Tener miedo era esto.
Entonces.
Tenía mucho que ver con la materia.
Y cómo cierras la boca. Cómo no te vas. Cómo te aguantas.
Cómo no eres ni la mitad de fuerte, de lista, de guapa de lo que pensaste.
Mientras, tus amigas se han marchado muy lejos. Ven caer la tarde sobre Lima, hojean los capítulos de los libros que soñaron.
Tú has alimentado la boca de la página que no vas a escribir.
Bebes con moderación, comes menos que un pájaro.
Él te mira con la preocupación de quien no sabe cómo sanarte. El atento.
A veces, cierras los ojos con la tele encendida y, a horas, de madrugada, te despiertas pensando que esto ya va a pasar, porque te toca, y que nadie va a quedarse solo, que los grandes sabios de tu vida van a volver a acariciarte el pelo.
Que alguien te va a dar un algodón bañado en coñac a medianoche y que algún día volverás a dormir el sueño de los despreocupados.
Qué duro, y cierto, Aroa. La maldita edad adulta.
ResponderEliminarTener miedo y no conocerlo nunca.
ResponderEliminarBien lo dices. Muy mal se siente.
Beso!
ResponderEliminarEstoy en resistencia.
ResponderEliminarAroa, Aroa, Aroa, Aroa.
ResponderEliminar(Beso.)
Lariiiiiiiiii
ResponderEliminarY cuando quieras que pasemos de resistencia a revolución recuerda: ¡ya tenemos un arma!
ResponderEliminar(Voy corriendo a preguntarle a Google cómo fabricamos pólvora)
revolución contigo: sí
ResponderEliminarSer adulto consiste -creo- en eso mismo: en saber que se tiene miedo; y en desear -sobre todo- "que los grandes sabios de tu vida" te acaricien el pelo. Pedazo de poema, Arúa
ResponderEliminarBuah...yo soy un as en eso del miedo, pero no se me nota nada. Soy un fraude.
ResponderEliminar