Hace ya muchos años que dejamos de ir al Retiro a tocar la guitarrilla, a pasar la tarde entera sin hacer nada, a exaltarnos con las conversaciones y enamorarnos furtivamente al margen de las reglas de la atracción. Qué cuánto sabíamos entonces de las horas. Había tanto sueño por delante, tanto kilómetro. Ahora, que vivo a 50 metros de una boca de metro de la línea 2 y a pocos centímetros de una boca, si decimos ‘donde siempre’ si vas a ese parque, alguien se perderá. Algo hemos cambiado, supongo. Quedar para cenar es un asunto complejo. Porque siempre hay deberes, no de escuela, porque siempre hay otros planes, otras cadenas. Ayer, mientras miraba a Dani tocando, ilusionado, feliz, puro nervio y gesto corriendo por el mástil de su guitarra, pensé que estaba echando algo en falta, que luego curé en el agua. Pero aquella multitud juvenil, aquel desacuerdo injustificado, aquellas demoras de tarde de espera, cómo se extrañan. Pero es que nos faltan ya tantos en sus islas, sus ciudades, su rechazo, ya tan lejos.
12 comentarios:
Estamos abocados a empezar a hacer cosas y dejar de hacer otras. Añoramos las que no hacemos y, a veces, no disfrutamos de las que sí hacemos y no nos damos cuenta de lo que nos gustan hasta que toca el tiempo de añorarlas.
Yo es que en la vida habré ido al Retiro con una guitarra.
Claro que es que nosotros íbamos a escupir al lago y a gruñir sobre los de los tambores, y a escandalizarnos cuando una hormiga se nos subía encima. Y no sabíamos tocar la guitarra. Y el Retiro estaba donde Cristo dio las tres voces.
Pero ahora que soy pequeño, si te apetece recorrer esos 50 metros y luego ir en línea roja, yo me ofrezco como acompañante, aunque sea sin guitarra.
a nosotros nos quedaban lejos el Retiro y el Rastro.. una expedición desde Torrelodones, pero oye estaba de moda... las cosas
y sí Cecilia es verdad que uno no se da cuenta de lo que hace/tiene/es hasta que deja de hacer/tener/sentir aquello
que todo parece más bello
sobre todo si uno es capaz de emborronar lo malo para sobrevivirlo
qué humanos que somos, hay que ver.
por más que nos lo digan, no se aprende
ánimo marina que a la tercera va la vencida!!!!
Ains, Aroa, otra vez las coincidencias (gesto de puñito golpeando el pecho, ese tan tuyo).
Yo no fui a la guardería: hasta los cuatro años mi padre me llevaba todas las mañanas al Retiro. La foto que os enseñé está hecha en el Retiro. Al salir del colegio, por las tardes, iba a jugar allí. Creo que me he besado con diferentes novios en casi todos sus rincones, aunque nunca tuve ninguno que tocara la guitarra. Cuando me independicé no quise cambiar de barrio porque quería estar al lado del Retiro.
Y sobre Isma y en concreto sobre esa canción, ya hablé
AQUÍ
pd.- los comentarios eliminados son míos, es que lo de poner el enlace no me salía
lo siento, qué desastre, sigue sin salirme lo del enlace, no sé por qué en vez de poder pinchar donde dice AQUÍ, me sale en la línea siguiente.
jaja, ¡estás ahí!,
besote
la diáspora de la adolescencia y la primera juventud. Una herida de aspecto feo. (con el tiempo, cicatriza).
y se nos agarra al estómago y a todas sus paredes...nunca me acostumbraré a las puñaladas de la nostalgia, por mucho que ellas me enseñaran a escribir...
qué vida rara...
besitos
María
Por cierto...aquí en Sevilla algo me lleva hasta mi última visita al sur y me dan ganas de emborracharme de salmorejo y agotarme de moscatín...
pero la compañía no acompaña
...
ánimo peuqeñuela... vuelve y matamos la nostalgia a moscatín
Supongo que lo que realmente añoramos es la eternidad de la juventud, de nuestra última infancia, tener que contraponerla -qué desgracia- al vuelo feroz de las horas en que ha venido a convertirse nuestra vida.
Un beso
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