo los árboles de una ciudad ya rota
con el dolor dormido
llenos de jugo y ramas
de orillas
y sus piernas
acopladas perfectas a este salto.
Preguntar por el frío, por el vino
por todo el desengaño que produce
que le lleve hasta un bar, una cantina rota
y esté el metal ahogándola en plena madrugada
y un hombre rubio, pálido y templado
nos diga así sin más entre nosotros
- el desencanto dónde-
sin aliento ni aviso ni traidores
de una séptima vida concluyéndonos.
La lengua nos ha visto
atrabesarnos juntos
como un gato que huye de la casa a la calle
interior de los dientes, su bostezo
y sacarle las uñas al futuro
lamentarnos los dos
de las torpes señales de la noche.
... y cuando la gota colma el vaso, te sientas a escribir y agarras la poesía por la cola”
Gelman, el de la ironía, el que gritó que el olvido quedara borrado de los diccionarios, el urdidor de versos a la soledad. El que persiguió por el mundo la sombra de una dictadura en busca de una nieta desaparecida dentro de un vientre. El que escribió en sefardí en un Buenos Aires herido más de 90 poemas. El que fue periodista mientras, el de la inteligente risa, el que curó sus heridas muchos años después.
-
Un hombre deseaba violentamente a una mujer,
a unas cuantas personas no les parecía bien,
un hombre deseaba locamente volar,
a unas cuantas personas les parecía mal,
un hombre deseaba ardientemente la Revolución
y contra la opinión de la gendarmería
trepó sobre muros secos de lo debido,
abrió el pecho y sacándose los alrededores de su corazón,
agitaba violentamente a una mujer,
volaba locamente por el techo del mundo
y los pueblos ardían, las banderas.
Juan Gelman
Buenos Aires, 1930.
Premio Cervantes 2008
Ayer, entre dos días
Cuando te conocí, yo ya arrastraba una maleta roja por la universidad, y tú parado allí, en medio del pasillo, más sombra tú que tu oscura silueta. Yo perdía un avión, comenzó a nevar fuera. El mundo creció entonces con sus piernas abiertas. Nos fuimos encontrando en sugerentes vuelos, ida y vuelta de agua, vuelta y vuelta de pieles. Nunca te vi los párpados, dolidos, de los amaneceres. Los hechizos tienen horas incómodas para acabar su tiempo. Entonces llegó aquello: el abismo de cuerpos. Llegó el silencio absurdo. Me llamaste, nos vimos sobre todo el verano y en la mesa, más cerveza y cigarros. Nosotros, que le ganamos tantas batallas al océano. Kilómetros al tiempo. Y el silencio matándonos, en medio. El silencio maldito y las frías palabras. Que nos ataron fuerte, de labios y de manos en aquella buhardilla. Las palabras, las necias que dijimos, que ahora se nos quiebran. Nos ahogan.
Los conceptos cambian según el norte de cada lugar, las filosofías nacen de las hostilidades entre las que crecemos y yo vi demasiada calidad humana en sus palabras, demasiada libertad en sus pensamientos y la única esclavitud de saberse pobres respecto a Occidente.
Entonces os diré que escarbando, escarbando, subiendo al sur, bajo un árbol de teca y al fondo de los maizales, encontré el derecho al delirio…
Charo Ruiz Gitrama
La última noche que pasé en Granada tuve fiebre en la boca. Mis labios se partieron debajo del piano y en pequeñas, transparentes y secas, virutas de piel, los dejaba caer por la casa de un poeta. La ventana de agua y la palmera. La cama virgen blanca, el ganchillo infantil y retorcida la letra. La madera. Te mueres por tocarla, el cuerpo quejándose en la silla, la pared reflejada. El aire que respiras. Las culpas enterradas y la cintura exacta, romancera, la raya. Los pliegues de ese cuello, avanzado en capítulos nocturnos, recorrido en secreto. La estrella de david que nos detuvo; a mí primero. La boca, la boca, cayendo, por la casa, debajo de la cama, naranja. En el coche alguien siente ‘poblarse de veletas’. Lo cuentan los espejos. Resbalamos las calles, el barranco nos come, nos recita palabras al oído, las calladas, las huérfanas. Nadie grita entre tanto cuerpo. El pétalo marchito, masticado, el silencio, el camino. Las sombras de los lobos. La muerte sin la vida. Se frena un taconeo. Mi cabeza en el hombro, sin querer, descuidándome. Nada pasa, nada, sino tiempo. La ciudad nos miraba, con sus ojos obscenos. Entre tus pies, la acequia retomando la sangre. Las historias tienen todas coordenadas y códigos. El golpe que no se da, se nos duerme en el pecho.
