La mujer que tocaba el violín cuando era niña me lleva a un club de Sttutgart. Pide vodka con red bull. Yo, un mojito cubano. Uno me toca la espalda para pasar con la mano completamente abierta. Me encuentra desprevenida al tacto en las ciudades de ese sur tan del norte. Yo me retiro. Grandes bolas de espejo cuelgan del techo bajo. Una mujer de pelo blanco y muy corto, extremadamente parecida a una amiga, felicita al DJ cuando cambia de ritmo. Mueve las manos y maneja, como una especie de dios rubio, a la masa de cuerpos desencajados. Descubro que la mujer que de niña tocaba el violín es adicta al red bull. Al regresar pone Orishas en el coche por aquello de que hablan español. Me mira y sonríe. No me desagrada si la otra opción eran aquellos golpes rítmicos en mis sienes. La vecina del abrigo rosa fucsia entonces se ha ido a Ibiza, al cierre de las discos, qué suerte, me dice. Cuando el coche alcanza los 180 km/h pasamos por la puerta del palacio de Ludwigsburg. Última parada en la gasolinera. Compra dos latas más.
La foto en: http://www.davidruiz.eu/photoblog/index.php
2 comentarios:
Ay, con cuanta naturalidad recuerda uno los tebeos de Asterix, hace una traslación y una rotación, y se ve obligado a farfullar "están locos estos alemanes".
ya lo decía un amigo murciano durante la erasmus, cuando sólo se le veían los ojos de todo el plumas, lana, bufandas, manoplas y gorros que llevaba... ezto alemane, no van a podé con nosotró!!!!
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