Estoy en el periódico. Espero noticias. Pienso que este trabajo te hace resistible a las desgracias, a las terribles nuevas. Cuatro, cinco, no se sabe aún, soldados españoles han muerto en Líbano hoy. Inevitablemente la página de internacional rellena sus rincones. Tenemos fotos de agencia, mejor. Llegas del fin de semana, de cruzar las calles, de recordarle, inevitablemente, de nuevo, en un semáforo de la Ronda de Valencia, de sentarte con tus amigos en una terraza y destripar sentimientos, de ir al teatro a ver una obra que no deja en ti un poso amargo ni dulce, entras a la redacción en domingo y una parte de ti, que no reconoces, se alegra ante los sucesos. Y los tratas como fuentes de texto, como titulares que no encajan o sí en el hueco. A veces esta profesión, creo, que te hace de un material demasiado impermeable a lo que la historia esconde.

Titular: Al menos cinco soldados españoles muertos en un ataque en Líbano
Revienta Beirut
los caminos se llenan de cicatrices eternas
las lágrimas
como gotas de lluvia en el cristal infantil
atraviesan pantallas y planas de diario.
De tus ojos agua infinita corro a beber.
Atravieso infernal la ciudad
esta lámina ardiendo que pisamos.
No te encuentro esperando a los pies del volcán.
Te imagino escapando de las mil y una noches.
No sé cómo corres.
Una nube naranja aletea entre el humo.
Lanzas piedras a la ventana de mi silencio.
Han herido la vida desde toda la muerte
y no hay guerra
que explique tu vacío en mi cama.