Quiero una cocina blanca por cuya ventana se cuele la brisa fría del mar del norte. Donde una taza caliente sobre la mesa. De metal, la taza. Allí estaré sentada con una chaqueta de lana marrón de aquel que no me sienta bien pero no importa, frente a mis papeles. Veré el otoño sobre las colinas altas. A lo lejos. Tendré un par de flores amarillas en un vaso, un silencio azotado por las gaviotas, el olor a carbón de las maderas, los eucaliptos tirando hojas al musgo blando. Ti-ran-do-ho-jas. Chopin nocturno. Esa canción. Caminaré hasta el pueblo. Compraré pan negro y mantequilla. El periódico de un país en el que no vivo. Recibiré la visita de alguna amistad lejana, convidada a la hora del silbato del té. Veré caer la tarde mientras la leña, y el libro en sus últimas páginas, y la espera. La llegada nocturna del que trabaja. Los dos en una balsa sobre el mundo.
Me alegra ser el primero en felicitarte por tus planes. También yo tengo sueños de esos, que se van quedando tan atrás que no sé cómo retroceder para que pasen delante.
ResponderEliminarTe dejo ser el amigo que viene al té (entre tú y yo sabemos que no hay té ... sino otros destilados).
ResponderEliminarDan ganas de ir de visita y de ese té o café en taza grande y cocina blanca.
ResponderEliminarPor cierto, nos debemos uno, aunque sea en cocina verde.
Dime tú.
Buen autorretrato este desde el que te proyectaste... Yo te veo (claramente, además) haciendo todo eso, y tomándote digestivos (muy de vez en cuando)...
ResponderEliminarUn abrazo
puedo ir yo también a ese té, y mirar por esa ventana?
ResponderEliminarMA
ma, tú siempre vas y vienes avec moi... como si te hiciera falta invitación para plantarte a mi lado...
ResponderEliminarY en la balsa, la dulce melodía de la vida.
ResponderEliminarBesitos, tesoro
Me gusta ese otoño, y esa ventana de la foto.
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