19/5/12

me gustaba mucho

Sigues conmigo porque ya no queda nadie más que yo que recuerde tu belleza. Sólo yo tengo en mis ojos viejos tus ojos jóvenes.



Me faltan palabras.
Qué raro. Hablamos mucho.
Adentro estoy callado.

Carlos Fuentes, Los lazos conyugales en Todas las familias felices

2/5/12

La abuela fue periodista

Desde hace un tiempo, imagino a mis futuros nietos –pelo claro y tieso, todos varones, quién sabe- escuchándome contarles cuál fue mi profesión. Pues veréis, les diré, la abuela estudió periodismo. ¿Cómo?

La abuela se fue a México (cómo estará para entonces ese lindo país) porque había acabado de estudiar la carrera en una escuela que se llamaba universidad. Me encantaba ese trabajo (nos pagaban un salario fijo y acordado a cambio de una serie de horas) que consistía en contarles por escrito a los demás cosas que sucedían en su ciudad, o en otros lugares. Podía ser desde la apertura de una nueva autopista, que entonces eran de libre acceso, un artículo más largo sobre de dónde venía el agua que consumían, tratar de explicar dónde había ido el dinero desaparecido de las arcas públicas recaudado o entrevistar a algún artista. Podía escribir de muchos temas. Para ello, grababa con unos aparatos que llevaban una cinta de casete (¿de qué?) a algunas personas, se informaba, investigaba durante algún tiempo, contrastaba la información y, después, durante la tarde, la redactaba. Tenía que tener curiosidad, ser rigurosa, escribir muy bien y tener una cosa que entonces se decía “olfato”, yo siempre pensé que era sentido común.


La abuela reporteando en el mercado 'Revolución' sobre el precio de los alimentos.
Veracruz, 2006.

A la mañana siguiente, el periódico, unas hojas grandes de papel finito que tiznaban los dedos al hojearlas, estaba listo para que todo el mundo lo comprase en unas casetas que había por la calle que se llamaban quioscos. Sí, había que esperar hasta la mañana siguiente. Y sí, no importaba. Porque leer el periódico, tomando un café en una terraza de Madrid, o en casa, esparciendo sus pliegos y suplementos por la cocina, en el transporte público -sí era público y barato y recorría toda la ciudad- era un placer. Había quién lo leía entero, había quien iba directo a la sección cultural, otros se estudiaban las noticias de economía o políticas.


Muchos decían que la carrera de periodismo no servía para nada, que cualquiera podía ejercerla, pero eso no es verdad. El periodista, no el tertuliano, ni el bloguero, ni el articulista de opinión, ni el entrevistador ocasional para una revista de música, tenía un compromiso al que tenía que ser fiel: aquello que había escrito, en aquel artículo, dentro de las restricciones con las que todos los medios de comunicación contaban, era lo mejor de sí mismo. Y, sobre todo, era verdad. Y una firma y una cabecera avalaban la información.


Cuando la abuela, después de un año, volvió a España, tuvo la sensación de que algo estaba cambiando. Sí, trabajé en otros medios, pero, al margen de que los salarios fueran cada vez peores y para recortarlos apelaran al nivel de vocación del periodista, los grandes dueños de los medios habían tensado la cuerda de la manipulación. Las redacciones eran cada vez más pequeñas. El mismo que escribía la información, la subía a internet, hacía la foto, se corregía, maquetaba su página. Importaba más la cantidad que la calidad. Esa palabra desapareció de las redacciones. No importaba que un periodista no supiese nada de un tema, no importaba que la noticia tuviese tres líneas, que estuviese sesgada.

Miles de compañeros fueron despedidos. También yo.
Llegó la crisis económica, internet, twitter, los blogs, las presiones, la caída de la publicidad, los despidos masivos, incluso, algunos compañeros de otros países perdían la vida informando. Todo se volvió difuso.

¿Twit.. qué?

Ya de la poesía os hablaré otro día.
Ay, qué triste época aquella.

El 3 de mayo es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Compren el periódico.

Sin periodistas no hay periodismo. Sin periodismo no hay democracia.