Edibe vuelve a hacer la mezcla ante la mirada atenta de su hijo: curry, pimentón, cúrcuma, jengibre y comino. La bolsa ahora es de los colores de la tierra. Aliñaremos el pollo y el cerdo y pecaremos el viernes. Seguro. Compramos una torta de pan de semillas -de trigo es más rico-, ropa interior, un Playmobil despintado de azul con extremidades articulables y sombrero de vaquero. Yo me quedo muda al borde del escenario del puesto de antigüedades. El gitano da cuerda a un gramófono. Una voz de mujer araña algo parecido a un tango. Me pregunto si así sonaría entonces, en algún viejo salón de Granada, bajo las conversaciones. Hay baúles, cascos verdes de guerra, escotillas oxidadas, mi madre compra una lupa de plata antigua. Me llama desde lejos. Aroa, ¿quieres una? Pero pienso en el polvo que podría recoger en la estantería, pienso que en realidad no es de plata. Ella se asoma feliz a través del cristal. Sonríe gigante. Su ojo es azul. Pestañea.
El resto del día lo he pasado deseando que el sol me sonroje la cara. Imaginando mañana. Europa vista desde el barco, alejándose. Hemos dormido la siesta a la orilla del mar. La playa estaba llena de naranjas. De lejos, parecía una línea de advertencia. Pero el mar seguía expulsando sus hinchados cuerpos brillantes poco a poco. Hasta que toda la costa visible estaba salpicada de sus luces redondas.
La playa en marzo tiene el mismo óxido áspero de las antigüedades del mercado.
Paseamos por el pantalán del puerto. Nos asomamos a los veleros blandos. La teca con su abrigo gris de invierno. Yo quiero un barco, y que salgamos los dos a alta mar, y que invitemos a vino a los amigos en su cubierta. Él me promete un escuadrón entero.
Le doy la mano y, detrás de ella, paseamos de vuelta a casa.
El resto del día lo he pasado deseando que el sol me sonroje la cara. Imaginando mañana. Europa vista desde el barco, alejándose. Hemos dormido la siesta a la orilla del mar. La playa estaba llena de naranjas. De lejos, parecía una línea de advertencia. Pero el mar seguía expulsando sus hinchados cuerpos brillantes poco a poco. Hasta que toda la costa visible estaba salpicada de sus luces redondas.
La playa en marzo tiene el mismo óxido áspero de las antigüedades del mercado.
Paseamos por el pantalán del puerto. Nos asomamos a los veleros blandos. La teca con su abrigo gris de invierno. Yo quiero un barco, y que salgamos los dos a alta mar, y que invitemos a vino a los amigos en su cubierta. Él me promete un escuadrón entero.
Le doy la mano y, detrás de ella, paseamos de vuelta a casa.
6 comentarios:
Las naranjas te persiguen hasta la orilla del mar.
Feliz encuentro con África.
Seguid así, de la mano.
(Sí, destrozar. Mala.)
Besos!!!!!!!!
¡Un escuadrón de barquitos! ¡Para sitiar, por mar, a la mismísima Albión!
Y unas gafas mágicas, que sirvan como esas capas de curvas del Photoshop que hacen de guinda, y ponen el cielo ocre, y los colores doraditos, crujientes.
Pero no son naranjas de la Chi na ná Chi na ná. Son cadáveres hinchados, redondos, de color naranja. Un signo de algo.
eran un poco raras las naranjas
sí, muuuy gordas todas
David sí vio la misma señal que Lara, me persiguen
Besos compañeros
"La playa en marzo tiene el mismo óxido áspero de las antigüedades del mercado".
¿No estuvisteis tentados de mordisquear un poquitín su cáscara? ¿Por ver si sabían a mar?
Estupenda, la foto.
Un abrazo
¡Qué maravilla!
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