Mientras leía aquella información sobre los nabateros de Aínsa, pensé que volver a Madrid sería terrible. Los nabateros cortaban grandes árboles que hacían descender por el Cinca y el Ara hasta llegar al Mediterráneo. Se jugaban la vida sobre ellos uniendo unos troncos a otros hasta construir inestables balsas que se deslizarían sobre la agitada corriente de los hijos acuáticos del Monte Perdido. Luego, tomamos café bajo el vuelo eficaz del quebrantahuesos, boquiabiertos ante la herida azul del deshielo y la piel manchada de la piedra con los últimos restos de la nieve. Pensamos en las piernas heladas de los que cruzaron a pie las fronteras. Le cuento cómo mi abuelo perdió todo el pelo de las piernas durante una helada en Peguerinos. Hablamos de las últimas guerras. Salpica entonces el aire de la primavera tibia y justo en la plaza del pueblo se celebra una boda. Me divierto eligiendo el mejor de los vestidos y observando el trabajo de equilibrista de las mujeres sobre el adoquinado antiguo. Todo está lleno de flores y, simpático, un perro, exactamente igual al mío, descansa en una sombra angosta de la tarde. Luchamos contra los principios inertes de la deshonestidad urbana. Tomamos sangría. Sentimos el cansancio azucarado de nuestros gemelos. Ponemos fecha para las futuras palabras y nos jugamos, como tahúres, nuestro próximo viaje. Y es entonces, cuando nuestra sombra, cogida de la mano, se alarga bajo el castillo viejo, y emprendemos bajo una catarata de montaña, nuestro regreso a la ciudad.
A través del cielo que recorta el patio de nuestra casa, asoman las estrellas de junio. Vaciamos una botella de vino con Clara. Cenamos quiche, alabamos el paisaje y rifamos la suerte de lo próximo. Sin miedo. La hija de Robert Poste, ahora mismo a mis pies, sobre la cama, espera que termine de escribir. Qué grande es la sensación de cerrar un libro. Y dormir con cientos de kilómetros andados.
4 comentarios:
Mira que es fácil decir "hemos estado en los Pirineos oscenses". Pues no, una poeta no. Va dejando miguitas de información con un "pásate por Google, nene".
Ya me pasé. Es bonito. El frío al sol de la primavera avanzada tomando sangría es bonito. El otro frío, no. Cuando en el mejor de los casos se llevaba una manta que pesaba más que abrigaba.
Sin olvidar, no dejemos de disfrutar.
pelos de punta
será por la ingestión de lo que contenía la botella que hoy no me acordaba bien de haber escrito esto,.. jiji
Puedo dar fe de que hubo botella (tinta, preciosa a la luz de la tarde) mientras anotaba en un cuadernito rojo y también cuando lo transcribió teclado mediante.
Pero es que las fiestas sin botella ni son fiestas ni son nada.
En otro orden de cosas también puedo dar fe de que todo lo que dice es cierto, y que a falta de Tokio, el inventario del fin de semana es aterradoramente completo.
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