30/3/09

hace diez años

Al ordenar los hechos que se supone me han convertido en alguien que puede, a cambio de su tiempo, ganar dinero, he vuelto a verme a mí, allá por 2001, en aquella revista. Un día me cansé de las clases grises y rancias de la facultad de Ciencias de la Información y busqué la emoción a este oficio en otro lado. Así que, cargada de lo que se carga uno a los 20, me puse a enviar solicitudes de trabajo. Aquello sonrió y acabé en un despachito en la Plaza de Castilla junto a una periodista, de la que sólo recuerdo que fumaba mucho, las historias de su gato y su novio belga y que me decía que, con su sueldo, sólo podía rentar un zulo en el centro. Yo pensé que cómo podía estar tan quemada a los 30… En fin, pensé.
El caso es que para mí, aquellas prácticas, remuneradas, más de lo que se puede pedir últimamente, me llevaron lejos, en kilómetros. Con ellos viajé al Dublín de los lujosos hoteles en castillos rodeados de verde y lluvia, al corazón desértico de Túnez (me queda de aquello una foto en un tren antiguo junto al fotógrafo y la novia de un cantante que hoy es famoso pero que entonces qué sabía yo de nada). También estuve en Escocia, en otoño, con alguien muy equivocado, me llevaron de ruta gourmet por la Marina Baixa y algunos sitios más.
Pues al reordenar todo aquello, he hecho un ejercicio de pensar en mí. Y en aquella que era yo entonces. En la cara que puse cuando vi aquella ostra mocosa y blanda en el plato en la ruta gastronómica y que yo descuarticé y repartí para disimular el manjar no comido (lo que me sirvió luego una amonestación de los exquisitos por inexperta y cutre), en los consejos del fotógrafo mientras cruzábamos el desierto sin más orientación que las estrellas, en los espacios para fumar que había antes en los trenes donde todos los periodistas que me sacaban mil años y hoy cero reían y charlaban mientras yo me sumergía en las páginas de un libro sola en mi asiento…
Y que, al final, estar inquieto, tener ganas de ver y conocer, y haber visto y conocido, en estos casi diez años, no sirve para entrar por el aro, que tal vez más me hubiera valido quedarme quietecita, en aquello, y hoy tendría mi becaria joven a la que contarle las subidas de la hipoteca.
Volveré a pensar en esto en diez años.
Luego me he acordado de esta otra foto. Sufrir no sufría. Abajo, en Tatouine (mítico poblado de Star Wars) el fotógrafo de mi revista, yo,una de turismo de Túnez y la mujer del cantante que tal vez ya no lo sea. En el año 1 del siglo en curso.
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7 comentarios:

Lara dijo...

si te hubieras comido la ostra relamiéndote...

creo que ahí está el secreto

pero qué alegría que no tengas becaria

yo tengo tres cactus

*V* dijo...

Y tu no serías tan tu y las cosas no serían tan entretenidas... ¿quien quiere becarios a los que torturar? (por cierto, considerable tortura psicologica basada en batallitas a la que te sometieron...)
Yo prefiero no mirar diez años atrás...pero algo ando comentando que diez dias por delante nos podíamos meter un homenaje gastronómico que nada tiene que ver con ostras ;D
Besos mona!

Gemma dijo...

Pues a mí me gusta que no sufrieras entonces y que no tengas becario ahora, ¡qué caray!

Yo todavía no tengo tres cactus como Lara, pero sí un crisantemo que me regaló el pasado domingo mi sobrino de 7 años. ;-P

Besazo

acróbatas dijo...

Se adelantó Lara en eso de "qué alegría que no tengas becaria". Yo lo fuí, en un museo, por ahí lo tengo guardado todo.

Yo tengo una máquina de diapositivas.

Besitos (nos vemos pronto, ¿verdad?)

Vanessa

Rodolfo Serrano dijo...

Para qué quieres un becario/a? Has aprendido y vivido. Y tienes tanto por delante... Besos

Anónimo dijo...

¿Entrar por el aro? a la mierda!
El talento siempre llega a buen puerto. Presiento despertares en los que leeré tu nombre y diré a los que están a mi lado, yo la conozco.
re-muaks
karin

NáN dijo...

qué rechulo estar en un tren con departamento de fumadores y lo mejor de la gente descojonándose allí. En un país de esos raros.

De diez en diez años, te pones a hacer balance y te acojonas.