Volvimos a la ciudad grande. Apenas me dio plática el taxista de noche, volviendo a San Bernardo. Aun traigo en la piel el sabor amarillo de los maizales. El veneno de los insectos.
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En la parte de atrás de un coche negro, una flaquita morena se contonea. Luego las casas de piedra me traen al puente alto, sobre el río que no existe. Las luces que se extienden hasta el monte.
Dibujo la silueta de una tortuga gigante en la ventana. Abro la puerta. Las flores aguantaron la embestida del calor y la ausencia.
Me miro en el espejo del lavabo y son los mismos ojos. El pelo está más seco. Aunque hoy no enredes tu mano y me digas que así me imaginaste mucho antes, en las fotografías.
Ahora tengo una casa, una bañera, un armario donde guardo las conservas y el frío. También están los amigos aunque no sepan de dónde llego con este olor a sal en los labios.
Supongo que este es mi rancho, mi pueblo quieto. Vivo junto a esos gigantes blancos
7 comentarios:
¡Lo que cuesta asumir las perspectivas reales cuando el viaje ha sido impactante!
Pero no nos molestan, ¿verdad?
Vengo de tomar rusos blancos con Robero terán y el palabro es "bacco". Puñetero.
Las erratas, pónmelas en la cuenta de los cócteles. ¿Vale?
Y tú, ¿cuándo me llamas?
Bienvenida mi niña!!
Lindo pueblo quieto también. Bienvenida sea.
Hola Aroa
Mil disculpas por no haber pasado antes (y más por perderme tu viaje a México que, espero, hayas disfrutado muchísimo).
No es justificación, pero diferentes circunstancias me mantuvieron lejos de la red, hasta ahora.
Prometo pasar´con más frecuencia, a llenarme los ojos con tus palabras y esas magníficas fotografías que compartes con todos nosotros
Un besote
Hola queridos:
aquí ando, en esta vuelta de horario retorcido, a ver si se me cura ya el noqueo y os visito más y a menudo y me pongo al día porque esto es bello si se cuida.
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