No estás. Madrid de pronto vuelve a ser aquella ciudad al final de la A-6 a lo lejos. Vuelvo a mirar el puente nuevo, recuerdo mis días en aquel periódico de derechas en que escribí demasiadas palabras sobre él. Lo que me deben, lo que les debo. Madrid vuelve a existir de forma ausente. Donde estuvimos. Lo digo porque tengo una copa vacía sobre la mesa. Una vela roja. Un libro. Y el estómago vacío. Mil páginas en blanco. Madrid es la pequeña calle donde ahora vivo. Aquel bar cerquita y sin saberlo donde nos vimos. Aquellas botas que resbalaron todo el invierno hacia ti. Pero sigue el calor y la bañera es el único recipiente donde el agua puede ser demasiado fría un viernes en que una está sola y porque quiere. Porque tiene una agenda vacía de propósitos. Y los días empiezan más allá de ti. Más allá de septiembre. Te pregunté y sin saberlo tú si se te hacía más grande o más pequeña la ciudad conmigo. Dijiste grande, más llena de gente nueva, más recovecos, más esquinas y lugares que ya son propios, y nuestros. Como el sofá blanco de San Marcos, 14. Como la ventana esta que ahora está abierta a la noche, donde gritan los niños ahora dormidos por las mañanas. (Alguien riega en el patio). Como el 500 pasando por nuestro sueño temprano como un terremoto que ya no me asusta. En el bar de abajo hablan de samba, de baile y noche. Son colombianos. ‘La casita’ se llama. Huele raro. Pero sigo yendo a comprar urgencias. Hay gente por todas partes regresando. Y no está la mano aquí que, como a un gato, acaricia durante horas. Pero están las camisas colgadas de manga larga y los zapatos serios recordando que sí, que ahora existes. Y está el teléfono olvidado en el coche esperando que lo recoja para ser el hilo que me traiga, de nuevo, al Madrid que es ahora.
... contra tí he intentado irme alejarme
la clausura requería velocidad
pero finalmente eras tú quien abría la puerta.
Estabas en cualquier cosa que pudiera
caminar llorar caerse al pozo
y desde la claridad me preguntabas...
Lo dice Bolaño en verso en La Universidad Desconocida.
Una sabe y entiende los silencios de la gente.