Es verdad que la ciudad de mañana es muy distinta y pocos se levantan a verla descansar en sábado. Está tirada en la cama, descuidada. En posturas abiertas y se deja tocar. Yo bajo en taxi por su suroeste –rápido, le digo- y desciendo el paseo y al fondo la catedral y el palacio y hasta las obras del río están cubiertas de una neblina de resaca temprana. El coche en zona azul. Las nueve. Las botas, el pelo enmarañado, las medias rotas.
El abandono de la cama.
De la calma.
El día por delante. Llego a casa, a casa de mis padres. Una taza de café o ya no existo. Estoy despierta y aprovecho. Vamos a ver muebles de cocina. De camino me puede la verborrea del cansancio. Pero allí, con toda esa vacinería (y que me asalten los dueños del idioma), algo se empieza a quebrar en mi espalda, me astilla los lagrimales, me descompone las palabras que, deshechas, se quedan a medio camino entre la cabeza y la boca. No puedo mucho más.
Aún me arrastro a hacer la compra. Naranjas, manzanas, plátanos, leche. Manejo la furgoneta que me arrancó del sueño para salvarla de las multas de Madrid.
Qué ha sido esta semana. Despertarme y la pantalla. La mañana. Las visitas, las entrevistas, comer rápido. La otra redacción, la de verdad, la mía. La noche llegando. Alguna bajada a esta ciudad y los regresos. Los kilómetros de regreso que tantas ganas tengo de extinguir. Robando el tiempo a celebrar los millones de segundos en que existimos juntos.
Quiero despistarme del horario. Perder las horas en un supermercado. Leer un libro en el césped. Que el verano saque su ropa de los armarios. Verte venir. Encontrar un poema. Abrir el vino con un poco de sol. La borrachera de los mediodías. Resbalarme y desaparecer, despacito y sin prisa, en esa cama que aun no tiene forma.
Estoy cansada, físicamente y, sobre todo, reclamo horas más anchas para exprimirlas todas. Y cómo.
El abandono de la cama.
De la calma.
El día por delante. Llego a casa, a casa de mis padres. Una taza de café o ya no existo. Estoy despierta y aprovecho. Vamos a ver muebles de cocina. De camino me puede la verborrea del cansancio. Pero allí, con toda esa vacinería (y que me asalten los dueños del idioma), algo se empieza a quebrar en mi espalda, me astilla los lagrimales, me descompone las palabras que, deshechas, se quedan a medio camino entre la cabeza y la boca. No puedo mucho más.
Aún me arrastro a hacer la compra. Naranjas, manzanas, plátanos, leche. Manejo la furgoneta que me arrancó del sueño para salvarla de las multas de Madrid.
Qué ha sido esta semana. Despertarme y la pantalla. La mañana. Las visitas, las entrevistas, comer rápido. La otra redacción, la de verdad, la mía. La noche llegando. Alguna bajada a esta ciudad y los regresos. Los kilómetros de regreso que tantas ganas tengo de extinguir. Robando el tiempo a celebrar los millones de segundos en que existimos juntos.
Quiero despistarme del horario. Perder las horas en un supermercado. Leer un libro en el césped. Que el verano saque su ropa de los armarios. Verte venir. Encontrar un poema. Abrir el vino con un poco de sol. La borrachera de los mediodías. Resbalarme y desaparecer, despacito y sin prisa, en esa cama que aun no tiene forma.
Estoy cansada, físicamente y, sobre todo, reclamo horas más anchas para exprimirlas todas. Y cómo.
6 comentarios:
Precioso, Aroa
No, no sólo precioso: es ASÍ. Es VERDAD. Es un manifiesto que suscribo punto por punto.
El tiempo también se me hace estrecho y aquí estamos, como tontas creyendo que si seguimos peleando con él, podemos ganarle...
¡Qué ridiculez!
Qué beso para tí, Muchacha
Cómo te entiendo, niña...
Mi cama tiene forma, pero me faltan horas para matarla...
El libro, el vino, el poema, y esa cena-almuerzo que nos debemos tú y yo.
Muy bonito. Una gozada leerte, acompañarte en tus viajes y tareas de sábado de resaca.
Besos,
un fan.
Te entiendo. Hace poco escribí de eso (un poema).
Pero ahora estoy solo desde ayer, a las 6 de la madrugada del sábado, y llevo todo este tiempo prácticamente solo, comiendo o merendando cuando "creo" que es el momento oportuno. Leyendo o dormitando todo el tiempo. Se lo acabo de decir a ella, cuando me ha llamado desde París y me ha dicho que me veía animado por la voz: lo bien que se está solo de vez en cuando. Me ha entendido perfectamente.
Tu "ella" son los kilómetros de más. Y es bueno dejarla para siempre. Te queda ya poco, ¿no?, para ese patio donde emborracharte suavamente los sábados al mediodía: ¡preparar una siesta deliciosa!
Resiste.
(Lo has escrito muy bien). (Te presentaré a Jesús, el verdulero-frutero del súper de la calle de Pez. Lo comparto con María Zarazúa y con Silvia la violinista. Nos da a cada uno noticias de los otros).
¿¡Perder horas en un supermercado!?
Niña, pretendes mudarte al ladito de todos los cines de VOSE ¿y pretendes perder tus horas en un supermercado?
(Es que es la única crítica que le veo a tus proyectos)
Millones de segundos, hum. Tengo que sacar la calculadora.
hola!!!!!!
qué bien compañeros teneros aquí de visita en el cuarto de atrás. No os movais ninguno. Voy a por el vino...
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