Ahora hace más frío que entonces, cuando viajamos hasta el sur y caminamos hasta donde no quedaba nadie, donde se escuchaban los sonidos de la selva. Hundimos nuestros pies en el río. Sentía el agua y la arena correr entre ellos. Y regresamos a casa. Y aún vi ponerse la constelación del guerrero muchas noches sobre nuestro jardín, bajo las palmeras. Era a finales de septiembre y en Madrid cuando de nuevo me reencontré con aquellas estrellas. Desde entonces, al igual que las pléyades huyen por el cielo nocturno de orión, esta constelación dirige la brújula loca de mis pasos, los que ya no se hunden en aquel río y pisan un acelerador de un coche para que el tiempo pase menos rápido.
2 comentarios:
esa casa con jardín...con sus palmeras...su planta de pascua...los susurros de las besuconas...las risas de la cocina...
ay jar...cuanto tiempo ha pasado (desde los primeros errores...del interrogante....)
besitos
María
en realidad no ha pasado nada desde entonces, solo tiempo. Los mismos interrogantes en la mirada, aunque esta ciudad ni grita ni maldice nuestros nombres...
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