El aire escoge el vientre de los pájaros.
Las camisas
colgadas en la cuerda, me señalan.
Las estrellas perforan el aliento
más frío de la noche.
El que no entra en la casa como una lengua loca
es un niño cobarde que no muerde la carne
sin permiso.
Hay un tren con su ruido dentro de cada cuerpo.
Y unos ojos que hambrientos
se devoran
dejando en las esquinas
sus remolinos verdes
Las camisas
colgadas en la cuerda, me señalan.
Las estrellas perforan el aliento
más frío de la noche.
El que no entra en la casa como una lengua loca
es un niño cobarde que no muerde la carne
sin permiso.
Hay un tren con su ruido dentro de cada cuerpo.
Y unos ojos que hambrientos
se devoran
dejando en las esquinas
sus remolinos verdes
como pieles intactas
de manzana.
La ciudad en septiembre es una espera absurda.
de manzana.
La ciudad en septiembre es una espera absurda.
4 comentarios:
La espera y el entretiempo
y la vuelta al verano, 30 grados, calor, sol de ciudad, calles desiertas a primera hora de la tarde.
Así no hay quien se aclare.
besos, hermanilla
¡No hay niños cobardes!
Sólo héroes e imposibles.
Y si los cuerpos son trenes escandalosos entonces las camas -discúlpeme usted el corporativismo, el blogcentrismo- son estaciones, hum, lo que explicaría por qué siempre me han gustado tantísimo las estaciones de tren.
Es fuerte, Aroa, e imprevisible. (o sea, que me gusta).
No estoy tan seguro de que septiembre se quede para sí ese predicado.
Y a mí también me gusta.
poema-héroe
Publicar un comentario