Siguiendo el razonamiento, quizá los perros de Virginia Woolf demandaran de ella una atención constante, como ella misma hacía con los demás; atención que alternaba con la necesidad de gozar de una libertad absoluta y de soledad para poder escribir: no podía hacer nada si alguien estaba en su misma habitación, pero tampoco descansaba hasta que Leonard había regresado a casa.
Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales. errata naturae, 2011
Pues eso, que menos mal que el río de Madrid no da para mucho.
9 comentarios:
Desde luego, quién manda en esa relación ha quedado más que claro. Me parto con la foto.
y eso que ahí pesaba la mitad que ahora
De vez en cuando vengo a ver la foto. Me anima y estimula. Si fuéramos como Valentín, con esa resistencia pasiva, que no se le mueve ni un pelo y mirando al infinito.
además, hay que volver a lo animal,...
¡Qué monada de foto simpática!
Ese perrito tiene mucho poder.
Besos, Aroa.
Un par de ellos a V.
Tiene todo el poder, ha vuelto la naturaleza a nuestra casa del centro.
Parece una pulga con pelos.
La fuerza de lo pequeño es absoluta.
Muy bueno, Aroa.
Besos
Hubo un tiempo en que fue un pelo con pulgas, más bien. Pero ya pasó. Es todo un carácter.
Ui, cómo entiendo a la Woolf!
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