A la señorita guía de la casa de la Huerta de S.Vicente
que, sin pudor, se atrevió a dejar volar sentencias y juicios
mientras respirábamos el aire infantil de la habitación lorquiana...:
..
La poesía duele,
pero no hace sangre.
.
Recuerdo pasar horas dentro del agua sumergiéndonos y volviendo a sacar nuestras cabezas a la superficie. Nos alejábamos mucho de la orilla. Es genial tener un cómplice así. Me agarraba de las manos y me daba vueltas. Mi abuela era una mujer feliz. Muy feliz y exuberante en todo. Y se reía de pronto, como si aquella fuera la primera vez que cogía aire, a carcajadas, y reventara sus pulmones en aquel sonido. Echaba la cabeza hacia atrás y se reía fuerte haciendo pequeños sus ojos verdes.
A mí, en aquella época no me importaba, apenas llegaba a ser consciente de ello, la inmensidad de gente que coincidía y pasaba una o dos semanas en aquella playa de Cullera. El olor a aceite de zanahoria y coco mezclado con el salitre, los dedos llenos de arena que cogen patatas fritas de una bolsa, la cerveza derramada sobre el rastrillo. Ni siquiera me asombró encontrarme, castillo con castillo de arena, con una compañera de EGB del colegio. Nos limitamos a construir castillos comunes. Tú el foso y yo las torres. Mi única pregunta sobre Rebeca, aquella compañera de clase, era cómo podía ser tan sumamente flaca que, al estar en cuclillas, las rodillas le sobresalían por encima de los hombros. Yo nunca pude adoptar tal posición de insecto.
Aquellas fueron mis primeras playas. Mi abuela se llamaba Carmen y vivía en un bajo en Usera de suelo frío. Siempre tenía las ventanas abiertas al sol. Todo lo dejaba para hablar por su ventana de barrotes verdes. Se dedicaba a la costura. De ella heredé la colección de dedales que a muchos extraña en mi habitación. Si cierro los ojos y me concentro, aun la escucho canturrear sobre la máquina de coser: el ruido del traqueteo, el olor del brasero quemando poco a poco las faldas de la mesa, su mirada por encima de las gafas de ver de cerca, la tele puesta, la lengua fuera mientras se empeñaba en enebrar una aguja, yo hacía los deberes torpemente y buscaba palabras que ella me decía en el diccionario. – Dime otra. – Escoba. La comida, mientras, se pasaba en la cocina.
La abuela Carmen murió muy joven. Para mí se moría mi abuela y esa era mi gran tragedia. No era capaz de darme cuenta que terminar a los 59 años es una mierda. Era una señora mayor porque era la madre de mi madre y era abuela y eso le daba directamente una especie de licencia para morirse. Lo difícil para mí es que era ella, mi abuela, justamente la mía, la señora Carmen.
Muchos años después supe, aunque uno siempre se barrunta esos asuntos desde niño sin saber cómo llamarlos, que mi abuela, antes de Moisés, tuvo otro novio. No recuerdo su nombre. Fue en el pueblo, en Extremadura. Él era una marinero gaditano. Sin fama de guapo ni de alto. Pero era él su primer amor. Mi abuela le esperaba durante meses en Cañaveral sus regresos marítimos. Le quería, pero se cansó de esperar. Aquel hombre, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, volvió una vez. Pero Carmen ya había cruzado el puente que unía su aldea con Garrovillas, el pueblo de mi abuelo Moisés, once años mayor que ella. Mi abuelo era un hombre guapo, pequeño, de ojos también escuetos y pardos. Trabajador y silencioso. Cuando el marinero volvió, ya fue tarde.
Mi madre y mi tía me contaron, hace poco, que ya enferma en su casa, en sus últimos días, alguien dijo el nombre del marinero, no por el gaditano en sí, sino porque coincidía con el del médico que la estaba tratando. Mi abuela forzó su última sonrisa al oírlo. Entonces, tanto tiempo después, yo supe por qué a mi abuela le gustaba tanto adentrarse en el mar.
Un dedal de los 170
se busca utopía en madrid centro
Según la RAE : Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Según Tomás Moro (que inventó la palabra) : Utopía describía una isla ideal. El nombre de la isla se formó mediante la palabra griega topos (lugar), a la que se antepuso el prefijo privativo griego ou-, de modo que significaba algo así como ‘ningún lugar’ o ‘lugar inexistente’.
Hace cuatro años que conocí a Clara en Eichstätt, un pequeño pueblo de Baviera. Fuimos felices allí, dentro de nuestra bola de cristal. Si nos agitábamos, nevaba. Allí aprendimos a pasar las horas mirando por las ventanas cómo el sur de Alemania se iba convirtiendo en un bosque nevado. Allí también conocimos a Jorge, el tercer vértice y primera voz mexicana de mi historia, pero este, sí es otro cuento.
