1 de agosto Avda. Insurgentes 30 kilómetros1.500 Km2 de ciudad22 millones de habitantesHay quien dice que el que vuelve a DF lo hace porque siente el morbo de ver la perversión de la sociedad. Su parte de razón tiene. Para mí, esta ciudad contiene, además, la sensación del reecuentro. Aterrizar de noche en este monstruo de 22 millones de habitantes regala una de las imágenes más impresionantes que uno pueda ver desde el cielo. Como si alguien hubiera extendido una interminable manta sobre una laguna con millones de alfileres clavadas que tuvieran una luz en su cabeza. Las carreteras, venas de luz que la surcan de un extremo a otro. Y se extiende, y se extiende. Hay manchas negras, son los barrios de aquellos que no tienen acceso a la electricidad.
El DF es Alejandro. Es encontrarme verano tras verano con su abrazo en el aeropuerto. Es su mano haciendo todo más amable, pintando de recuerdos de niño el asfalto gris.
Despierto en casa de Ale. La altura me regala algo de frío. Es mi cumpleaños y el teléfono suena desde las 4 de la mañana, las 10 de Madrid. Abro los ojos, huele a jugo de piña. Encuentro a Ester, sus felicitaciones, su dulce mirada, su historia contenida.
Huevos rancheros. Regresan los sabores, los olores. Todo el recuerdo comienza a retomarme. Contraigo el corazón, me tensa el nervio. Pica ya la lengua y pica la piel por el smog. Ale se va a trabajar temprano. Metro de Chapultepec. Con su gorra y su americana, carga en su mochila tantas cosas... Ester bajo sus párpados esconde los recuerdos de una infancia en Chiapas, de la siesta en lo más alto y denso de la copa de los árboles.
Es el lado más dulce de la ciudad.
Por eso regreso al DF.
22 millones de historias, de tristezas, de esperanzas. México, seguro, no es esta ciudad, pero en ella se contienen infinitos Méxicos.

Alargo aún más mi camino. Cuatro horas de autobús a Córdoba. Reconozco los paisajes. Me pongo de rodillas en el asiento, necesito ahogarme en el paisaje, envolverme de su humedad selvática. Amanece Córdoba de nuevo de mi memoria. Vuelvo a comprender aquella lágrima. Me sumerjo en una de las fotografías que he revisado tantas veces estos meses. Espero a Chucho en la estación, respiro, respiro, respiro.
Tiemblo...