El olor que desprende la persiana de bambú con la lluvia, de noche, en nuestra ventana. El contraluz no es suficientemente íntimo para el desnudo. Antes de volver a casa, hemos tenido una conversación propia de la juventud temprana. Ahora, que estamos aprendiendo a vernos envejecer. No hay verbo para definir el paso abrupto a la edad adulta. La última zancada hacia el precipicio. Pienso en el viaje truncado a México.
La felicidad, a veces, es que haya un par de libros sobre la mesilla exigiendo lectura.
¿Volaremos alguna vez hacia la India?
6 comentarios:
No hay nada, ni la euforia sexual de los inicios ni el descubrimiento súbito, nada, no hay nada mejor, si las cosas -el amor- funcionan, que aprender a vernos envejecer. Qué bien lo has expresado: aprender a vernos envejecer. Acepto el regalo y me lo quedo.
Ah, y ahora me pongo en plan adivino grotesco de la TDT y te digo lo siguiente: volareis a la India, no me cabe la menor duda. Lo sé porque yo volé a Irlanda.
Este texto (con ese viaje truncado a México que yo también tengo) me atrapa (porque me veo dentro). Besos, Ar.
Jesús, en realidad, no pensaba en el amor (aunque el amor estaba anoche presente y también y suscribo todo lo que dices) al escribirlo. No lo pensaba pero se entiende así. Beso.
Lar, amiga, os voy a llevar a México aunque crezcamos tanto que tengamos que fletar un avión. Mil abrazos.
¿México no, entonces...?
Y la India, también.
Yo he de volar hasta Zanzíbar.
Besitos, volaremos, volaremos.
Publicar un comentario