Clara es valiente y, a su lado, uno tiene la certeza de que las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen.
Ella baila flamenco y abrió para mí aquel invierno todo un mundo de ritmos y versos. Clara fue la mujer que vivía al final de la calle, fue la luna y el abrazo al final del teatro.
Cortamos las sábanas, liamos tabaco, confundimos acordes y volvimos a vernos ya siempre en Madrid.
Un día, Clara me explicó aquella idea que tenía: crear una revista. Se llama puntoycoma y sé que está hecha con todo el cuidado. Está dando sus pasos. Es actualidad que, además, puede servir a aquellos de fuera para aprender español. Es un intento que nace del amor al idioma, una creación independiente en un mundo de gigantes y medios.
Ya van a sacar su próximo número, el 9. Las buenas ideas no deben caer en vacío.
(Mesa de trabajo de Clara)
Qué pasa si, de pronto, no está de versos la vida.
...............................La vida.
Cinco de la mañana.
Sentado en una acera en la puerta de una casa vacía.
12 meses sin encontrar la suma-señal de esas estrellas.
El sitio del corazón.
Y sin abrigo.
Las emociones.
Redes atómicas muertas.
El amor es proteínas. Le pregunta.
El amor se da en unas condiciones atmosféricas.
Hablar sin propiedad.
La tristeza: ADN, memoria e ignorancia.
El teléfono urgente de las respuestas.
Cuando ninguna fe calma.
Las líneas de las manos estrangulándole el cuello.
Trepando por los brazos.
Hundiéndole en el agua.
Se afilan las palabras.
Ella dice energía, él dice cómo.
El lugar de la angustia, del dolor.
Las ratas también lloran.
Sus raíces y un árbol.
Una fórmula.
Nada.
0
Placer es enredarse sin desenlace.
El DF es Alejandro. Es encontrarme verano tras verano con su abrazo en el aeropuerto. Es su mano haciendo todo más amable, pintando de recuerdos de niño el asfalto gris.
Despierto en casa de Ale. La altura me regala algo de frío. Es mi cumpleaños y el teléfono suena desde las 4 de la mañana, las 10 de Madrid. Abro los ojos, huele a jugo de piña. Encuentro a Ester, sus felicitaciones, su dulce mirada, su historia contenida.
Huevos rancheros. Regresan los sabores, los olores. Todo el recuerdo comienza a retomarme. Contraigo el corazón, me tensa el nervio. Pica ya la lengua y pica la piel por el smog. Ale se va a trabajar temprano. Metro de Chapultepec. Con su gorra y su americana, carga en su mochila tantas cosas... Ester bajo sus párpados esconde los recuerdos de una infancia en Chiapas, de la siesta en lo más alto y denso de la copa de los árboles.
Es el lado más dulce de la ciudad.
Por eso regreso al DF.
22 millones de historias, de tristezas, de esperanzas. México, seguro, no es esta ciudad, pero en ella se contienen infinitos Méxicos.
Alargo aún más mi camino. Cuatro horas de autobús a Córdoba. Reconozco los paisajes. Me pongo de rodillas en el asiento, necesito ahogarme en el paisaje, envolverme de su humedad selvática. Amanece Córdoba de nuevo de mi memoria. Vuelvo a comprender aquella lágrima. Me sumerjo en una de las fotografías que he revisado tantas veces estos meses. Espero a Chucho en la estación, respiro, respiro, respiro.
Tiemblo...
Hace falta que te diga...
Bolero incantable, por la hora y el desentono del coro,
de diez minutos, al menos , de duración
si lo toca Daniel
Con las gargantas llenas de polvo y de canciones, os miraba. Saltar a la comba al amanecer, tirarnos tierra, regresar. Cicatrizando algunos. Evitar los fuegos, artificiales. Se nos escapa el agua. Tenemos mil caminos, excusas para pasar juntos la noche. Se nos hace de día demasiado pronto. Puedo decir diez años. A mí me sobrecoge por la tarde encontrarte otro verano más esperando un abrazo. La cabeza en tus piernas y un beso se te escapa. Nuestra voz, viejo magnetofón que nos contiene. Las cartas en la mesa. Sabes que los puñales duelen más cuando tratan de arrancarse que al hundirlos, tú lo sabes. Yo lo callo. Que cada uno viene de un camino y está tomando otro. La sangre se me agolpa en la rodilla y ahora ni recuerdo cuándo pasé aquel golpe. Las palabras, duras por fuera, nido de abejas al morderlas. Cuántos años nos dejan mirar atrás. Por todo no hace falta la frase que sigue a este desinspirado párrafo.