El olor que desprende la persiana de bambú con la lluvia, de noche, en nuestra ventana. El contraluz no es suficientemente íntimo para el desnudo. Antes de volver a casa, hemos tenido una conversación propia de la juventud temprana. Ahora, que estamos aprendiendo a vernos envejecer. No hay verbo para definir el paso abrupto a la edad adulta. La última zancada hacia el precipicio. Pienso en el viaje truncado a México.
La felicidad, a veces, es que haya un par de libros sobre la mesilla exigiendo lectura.
¿Volaremos alguna vez hacia la India?
No hay nada, ni la euforia sexual de los inicios ni el descubrimiento súbito, nada, no hay nada mejor, si las cosas -el amor- funcionan, que aprender a vernos envejecer. Qué bien lo has expresado: aprender a vernos envejecer. Acepto el regalo y me lo quedo.
ResponderEliminarAh, y ahora me pongo en plan adivino grotesco de la TDT y te digo lo siguiente: volareis a la India, no me cabe la menor duda. Lo sé porque yo volé a Irlanda.
Este texto (con ese viaje truncado a México que yo también tengo) me atrapa (porque me veo dentro). Besos, Ar.
ResponderEliminarJesús, en realidad, no pensaba en el amor (aunque el amor estaba anoche presente y también y suscribo todo lo que dices) al escribirlo. No lo pensaba pero se entiende así. Beso.
ResponderEliminarLar, amiga, os voy a llevar a México aunque crezcamos tanto que tengamos que fletar un avión. Mil abrazos.
¿México no, entonces...?
ResponderEliminarY la India, también.
ResponderEliminarYo he de volar hasta Zanzíbar.
ResponderEliminarBesitos, volaremos, volaremos.