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Como hoy, a esta hora, hace ya demasiados años como para recordar cuántos han pasado, yo pintaba en sepia la carita de una indígena. Estaba lejos de haber visto nunca unos ojos rasgados y negros como aquellos. Me estaba quedando bien. Carboncillo, blanco, pastel. Mi madre andaba preocupada porque el abuelo no llegaba a comer. Subió a mi habitación y miró por la ventana. Alguna vez se había ido dormido en el tren hasta Ávila, dejando atrás nuestra estación. Y llamaba, después, desde una cabina, para avisar. Seguí pintando, preguntándome qué extraña intuición me hacía pensar que todo estaba en orden.
La comida se quedó fría aquel otoño, el abuelo murió dormido, como eligió, y yo nunca más me fié de una corazonada.
7 comentarios:
besos!
A lo mejor si estaba en orden. A lo mejor todo el orden posible, el único orden al que podemos aspirar es morirnos como queremos...
es verdad
¿Ves?
El palabro lo dice. Quedan los
geness
¿Cómo saber si la corazonada es al derecho o al revés?
Un abrazo grande
nano: eres un enfermito de los palabros...
virgi: imposible saber, a mí se me hizo temprana aquella muerte
pero
él quería así
y así fue
Precioso texto. Y preciosa ilustración. Besos
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